Loli Escribano

SIN RED

Loli Escribano

Periodista


Crear recuerdos

09/09/2022

Ya ha llegado, una vez más, la vuelta al cole. No me acuerdo de mi primer día en la escuela, pero recuerdo perfectamente a mi primera profesora, Doña Sarita. Han pasado cuarenta y siete años pero mi memoria conserva perfectamente su voz, su pelo corto de un castaño claro y sus gafas. Recuerdo una vitrina empotrada en la pared con botes llenos de pinturas. También una estufa de leña que alimentaba el Señor Martín y un patio de tierra y cantos pequeños rodeado por una valla de color verde claro. Hacíamos hoyos pequeños para jugar a las canicas y hacíamos cola en el columpio de hierro pintado de rojo del que saltábamos desde las alturas y aterrizábamos de cualquier manera para llenar nuestras rodillas de heridas y costras. Las niñas usábamos un baby de cuadros vichy en color rosa y los niños, azul. En el bolsillo llevábamos pañuelos de tela con dibujos infantiles estampados que sacábamos, llenos de mocos secos, para competir por el más bonito. En mi colegio había una leñera al fondo del pasillo a la que, a veces, los alumnos teníamos que ir a buscar un tronco para alimentar la estufa en esos rudos inviernos sorianos en los que aún no existía el cambio climático. A mí me daba miedo ir sola a la leñera, porque decían que había ratones. No sé si mi fobia a los roedores la arrastro de aquellos viajes a la leñera de mi colegio, aunque jamás vi ningún ratón. Como no recuerdo mi primer día de escuela, no sé si lloré. Según cuenta mi madre, no lo hice. En aquella época, había dos tipos de niños: los que lloraban el primer día de colegio y los que no lo hacían. Y ese estigma lo arrastrábamos unos cuantos cursos.  
Cuando cumplí nueve años, construyeron un centro nuevo. El patio de tierra y piedras pasó a ser de hormigón. La estufa fue sustituida por radiadores. La leñera, con su leyenda de los ratones, desapareció y el Señor Martín, un hombre chiquitín y paciente, se jubiló. Estos días de septiembre servirán a los más pequeños para crear sus propios recuerdos con los que podrán rememorar en el futuro su primer día de colegio. Algunos, como los de Villar del Río, podrán contar que tuvieron el privilegio de reabrir las escuelas 42 años después del cierre de las mismas. Son solo seis alumnos. Los suficientes para  ahuyentar el fantasma de la despoblación que acecha constantemente como mis miedos de la leñera. Una de cal y otra de arena, porque frente a la reapertura de Villar del Río, este año la escuela de Deza tiene que cerrar sus puertas. Solo queda un alumno que tendrá que trasladarse a diario a Gómara en taxi. Donde se cierra un colegio es muy difícil reabrirlo. Donde no hay niños, no hay futuro. De hecho, ya no hay ni presente. Solo tenemos que darnos un paseo por cualquiera de los pueblos de la provincia para constatar que han vuelto a quedarse vacíos y tristes después de las últimas semanas veraniegas de espejismos poblacionales.