La importancia de la obtención vegetal

M.H. (SPC)
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ANOVE y el Itacyl realizan ensayos para conocer hasta qué punto las nuevas variedades aumentan el rendimiento. La productividad del trigo ha experimentado un repunte del 37% en los últimos 30 años

La importancia de la obtención vegetal

La agricultura tiene la difícil misión de abastecer de alimentos a toda la población mundial. Con más de 8.000 millones de habitantes en el planeta, no es tarea sencilla; y menos teniendo en cuenta que esta cifra seguirá creciendo hasta alcanzar alrededor de 11.000 millones a finales de siglo, según los expertos. Para conseguir ofrecer comida suficiente, los cultivos han ido evolucionando con el paso de los años. Han mejorado las técnicas, los fertilizantes, los fitosanitarios… y también las variedades que plantan y siembran los agricultores.

Según un estudio elaborado por el Instituto Cerdà, cuyos resultados se publicaron a mediados del año pasado, «las mejoras de la obtención vegetal han dado lugar a un incremento de la productividad del trigo de en torno al 220% en los últimos 50 años y de un 37% en los últimos 30». Esto, a su vez, «ha hecho posible, entre 1990 y 2018, una producción adicional de 14,7 millones de toneladas de trigo blando en España, es decir, el 11,5% de la producción en este periodo». Esto supone una producción anual promedio de 523.776 toneladas adicionales gracias a la mejora vegetal. Y es que desde los años 90 se han registrado más de 1.000 nuevas variedades de trigo blando en la Unión Europea, como resultado de los avances científicos y la inversión en I+D del sector obtentor. Desde 2011, las compañías obtentoras han registrado 128 nuevas variedades de trigo blando solo en España.

La mejora en los rendimientos gracias a estas nuevas semillas es evidente. Los agricultores lo saben y por eso el empleo de grano certificado es generalizado en España. Pero, ¿cómo se comportarían hoy en día variedades de trigo que se empleaban hace casi un siglo? ¿Qué diferencias habría con las que se usan hoy en día? ¿Y con otras que se utilizaban hace 30, 50 o 70 años?

La importancia de la obtención vegetalLa importancia de la obtención vegetalLa iniciativa Grano Sostenible -de la que forman parte ASAJA, UPA, Cooperativas, Agroalimentarias de España y La Asociación Nacional de Obtentores Vegetales (ANOVE)- y el Instituto Tecnológico Agrario de Castilla y León (Itacyl) han querido averiguarlo y, hace dos campañas, emprendieron un proyecto para conseguirlo. A mitad de trayecto en esta investigación, han publicado un informe en el que se da cuenta de los resultados de los cultivos comparados de diferentes variedades de trigo blando, que abarcan desde los candeales y los barbillas de uso generalizado allá por los años 40 del siglo XX hasta los más modernos logros de la industria obtentora, incluyendo un amplio abanico entre ambos extremos.

La finca Zamadueñas que posee el Itacyl en Valladolid ha sido el escenario en el que se han llevado a cabo los ensayos (todos en secano), coordinados por Nieves Aparicio, investigadora de la Unidad de Herbáceos de esta entidad. Nieves explica que, cada año, se sembraron en total 80 parcelas de 12 metros cuadrados cada una, cuatro por cada semilla, en las que las variedades se distribuyeron de manera aleatoria, tanto en la campaña 20/21 como en la 21/22.

Las condiciones de cultivo fueron iguales para todas las variedades: leguminosa en el año precedente e idéntica densidad de siembra (425 semillas por metro cuadrado). Además se realizaron las mismas aplicaciones de abonos y fitosanitarios: previo a la siembra (finales de noviembre) se llevó a cabo un abonado de fondo con 150 kilos por hectárea del complejo 8-15-15; en el momento del ahijado, a mitad de febrero, se aportó la primera cobertera; y la segunda cobertera se realizó a principios de abril.

En ambas campañas se aplicó un tratamiento herbicida e insecticida, utilizando los mismos productos en todas las parcelas. Sin embargo, en relación al tratamiento fungicida, en la campaña 21/22 no fue necesario debido a que no se observó la presencia de ninguna enfermedad que requiriese dicho tratamiento (la sequía ayudó en ese sentido). En la campaña 20/21, el tratamiento fungicida no se aportó sobre la primera repetición, de tal manera que permitió la evaluación de las variedades en relación a su resistencia a las principales enfermedades que afectan al trigo (septoria y royas).

En el momento de la cosecha se obtuvo el peso de cada una de las parcelas mediante cosecha mecánica, determinando posteriormente el rendimiento en kilos por hectárea. Además, se tomaron muestras y en laboratorio se determinó el peso de 1.000 granos y el contenido en proteína.

Las condiciones ambientales, obviamente, han sido también idénticas para todas las parcelas. Con la ventaja de que las dos campañas se han mostrado muy diferentes en ese sentido: la 20/21, a pesar de las bajas temperaturas de enero, se caracterizó por unas precipitaciones constantes que, en general, favorecieron los cultivos (media de 6.146 kilos por hectárea); en la 21/22 el protagonismo se lo llevaron la sequía y las temperaturas anormalmente altas antes del verano, lo cual influyó negativamente en los rendimientos (2.990 kilos por hectárea). Gracias a esto se han podido ver las diferencias entre variedades en circunstancias muy diferentes.

Rendimientos.

El análisis de todos los datos obtenidos en las dos campañas ha puesto de manifiesto la importante diferencia que existe en cuanto a rendimientos entre las variedades actuales y las más antiguas, llegando a duplicar, en algunos casos, la producción, lo que confirma la evolución de la mejora genética a lo largo de los últimos años. La media de rendimiento de las variedades más antiguas, las anteriores a los años 40, fue de 3.192 kilos por hectárea entre las dos campañas, mientras que las más modernas llegaron a un rendimiento medio de 5.726, alcanzando los 7.670 en el ejercicio 20/21. En medio quedaron las variedades de los años 50 y 60 (3.950 kilos por hectárea) y las del periodo 1980-2010 (5.325 kilos).

Dos años en agricultura no es mucho tiempo, pero dadas las idénticas condiciones de cultivo y la abismal diferencia de resultados entre las semillas más antiguas y las más modernas saltan a la vista los avances conseguidos por las empresas obtentoras. Por ejemplo, en cuanto a la altura, se ve claramente que las variedades más añejas tienen un porte superior. Su media de ambas campañas se situó en 111 centímetros, mientras que en las nuevas variedades comerciales presentaron una altura media de 82. Esta menor talla es una ventaja ante las inclemencias meteorológicas que pueden producirse una vez espigada la planta (tormentas, pedriscos), pues les confiere una mayor capacidad para resistir en pie y no tumbarse, evitando así pérdidas en la cosecha.

En lo relativo a la resistencia a enfermedades, la evaluación se realizó en las parcelas sin fungicida, es decir, una de cada variedad en la campaña 20/21 y en todas en la 21/22. Los resultados fueron claros una vez más: barbillas y candeales, las variedades más antiguas, mostraron menor tolerancia a la roya amarilla el primer año; y el segundo, incluso con una sequía que perjudicó el desarrollo de los hongos, fue de nuevo el trigo de los años 40 y 50 el que más afectado se vio.

Por lo que se refiere al peso específico del grano, apenas existieron diferencias entre los cuatro grupos de semillas. Los análisis realizados con la cosecha del 2021 dieron la cifra más alta en una variedad obtenida después de 2010 (815 gramos por litro), a pesar de que la mayor media la consiguieron las de mitad del siglo pasado.

Por otra parte, las variedades de hace casi un siglo presentan un aspecto interesante en cuanto a propiedades nutricionales: poseen un mayor porcentaje de proteína, lo cual mejora la calidad del trigo. Sin embargo, con una perspectiva más amplia es fácil darse cuenta de que ese mayor porcentaje no compensa al agricultor la diferencia de rendimiento; es decir, los granos de hace 80 años tienen más proteína, pero esos cultivos producen muchos menos granos, por lo que la cantidad de proteína que se obtiene de una hectárea es superior con variedades recientes que producen más granos. Aparte de esto, hay que tener en cuenta que las concentraciones de abonado fueron las mismas en todos los casos, pero es evidente que las variedades con mayor rendimiento tienen unas necesidades superiores en este sentido, por lo que pudieron verse afectadas.

En la campaña de 2022, los resultados y las comparaciones entre grupos fueron similares, teniendo en cuenta que la sequía provocó una caída generalizada del peso específico del grano.

Conclusiones.

Tras el análisis de los datos de las dos campañas, el informe destaca que las variedades obtenidas tras la revolución verde (a partir de los años 80) rinden significativamente más que las variedades que se cultivaban antes de este evento. La mejora genética ha ido por lo tanto encaminada a una mejora de la productividad. Se observa también que, en general, los materiales más antiguos son más susceptibles a las enfermedades, principalmente la roya amarilla, y poseen una mayor altura que las variedades modernas, siendo por lo tanto el índice de cosecha (grano/biomasa total) muy bajo. Este aspecto es importante porque una planta no puede generar biomasa sin límite. Si su capacidad se desvía del grano a la producción de paja, el rendimiento caerá inevitablemente.

En relación a la calidad, si se habla de proteína, es cierto que porcentualmente las variedades antiguas poseen un mayor contenido; sin embargo, cuando se considera el volumen total de proteína cosechada (kilos por hectárea) este valor es mucho mayor en las variedades modernas.

Existe otro debate, que radica en la calidad de esa proteína y si las variedades antiguas poseían un mayor valor nutricional o mejores propiedades organolépticas. Esas cuestiones se están analizando ahora. No hay que olvidar que al proyecto de ANOVE e Itacyl le quedan dos años y ahora mismo está en pleno desarrollo el cereal que se sembró en noviembre en la vallisoletana finca Zamadueñas para llevar a cabo el tercer ensayo.