Laura Álvaro

Cariátide

Laura Álvaro

Profesora


'Il dolce far niente'

11/09/2022

Y llegó septiembre. Inexorable, como cada año, nos expele sin anestesia de ese oasis que supone las vacaciones de verano, para obligarnos de nuevo a retomar el estresante ritmo del día a día, en el que los compromisos laborales copan todo el protagonismo. Otra vez de vuelta al cole, otra vez regresan las rutinas, los madrugones, y las obligaciones. Los hay que dicen que los días festivos adquieren sentido solo si coexisten con los laborables. Pero precisamente este final de agosto he tenido la oportunidad de reflexionar sobre esta inequidad en la distribución entre tiempo de trabajo y tiempo libre. 
Y es que son cinco días lectivos frente a dos ociosos; es decir, aproximadamente el 71,5 por ciento frente al 28,5. Y once meses de ocupación (diez, si tienes la suerte de dedicarte a la docencia) frente a 1 (o dos) de descanso. ¿Es suficiente tiempo el que podemos dedicar a desconectar, disfrutar o pasar tiempo con nuestra familia y seres queridos? ¿O realmente deberíamos replantearnos el reparto más equitativo de nuestro tiempo? 
Uno de los retos a los que nos enfrentamos con el confinamiento del 2020 fue la consecución de un teletrabajo productivo y eficiente. Y realmente, cuando fue necesario y la situación lo requería logramos los objetivos que nos propusimos con relativa facilidad. Todo apuntaba a que las empresas iban a convertir esta dinámica en su modus operandi, pero con la vuelta a la normalidad volvió el recelo hacia la no presencialidad en el centro de trabajo. 
En los últimos tiempos, también hemos podido conocer casos de compañías que se han aventurado a probar la jornada laboral de 4 días -con sus correspondientes 3 festivos-. Con ello, se ha priorizado el bienestar de su plantilla, no con fines altruistas sino para mejorar la efectividad en la empresa, y con ello conseguir una productividad mayor. Ello responde a algunas de las últimas teorías de la Sociología de las Organizaciones, como por ejemplo la teoría de Z de la Escuela Japonesa, basada en la idea de que trabajadores y trabajadoras felices crearán un buen ambiente en el centro de trabajo, lo que finalmente redundará en la mejora de resultados.  
Sin duda, trabajar por objetivos, con una flexibilidad horaria, y ofreciendo mecanismos de conciliación -ya no solo para cumplir con las necesidades familiares, sino conciliando también con nuestros hobbies-, genera un halo de confianza y de responsabilidad común en el entorno laboral. Cuando una persona siente que se tienen en cuenta sus prioridades, su compromiso con el proyecto común que mueve a una empresa será mayor.
Nuestro tiempo libre es valioso, y generación tras generación, cada vez lo vamos apreciando más, por encima incluso de la rentabilidad económica o el prestigio. Es un valor en alza que los departamentos de recursos humanos deben comenzar a tener en consideración, como una manera de lograr un mejor funcionamiento. Además, también aporta la posibilidad de poner el foco en otras áreas de la vida, que tradicionalmente se han relegado a un último plano por considerarse secundarias: el tiempo de calidad con nuestra gente; el disfrute de nuestras aficiones, no como algo esporádico sino integradas en el día a día; o simplemente el descanso que supone il dolce far niente, que tan complicado es de asimilar en esta cultura de la productividad en la que vivimos.