El 'rey pequeño' que hizo grande a Castilla

María Albilla (SPC)
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La nueva novela histórica de Antonio Pérez Henares recupera la figura de Alfonso VIII, un monarca que vivió el 'juego de tronos' de una Castilla en guerra constante

La sed de poder ha marcado los principales hitos de la Historia. A cada período de paz le ha precedido alguna guerra, cada cual más cruenta, hasta llegar a la formación de la España que hoy conocemos. En el fragor de la batalla se han olvidado los nombres de los millones de combatientes que han perdido la vida por aquella causa en la que confiaron y creyeron justa. No así, quedaron a fuego en la Historia los de sus capitanes, como fue el caso del rey Alfonso VIII de Castilla, quien salió victorioso de la batalla de Las Navas de Tolosa, uno de los mayores hitos de la Reconquista a principios del siglo XII.

Fue precisamente el enemigo, los almorávides, quienes apodaron al monarca que les hizo morder el polvo como el rey pequeño, un personaje clave en la Baja Edad Media que redescubre en su último libro homónimo el escritor y periodista Antonio Pérez Henares.

Huérfano de madre nada más nacer y de padre poco tiempo después, el soberano castellano heredó el trono con solo tres años. Creció en una época de paz con los musulmanes y al abrigo de las familias nobles castellanas. Los Castro y los Lara eran tan poderosos como  ambiciosos y durante toda su infancia se disputaron la custodia del joven rey, en la que también entró en juego su tío, el monarca leonés Fernando II. Así, no fue hasta 1169 cuando Alfonso tomó las riendas de su vida; una trayectoria en la que demostraría «su determinación y su coraje nada más cumplir los 14 años, dos características que, en el futuro, le llevarían a ser quien diera el golpe trascendental al poder islámico en España», detalla el también autor de La tierra de Álvar Fáñez.

Si hay algo que caracteriza al autor de esta novela histórica es el arraigo a su tierra, la pasión por la vieja Castilla que le lleva a recorrer, por trabajo y, sobre todo, por placer, cada rincón de un territorio que disfruta. «Me gusta empaparme de los paisajes y sitios donde transcurre la trama, ir a los lugares, subir a las almenas y pisar los campos de batalla donde tuvieron lugar los combates», comenta con pasión.

A Pérez Henares le cautivó hace tiempo la figura de Alfonso VIII, precisamente por la relación que tuvo con el entorno que mejor conoce el escritor, pero apunta que le «atrapó» la peripecia vital del monarca. «Es increíble. Todo lo que le rodea es fascinante, incluso su matrimonio. Estuvo casado desde muy joven, y ella lo era aún más (tenía solo 10 años), con la hija de Enrique II de Inglaterra y de su esposa la reina Leonor de Aquitania. Se convirtió, nada más y nada menos, que en el cuñado de Ricardo Corazón de León», relata.

No menos importante es la época histórica que le tocó vivir. «Es el momento más crucial de la Reconquista, cuando la balanza se inclinó definitivamente del lado cristiano», aclara. Es curioso, además, que en la Península se vivía un juego de tronos tan real e incluso cruel como el que ahora se puede ver en la ficción. A las ambiciones y peleas de la nobleza castellana, «que en su ciega rivalidad incluso traicionaron a su reino», se unió al emergente y poderoso imperio almohade y, por su puesto, los otros reyes hispánicos, que pugnaban sin prejuicio alguno por el sillón de mando vecino.

En este escenario, Alfonso VIII solo contó con la lealtad absoluta de su homólogo en Aragón, Pedro II, aunque en la batalla del la localidad jienense de Santa Elena también tuvo a su lado los efectivos navarros de Sancho VII, que se enfrentaron, según cuentan las crónicas, a un ejército numéricamente superior del califa almohade Muhammad an-Nasir. «En el momento de Las Navas, había cinco reyes cristianos, todos ellos primos de Alfonso VIII», explica Pérez Henares, pero la consanguinidad no es suficiente cuando lo que está en juego es el poder absoluto.

La novela tiene como eje la relación de amistad entre el soberano y un niño del pueblo llano, que va a adquiriendo mayores responsabilidades, según va avanzando la trama. Una cuestión que no es baladí, pues demuestra que, a pesar de la estratificación social de la época, «dentro de los estamentos había una dignidad muy asumida en cada uno de ellos. El ‘no soy mas que nadie, pero menos que ninguno’ que exclama el protagonista como reafirmación de sí mismo y su estatus refleja mejor que nada «el sentir profundo de uno de aquellos hombres de las villas, aquellos caballeros villanos, expresión que en absoluto tiene acepción peyorativa, sino todo lo contrario».

Para Pérez Henares aún queda mucho de aquellos castellanos en la población que hoy ocupa estas tierras. «Solo hay que ir a los pueblos y encontrarlos. Les invito a ir a la caballada de Atienza, que este año cae el 15 de mayo, día de san Isidro -el santo madrileño aparece en la novela, pues vivió en aquella época- y los verán, más de ocho siglos después en mula o caballo montado, con sus capas y su dignidad a cuestas», explica.

Aquellas gentes cristianas, leales y recias de los antiguos reinos hispánicos no pudieron, sin embargo, convivir con los musulmanes. El propio Alfonso VIII, pese a haber crecido en un momento de paz alumbrada por su antecesor, Alfonso VII e Ibn Mardanis, más conocido como el rey lobo, fue educado en los ideales de la época y la lucha contra el invasor, por lo que, en cuanto cumplió la mayoría de edad, estuvo interesado en enfrentarse a los musulmanes que, no obstante, eran un pueblo invasor.

«Lo que destrozó cualquier posibilidad de convivencia fue el integrismo brutal de los almorávides y almohades. Por cierto, que lo primero que estos hicieron fue acabar con los reyes andalucíes, a los que acusaban de desviarse de los preceptos del Corán y al que no asesinaron lo desterraron al Sahara», explica el autor de la obra.

De ayer a hoy... Desde esta situación se podría trazar un paralelismo con el integrismo islámico que aún hoy pretende hacerse con Occidente y que desde hace décadas siembra el terror en Europa. Sobre este aspecto, el escritor alcarreño apunta que «efectivamente, es un paralelismo evidente. En el campo islámico, el movimiento fanático almohade que sustituyó al anterior almorávide, tiene muchas similitudes con los que ahora predican Al Qaeda o el Estado Islámico. Utilizan la yihad, la guerra santa, como intrumento de expansión, terror y dominación».

Aprender del pasado para no repetir los errores en el futuro es una de las principales lecciones de la Historia, unos hechos que en el peor de los casos se ignoran o se desprecian, situación que el autor lamenta profundamente. «Los separatistas se han dedicado a tergiversarla de una manera tan grotesca como ridícula, pero muy eficaz. Así nos luce el pelo», zanja. Ahondemos, pues, un poco en conocer la vieja Castilla.