La cruel realidad que concibió el enfrentamiento

Ana Pilar Latorre
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En Soria hubo hasta cuatro campos de concentración abiertos al mismo tiempo, como el de Santa Clara o El Burgo, así como prisiones y batallones

La prisión se ubicaba en la plaza Mayor - Foto: Eugenio Gutierrez Martinez.

La existencia de cárceles y, sobre todo, de campos de concentración durante la Guerra Civil y los primeros años del Franquismo es un tema muy poco conocido pero «una realidad que fue extremadamente cruel, dura y desproporcionada desde el punto de vista humano con aquellos que sufrieron el internamiento». De ahí se desprende «el poco valor que las vidas humanas tuvieron en la guerra y en la posguerra», ya que en estos centros «no hubo intención de evitar dolor, ni siquiera después de la victoria». 

Así lo describe Carlos de Pablo, el historiador que firma el apartado dedicado a Soria de la publicación Cárceles y campos de concentración en Castilla y León (Fundación Veintisiete de Marzo), quien indica que la red se iba tejiendo de una manera improvisada y que se regían por «la brutalidad, la violencia diaria, el miedo a las ejecuciones arbitrarias en pelotones de fusilamiento, la explotación laboral de gran dureza física, las humillaciones y vejaciones continuas, el hambre atroz, las lamentables condiciones de vida tanto higiénicas como de hacinamiento que llevaban a los presos a convivir con enfermedades de todo tipo, como tuberculosis o tifus exantemático, que se transmitía a través de piojos y que en 1941 causó una epidemia, y las relacionadas con la mala alimentación, como la avitaminosis, por lo que muchos llegaban a morir de hambre».

Como La represión en Soria durante la Guerra Civil, de Gregorio Herrero Balsa y Antonio Hernández García, la citada publicación habla de los centros de cautiverio en la capital: cuartel de Santa Clara (primero y uno de los cuatro campos de concentración), prisión provincial (en la Audiencia), fielato de la carretera de Valladolid, ermita de Santa Bárbara, calabozos del Gobierno Civil (Palacio de los Ríos y Salcedo), hospitalillo de la plaza del Salvador, caserón de la calle Alberca… La lista negra se completa con las cárceles de Almazán, «en las que los que entraban difícilmente tenían otra salida que ser abatidos en las Matas de Lubia, Barcones, Cuesta de Paredes y Llanos de Chavaler»; Berlanga de Duero, «una mazmorra sombría y húmeda»; Ágreda, «de trato más humano»; y El Burgo, convertida también en campo de concentración.

Palizas, vejaciones y humillaciones eran frecuentes en estos lugares en los que los prisioneros de guerra vivían en condiciones infrahumanas: apenas había servicios higiénicos, la comida era insuficiente y de poca calidad, tenían que dormir sobre paja, no se les daban mantas para guarecerse del frío, había hacinamiento, tenían enfermedades infecciosas, temían ser fusilados... Los investigadores hablan de varios campos de concentración: Soria, El Burgo de Osma (además de La Rasa), Medinaceli y Santa María de Huerta (Arcos sería otro de ellos), donde los prisioneros tenían que hacer frente a trabajos forzados, desde la construcción de infraestructuras hasta la desactivación de bombas, pasando por la recogida de cadáveres y material.

prisiones. Carlos de Pablo Lobo explica en Cárceles y campos de concentración en Castilla y León que «entre agosto y diciembre de 1936 tuvo lugar la represión más cruenta» en Soria y que el modelo del ejército sublevado fue cambiando su planteamiento durante la guerra: de ejecuciones a castigos públicos y a detenciones y trasladados a centros para realizar trabajos forzosos. En la prisión provincial de Soria el 18 de julio del 36 había ya más de un centenar de reclusos, entre presos comunes, detenidos por responsabilidades políticas, cargos políticos republicanos o partidarios de la República. Se dice que en las cárceles sorianas, los peor tratados eran los que habían pertenecido al Partido Comunista o al grupo de ferroviarios que defendieron la ciudad. Las cárceles de la provincia se llenaron en pocos días. El hacinamiento se solucionaba con traslados a otras prisiones, pero sin ni siquiera avisar a sus familias, o con fusilamientos para ir a parar a cunetas y fosas comunes. Herrero Balsa y Hernández García dicen que cuando los presos entraban en la cárcel en aquella época «dejaban de ser personas humanas para convertirse en bestias y sufrir toda clase de vejaciones y malos tratos. Ningún derecho, ninguna garantía, ningún cauce legal que los amparase, siempre a merced del capricho o el mal humor de quienes estaban al cuidado de su custodia y esperando siempre el temido momento de oír su nombre para ser trasladado o ejecutado». 

Aunque no se puede establecer con exactitud el número de personas detenidas en la provincia de 1936 a 1939, «varios miles sufrieron la reclusión más o menos prolongada»; mientras que la represión dejó entre 250 y 300 ejecuciones, aparte de castigos públicos, encarcelamientos, depuraciones... En 1940 había más de 250.000 personas en prisión, el ocho por ciento de la población activa del país en aquel año.  

desde la plaza. A Soria llegaron en la guerra cerca de 700 prisioneros de Sigüenza (Guadalajara), al tomar el bando nacional esa zona y pasar a depender de la diputación soriana. «Los detenidos llegaban en camiones de ganado, atados de dos en dos y, tras pasar la noche en la plaza de toros, en el suelo del patio de caballos donde quedaban desprovistos de todo lo que llevaban de valor, eran llevados al cine Proyecciones, donde se les rapaba el pelo al cero para trasladarlos después al Cuartel de Santa Clara, que se convirtió en depósito de prisioneros», relata Carlos de Pablo. También se les llevaba al antiguo hospitalillo de la plaza del Salvador y a un caserón de la calle Alberca, en el caso de las mujeres. A los de Santa Clara, como campo de concentración, se les encomendaban tareas, como descarga de bombas, construcción de refugios antiaéreos y limpieza y mantenimiento de la ciudad. Algunos se trasladaban a otras cárceles y otros eran seleccionados en grupos de 30 y se llevaban al cementerio o a fosas donde eran fusilados (hasta 1937). A mediados de 1938 cuando quedaban más de un centenar se les derivó a otros campos para incluirlos en batallones de trabajos forzados. 

De esta manera, el cuartel de Santa Clara se convirtió en uno de los primeros centros de la red de campos de concentración, que se mantuvo hasta 1942 para los prisioneros españoles y hasta 1949 para los internacionales. A este se sumaron los de El Burgo de Osma (de 1937 a 1939), ubicado en la parte de atrás de los juzgados; y Medinaceli y Santa María de Huerta (provisionales y durante 1939), en torno a la línea Zaragoza-Jadraque. 

Los campos de concentración o depósitos de prisioneros, a diferencia de las prisiones militares, eran los lugares donde los presos eran retenidos de manera preventiva, arbitraria e ilegalmente por la falta de un juicio que estipulase una pena para el condenado.