Peñalba de San Esteban, tierra de viñas viejas y oportunidades

Ana Pilar Latorre
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En Peñalba viven unas 39 personas de diario (un centenar los fines de semana), aunque hay empadronadas 70. En Semana Santa unos 30 vecinos se juntaron para limpiar el pueblo y el resultado se aprecia a simple vista

Peñalba de San Esteban, tierra de viñas viejas y oportunidades - Foto: Eugenio Gutierrez Martinez

No hay mejor recibimiento en Peñalba de San Esteban que la iglesia prerrománica de Santa María La Mayor con galería porticada y junto al río Pedro.Estamos en tierra de vinos de Ribera del Duero y Sergio Rupérez Carro, de Bodegas Rudeles, está trabajando en las viñas haciendo la poda en verde y el sulfatado con Rubén García y Sergio Herrero, los tres trabajadores a los que se suma una enóloga, de la zona del Priorat (Tarragona), que va con frecuencia «a mandarnos deberes».

Esta bodega la crearon en  2003 cuatro socios del pueblo de la misma familia: los hermanos Javier y Antonio (viticultor y agricultor, el padre de Sergio) Rupérez, Marcos Espinel y Juan Martín. Producen poco y apuestan por la calidad, con unos 100.000 kilos de uva para hacer 2.000 litros de tempranillo, albillo mayor, garnacha y un cabernet sauvignon. Ahora exportan el 60%, pero antes el 80%, explica Sergio entre las viñas viejas. «Es lo que hay en Soria, son centenarias, de nuestros tatarabuelos...», de ahí su gran valor y que requieran «muchos mimos y cuidados». En la familia siempre se había elaborado vino y tras una experiencia cooperativista de alguno de los socios se decantaron por esta fórmula.

En el campo, mientras hace la poda en verde quitando los bajeros, «el trabajo más importante», comenta que tienen unas 10 hectáreas de viñedo viejo (en Peñalba y Atauta, sobre todo, y en San Esteban) y 15 de viñedo joven plantado en 2002 (en Peñalba y San Esteban). Vemos los pequeños racimos con brotes y asegura que el tallito verde, por desgracia, gusta mucho a los corzos. Desde allí observamos el valle entre Peñalba y Atauta, junto a Las Comarcas, «estamos a 950 metros de altitud y es lo que diferencia a esta zona productora». Señala también los picos de Los Magazos (les llaman 'Tetas de la reina'), donde las mujeres siguen subiendo a merendar el Jueves Lardero; y El Cuerno, donde hay una cueva en la que se instala un belén en Navidad. 

De regreso al pueblo, vemos a Mariano de Roa, madrileño casado con una peñalbina, Pepi, que volvieron al pueblo hace unos años y compraron en subasta para arreglarla la casa del médico, donde reciben a sus hijos y nietos. Lo más urgente para el alcalde pedáneo es mejorar el sistema de distribución de aguas y una depuradora en condiciones que ya se va a construir, pero reconociendo que un ayuntamiento con 17 barrios «no puede hacer milagros». Además, se refiere al «problema médico» porque «desde el covid funcionamos por teléfono» para que vengan a visitar «y lo que queremos recuperar es la consulta en el consultorio dos veces por semana, porque hay gente mayor que lo necesita». 

En Peñalba viven unas 39 personas de diario (un centenar los fines de semana), aunque hay empadronadas 70. En Semana Santa unos 30 vecinos se juntaron para limpiar el pueblo y el resultado se aprecia a simple vista. En verano hay unos 250 comensales para las paellas de la fiesta de San Roque, que Mariano cocina con mucho gusto; y se celebra también San Gregorio y Santa Águeda. Es destacable que tengan tres asociaciones: la cultural de Los Magazos, la de vecinos y la de pensionistas. Las mujeres, que también se juntan a caminar por las tardes, tienen dos días en semana gimnasia en el ayuntamiento y hay peluquería.

pilar, la vecina con más años PUEBLO CERCANO Y LUCHADOR

Nos guía hacia la casa de Pilar García Rupérez, la vecina más mayor, que cumple 94 años el 12 de junio y tiene muy buena memoria. «Aquí nací, fui a escuela, me casé, enviudé, tengo mis hijos y ahora soy ya muy mayor», nos dice  en su salón enseñándonos las fotos familiares y del pueblo. «Antes había más gente porque a la escuela solíamos ir unos 24 niños y niñas por curso» y, al salir de misa los domingos, los chicos jugaban al frontón y las chicas a los bolos. En fiestas «teníamos fuegos artificiales y todo» y en la vendimia «nos lavaban la cara porque era tradición», explica dicharachera. 

Pilar recuerda que había dos tiendas, médico y cura, «no como ahora...». Sus padres eran labradores y tuvieron una posada, ella les ayudaba «desde bien pequeña» porque «a los 12 años ya sabía segar». Su rincón favorito, sin duda, es «la iglesia» y siempre le ha gustado mucho pasear. Ahora, le alegra ver que los hijos y nietos del pueblo siguen visitándolo. 

Ángel Bocigas pasea por el pueblo con sus perretes (Pepe va cojo porque le pilló un coche y se le rompieron tres patas) y espera recuperarse pronto de sus dolencias para volver a tener animales en el corral. «Lo principal es disfrutar de la vida y en este pueblo se está muy a gusto», asegura. En el bar se reúne con su hermano Pablo,  'Tote' y otros vecinos.

De San Esteban llegan de comprar Justo y su mujer, «que es de Huesca pero le gusta más Peñalba». Nacido en este pueblo soriano, a los 15 años marchó a trabajar a Barcelona, pero siempre con la «ilusión» de volver algún día porque añoraba «la alegría y la tranquilidad» desde su empleo en el metro. Y lo ha conseguido, a los 62 años, aunque vuelven a ver a los nietos cuando pueden y éstos también los visitan en vacaciones. Cada día va pronto  al huerto y después a almorzar en su bodega con barbacoa y terraza junto al río, muy apañada. Allí nos ofrece un vasito del típico vino casero que se mantiene muy fresquito en la roca, lo probamos gustosamente. «Se han arreglado muchas casas, tradicionales y en piedra, que han dejado muy bonitas. El pueblo está bien», comentan Mariano y Justo. El Ayuntamiento ha hecho un listado de edificios que están en ruina o semirruina con la intención de hablar con los propietarios «para ver si se pueden restaurar o derribarlas para que queden como solares y se pueda construir en ellos», añade el alcalde. Además de las bodegas tradicionales, vemos que hay muchos merenderos y huertos de ribera.

En Peñalba hay dos casas rurales y un bar que abrió (después de que cerrara el anterior por jubilación) en un local municipal acondicionado por los vecinos. «Lo están petando», asegura Sergio, porque ofrecen almuerzos, comidas y cenas, y, como en otros pueblos que hemos visitado, insisten en que «es lo que da vida».

Lo llevan desde hace tres años José Alberto Mullor y Esther Villasecusa, de Madrid, que bromean diciendo que son «paracaidistas» porque llegaron allí por casualidad, sin tener ningún vínculo familiar. «Buscábamos un sitio para fines de semana y un compañero de trabajo nos habló de este pueblecito» en el que hace 19 años compraron una casa para ir arreglándola. Pero, con el tiempo, les surgió la posibilidad de venirse a vivir y no lo dudaron, matriculando a su hijo Carlos en el instituto de San Esteban «con todas las facilidades». Ahora acaba de graduarse en Medicina y ha hecho la parte final de la formación en Soria y Valladolid.

José reconoce que el invierno y los días de diario son flojos, pero en primavera y verano los fines de semana se anima. «No suele haber bares así con cocina y se ha ido corriendo la voz», apunta satisfecho, y ofrecen una larga lista de sabrosos platos «de cosecha propia». 

arquitectura característica HOSTELERÍA Y COMERCIO

Ángel Barrio, albañil de Piquera (pueblo cercano), lleva la casa rural La Marcela, restaurada en piedra y con un amplio merendero, y la de El Tío Prudencio en Morcuera. «Viene gente de Madrid, pero también de País Vasco y Barcelona», dice. 

Un poquito más abajo, cerca de la ermita y el palomar, está la casa rural de Dori Águeda, a la que han llamado La Prensa del Vino. Ella es de un pueblecito cercano a Maderuelo (Segovia), pero cuando se casó hace casi 50 años se fue a vivir al pueblo de su marido. Ha tenido varias ocupaciones, en costura (en la entrada del establecimiento hay curiosamente una piedra antigua que fue de la casa de un sastre) y hostelería (ganó el premio al Mejor Torrezno del Mundo). Amplia y acogedora, esta casa restaurada y #espírituRibera recibe huéspedes de todo el país y del extranjero atraídos «por Soria en general». Está decorado con utensilios antiguos de la familia, como la prensa de 200 años que usaba el abuelo Paco, una pila de piedra, cestos de vendimia, tablas para lavar... Para vivir en un pueblo, asegura Dori, es indispensable «moverse y hacer cosas» pero, sobre todo, el carnet de conducir. Como curiosidad, su nieta Paula (vive en Madrid) acaba de hacer la comunión en la iglesia y sus amigos «lo han disfrutado mucho», leyendo en la misa, tocando las campanas, correteando por el pueblo…

Terminamos la visita en casa de Alba Rupérez, prima de Sergio, que teletrabaja con «conexión por radio» y cuando se le cae se tiene que enchufar al móvil. Nuestra visita, dice, es «lo más random» que le ha pasado últimamente.. Estudió ADE en Madrid, donde se quedó, y desde el confinamiento trabaja a distancia para una agencia en Londres, aunque hace dos meses se vino a casa de sus padres «para poder ahorrar» y se mueve entre Soria y Madrid. «Ya es difícil explicar a mis compañeros dónde está Soria, como para decirles dónde está Peñalba…», comenta. Estudió en San Esteban y de sus compañeros solo ella está en el pueblo, aunque se juntan en fines de semana o fiestas.