Noches en vela a 3.400 kilómetros de Kiev

A.I.P.
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Iryna Kysil, Tatyana Sergiyenko y Yaroslava Sovich, ucranianas residentes en Soria, cuentan cómo están viviendo la invasión rusa de su país. Parte de su familia permanece en la zona de conflicto

Noches en vela a 3.400 kilómetros de Kiev - Foto: Eugenio Gutierrez Martinez

La invasión de Rusia sobre Ucrania se recrudece cada día. Nueve días de  bombardeos, disparos, asedio... sobre Kiev, Járkov, Jersón, Mariúpol ... Nueve noches de insomnio, miedo, tristeza, impotencia... para las ucranianas Iryna Kysil, Tatyana Sergiyenko y Yaroslava Sovich. Las tres mujeres residen en Soria desde hace años y desde esta ciudad castellana, a más de 3.400 kilómetros de Kiev, cuentan cómo están sufriendo el conflicto, cómo aguardan con desasosiego a que amanezca para contactar con los familiares y amigos de sus país... Con hermanos, sobrinos, primos, abuelos... que están padeciendo en primera línea la ofensiva.

«En Kiev están mi hermano con su familia, primos y amigos. Mis padres están en España. Fue mi madre la que me llamó a las 4.00 de la mañana el día de la invasión, llorando, porque le avisaron desde allí de que estaban bombardeando. Fue un shock, no podíamos entender que fuera verdad. En la CNN vi en directo cómo los tanques entraban por la frontera de Bielorrusia. A partir de ese momento ha sido imposible dormir», cuenta Iryna Kysil, que reside en España desde hace 25 años y teletrabaja en Soria, donde vive su familia española, desde el confinamiento por la pandemia.

Tampoco Tatyana concilia el sueño desde hace más de una semana. Llegó a Soria hace 18 años con su madre y desde hace tres es propietaria de la floristería Castillo en la capital, donde estuvo empleada durante siete años. «Tengo a mi abuela en la zona de Donbás y familia en Kiev, a una prima y a mi tío. En la capital lo están pasando muy mal. La primera noche bajaron a un refugio, pero mi tío es mayor y no quiere moverse más de su casa. Duermen escuchando tiroteos. A primera hora de la mañana llamamos para ver cómo están, si ha llegado pan, si tienen comida y luz, porque eso es lo principal», señala.

Solo dos días antes de la invasión rusa, el hijo de Yaroslava, residente en Lviv, se fue de vacaciones con su novia a República Dominicana. Desde el Caribe viajarán a España, aunque está dispuesto a regresar a Ucrania para defender al país. «Llevo 21 años en Soria, llegué con 32 años, me quedé y aquí me quiero jubilar», confiesa Yaroslava, trabajadora de Fico Mirrors. Su hija volvió a Soria en 2014, cuando estalló el conflicto en el este de Ucrania, en Donbás, y su hijo, que ha vivido en la capital soriana desde los siete años, se trasladó a trabajar a Lviv hace un año. 

«Consiguió un buen empleo en Lviv, cobraba más que aquí [...] Menos mal que ha tenido esa suerte [estar en República Dominicana en el momento de la invasión]. Dice que si hubiera estado, no habría salido a ningún lado, quiere defender Ucrania. Y asegura que no estará aquí mucho tiempo. Yo no quiero que vuelva, no», sostiene. 

Lviv (Leópolis) es «una de las zonas más tranquilas» y turísticas de Ucrania y allí Yarolasva tiene una vivienda, que ha prestado a una familia con niños que no conocía. «Mi vecino trabaja en Kiev y sabía que buscaban casa, no tenían dónde ir. Nos lo dijo y se la dejamos. Estamos preocupados por mis sobrinos, por mi suegra... es mayor y lo está pasando muy mal», afirma.

incertidumbre. La incertidumbre sobre el paradero de familia y allegados salpicada de las crudas imágenes que narran el ataque ruso en distintos puntos de Ucrania se ha instalado en la vida de las tres mujeres y de sus respectivos entornos. La impaciencia por contactar con los suyos se mezcla con el temor a lo que escucharán al otro lado del teléfono. 

«No sabes si por la mañana vas a volver a hablar con los tuyos. Vivimos en una realidad paralela, con miedo, nervios, odio, rabia... todo a la vez. El primer día, mi prima se fue al metro, pero estaba lleno y no había sitio ni para estar de pie. Ahora duerme en el suelo del baño. Cada mañana me cuenta que escucha disparos sin parar toda la noche, que nunca pensó que podría dormir con ese ruido. Y ya se ha acostumbrado», explica Iryna.

La abuela de Tatyana reside en la zona de Donbás, pero en un pueblo, donde la ofensiva rusa, por el momento, no ha llegado. Cerca está ubicada una base militar ucraniana y tras el ataque desplegaron sus efectivos, por lo que atravesaron la localidad para dirigirse hacia Kiev. «La gente se impresionaba, aunque sabían que eran ucranianos e iban de paso. De momento, allí no se escucha nada [...] Pero es que, aunque no tengas familia en peligro, da igual, el trauma es para todos. Estamos deseando ayudar desde aquí, pero no sabemos cómo hacerlo», lamenta.

Las compatriotas ucranianas coinciden en que, desde  2014 (crisis de Crimea), la respuesta de Europa ha sido tibia respecto a la actuación de Vladimir Putin. «Llevamos desde entonces en guerra con Rusia y no se han tomado medidas para frenar esto. Se han perdido ocho años», considera Yaroslava. Ese año, ante la situación de inestabilidad, su hija, que «había terminado la carrera, tenía trabajo y todo», volvió a Soria.

Sobre el conflicto iniciado en 2014, Tatyana pone el acento en que su ciudad, Kramastorsk, «fue destruida», motivo por el que también su hermano, su cuñada y dos sobrinos emigraron a Soria entonces. «Menos mal, porque ahora no hubieran podido salir», aduce.

En términos similares se pronuncia Iryna: «La respuesta de Europa, bien; pero la esperábamos hace mucho tiempo. Las sanciones que se impongan ahora tendrán efecto a largo plazo y nosotros necesitamos una solución ya, porque es una cuestión de vida o muerte, de existencia del país y de su gente. Ucrania no se rinde, la gente está muy motivada. Nunca se ha visto el país tan unido».

En esta última reflexión están de acuerdo Tatyana y Yarolasva, en la fuerza ucraniana con la que la población está encarando la invasión rusa, comprendiendo tanto al que huye del conflicto como al que se queda o viaja hasta allí para sumarse a la resistencia ucraniana.

«Cada uno conoce sus circunstancias y es libre de hacer lo que quiera, no voy a juzgar a nadie. El que se queda es un valiente y el que se quiera ir, está bien. Eso sí, los que dicen: después del COVID, ahora la guerra de Ucrania... Y pienso: ojalá no le toque a nadie pasar por lo que estamos pasando...», añade Tatyana.

esperanza... Cada día que pasa, la ofensiva rusa se endurece. El ánimo se resiente. Y el final del conflicto bélico se aleja. «Confiar, confiamos en que esto pare pronto, pero... Tiene que alcanzarse una solución, entre todos», ruega Tatyana. «Esperanza... no sé. Algo tiene que pasar allí, por parte del entorno de Putin, cuando las sanciones hagan pupa y sean los propios oligarcas rusos quienes hagan algo... Hay que ser realistas [...] Y necesitamos que nos ayuden a proteger el cielo, porque nos bombardean y lanzan misiles desde el aire, alcanzando viviendas y matando a civiles. Las tropas no van a entrar, pero al menos que nos ayuden en el cielo, que neutralicen los misiles, que de la tierra nos ocupamos nosotros», urge Iryna.

Pasan las horas, los días, las largas noches en vela... «Parece que llevamos años de lucha», apostilla Yaroslava. Agradecen cómo se ha volcado el pueblo soriano con el ucraniano, todas las muestras de apoyo y de cariño que reciben desde el 24 de febrero. «Trabajé cinco años de camarera en el Círculo Amistad Numancia y clientes de entonces, a los que hace tiempo que no veo, me han llamado para saber cómo estoy», resalta Yarolsava.

A la floristería de Tatyana acuden a mostrarle apoyo. Recuerda que ella llegó a Soria con  su madre cuando solo tenía 15 años, por lo que ha crecido en esta ciudad y es aquí donde tiene sus amigos.

Para finalizar apelan a la ayuda humanitaria que necesita su país y al respaldo institucional (Ayuntamiento de Soria, Diputación Provincial y Junta) para la recogida de material sanitario y medicamentos, para implementar de este modo las acciones que están desarrollando distintas empresas y organizaciones sorianas.