El oro que nos hizo vibrar

Guillermo Gracia
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Cuando se cumplen 30 años del oro olímpico de Fermín Cacho en Barcelona, Abel Antón y Pascual Oliva recuerdan una jornada histórica para el atletismo soriano

El oro que nos hizo vibrar - Foto: EFE

«Hay que ponerse en pie, señoras y señores, porque Fermín Cacho está en primera posición, Cacho va a ser campeón olímpico, Cacho va a ganar el oro y  va a derrotar a todos por KO técnico». Estas fueron las palabras exactas que escuchaban todos los españoles desde sus televisores. Una narración que relataba cómo  Fermín Cacho se convertía en leyenda, alzándose con el oro olímpico  de 1.500 metros en el Estadio Olímpico Lluís Companys de Montjuic.

Tres minutos, 40 segundos y 12 centésimas fue el tiempo necesario  para que un joven de 23 años procedente de Ágreda hiciera levantar y aplaudir no solo a la grada, sino a un país entero. Un logro que no se podría conseguir sin la ayuda de uno de sus grandes pilares: Abel Antón,

Antón era su compañero fiel de trabajo. Con él preparaban las competiciones. Para los Juegos Olímpicos eligieron un lugar en el que hubiera una mayor altitud que la de Soria y que les aportara tranquilidad:Covaleda. Para Antón, Covaleda «era un sitio idóneo porque hacía fresco. Corríamos por los pinares que parecía que no veíamos los árboles de la velocidad que llevábamos». Aunque no todo el entrenamiento se desarrollaba en el municipio de Pinares. También bajaban a la pista de atletismo de Los pajaritos, donde ejercitaban series rápidas e intensas que hacían ambos corredores, esta vez por separado .

El oro que nos hizo vibrarEl oro que nos hizo vibrar - Foto: EFEEran uña y carne. Siempre entrenaban juntos, aunque Antón hacía los 5.000 metros y Cacho los 1.500. Un hecho que provocó que Antón no pudiera ver cómo Cacho conseguía el oro en vivo. «La vi por debajo de la grada, en un monitor de televisión», relata Antón, «porque 20 minutos después corría yo la final de 5.000 metros». A pesar del contratiempo, él percibió que el lugar «parecía que se iba a caer».

Otra persona que gozó de la misma suerte fue Enrique Pascual Oliva, entrenador de ambos atletas. Según relata el preparador, él trataba de subir a las gradas para poder llegar a disfrutar alguna parte de la carrera. Al final, vivió el evento «a tope, pero sin llegar a verlo».  

A pesar de que, para Pascual Oliva, «los sentimientos no se describen», él recuerda que sintió emoción al ver, a través de los monitores, cómo Cacho daba botes de alegría. 

En este aspecto, si en algo coinciden Antón y Pascual Oliva es que Cacho era la antítesis del atleta nervioso. Una de las principales facetas del atleta agredeño era su facilidad para estar tranquilo al frente de cualquier competición, diera igual la carrera que fuera. «Fermín vivía siempre con optimismo. Tenía algo de nerviosismo y ese de adrenalina que te hace competir al cien por cien», añade el preparador.

Para cimentar esa mentalidad ganadora, Cacho partía de la disciplina en cada uno de los entrenamientos. Él daba siempre más de lo que se pedía. El trabajo y las disciplina se convirtieron en uno de los elementos que más destacó Pascual Oliva del atleta.

Y como dice el refrán, de lo que se recoge, se siembra. El 8 de agosto de 1992, Cacho alzaba los brazos con alegría, tras una carrera épica, en la que el trabajo, la mentalidad y la perseverancia dieron sus frutos en una actuación para la historia. 

Tras la victoria llegó la celebración, un punto en el discrepan las historias de Antón y Pascual Oliva. En el caso del atleta, ambos festejaron su primer y octavo puesto que consiguieron al salir del recinto. A pesar de que querían disfrutar de un momento de alegría y tranquilidad, Antón recuerda que «era casi imposible salir con Fermín», ya que llamaba la atención de todo el mundo. Por otro lado, Pascual Oliva rememora la larga espera que tuvieron que sufrir hasta que los atletas pudieron salir del recinto, llegando incluso a no poder cenar. Ante las palabras de Abel Antón, el preparador responde sorprendido que «lo celebrarían ellos. Yo no me acuerdo. A las doce salimos del recinto, y de allí a la Villa Olímpica y a dormir».

Al volver de los Juegos Olímpicos de Barcelona, los atletas tuvieron un recibimiento «apoteósico y difícil de olvidar» por parte de la población soriana, y el éxito siguió sonriendo a Cacho, convirtiéndose en un ídolo para todos los deportistas españoles. «Yo no he visto otro atleta en todos mis años de entrenamiento con la fisiología, con la calidad de Fermín», argumenta Pascual Oliva. «Se juntaban sus ganas de trabajar, su cabeza y que su cuerpo era una máquina de correr», concluye.