Iván Juarez

CARTA DEL DIRECTOR

Iván Juarez


El campo y su burbuja

14/03/2020

Los agricultores, como hicieron hace cuatro años, volvían esta semana con su tractor a tomar el centro de Soria, ‘molestando’ y llamando la atención en una jornada con un tono más o menos festivo. Un éxito para los organizadores por su capacidad de convocatoria en plena crisis del coronavirus (a veces da la sensación de que la gente del campo no se sale de su surco y el resto de problemas quedan al margen) pero también agridulce al tratarse de una reivindicación necesaria dada la situación que atraviesan los trabajadores del medio rural penalizados por los bajos precios de origen y lo abultado que son cuando los productos llegan al consumidor.
La tractorada, que alteró lo mínimo la actividad cotidiana de los sorianos (uno esperaba viendo otras manifestaciones un grado de tensión más elevado) viene a ser una suerte de trashumancia, un desfile con las mejores prendas, ‘bólidos’, de los agricultores. Una cita casi anual que los urbanitas aciertan a ver con ese punto exótico similar al desfile del entrañable ganado ovino que se repite cada año por Mariano Vicén para representar una costumbre con fecha de caducidad. Una lástima que, en ocasiones el fondo, las peticiones, el mensaje se diluya en las formas, entre un mar de banderas rojigualdas y ninguna de la comunidad o Soria. Aunque hay problemáticas comunes a territorios que afectan al campo por toda España, no hubiera estado de más mostrar algún símbolo local, porque cada provincia afronta su propio desafío. En cualquier caso, es de agradecer el tono pacífico, la bonhomía de los agricultores que aunque movilizaron hasta 500 máquinas trastocaron lo justo el ritmo cotidiano de una ciudad pequeña como Soria. Hoy los retos de los agricultores ya en sus respectivos dominios seguirán siendo los mismos. 
El campo, además de a sus problemáticas puesta de manifiesto en los últimos tiempos y que hoy reflejamos en El Día de Soria, también se enfrenta a un conflicto relacionado con la comunicación a la hora de trasladar sus retos a la sociedad, sin que parezcan los mismos que los de hace 20 años. Porque, con la misma dinámica que el por momento denostado medio rural, cada vez con menos efectivos, los trabajadores del arado también son presos de tópicos, algunos alimentados e impulsados por los propios afectados. Conectar con la sociedad y salir de la zona de confort, más allá de convertirse en un lobby electoral y de presión a los gobiernos de turno, es una de las deudas pendientes de aquellos que encarnan como nadie aquello «del que no llora no mama».
Recae sobre los agricultores ese reproche que les sitúa en el lado de la queja constante que, a veces agota, al reto de los mortales: ninguna cosecha es lo suficiente buena, aunque lo sea, ni los precios son suficientemente elevados, aunque lo sean. Protestas recurrentes que en ocasiones igualan los tiempos de bonanza con los que no lo son tanto y que agotan al resto de sectores que ven a las gentes del campo residir en su particular burbuja. Se les hecha de menos en reivindicaciones de distinta índole y oportunidades ha habido en los últimos años cuando la eclosión social ha estado presente en las calles por diferentes motivos. Nos pasa a todos, los problemas de cada cual son los más importantes, sino únicos pero hay que tener una mirada más amplia para demostrar cierta empatía con los retos que afectan a otros. Solo así, esos que solo pisan el asfalto de la ciudad demostrarán cierta complicidad cuando vean a los ‘jondis’ cortarles el camino en tromba camino del trabajo como pasó este miércoles.
 Pesa sobre el campo ese mantra recurrente sobre esa PAC mal invertida que, en opinión de unos cuantos (no lo comparto), solo ha precipitado de los pueblos y ha servido a sus receptores para comprar pisos en las grandes ciudades y no para invertir en el territorio o en la modernización de las explotaciones. Un tópico más que no beneficia a la hora de negociar y llamar a las puertas de Europa, momento en el que pagarán justos por pecadores. A mayores, pesa sobre los agricultores la criminalización de determinados sectores que les han puesto en la diana acusándoles de contaminar las aguas (me niego a creer que sea cierta esta versión ambiental de morder la mano que les da de comer).
Son tópicos extendidos y, aunque no se correspondan con la realidad, trasladan la visión que el ciudadano medio tiene de una gente vital para la sostenibilidad de los pueblos, simiente de lo que ahora somos pero con poca capacidad para salir de su linde y hacer de sus problemas una cuestión que alcance al conjunto de la sociedad. Porque tal vez, el grueso de la población no se ve apoyada por esas gentes con demandas justas pero que, en ocasiones, no ven más allá del horizonte que dibujan sus tierras.