Jesús Bachiller

Jesús Bachiller


España no es un país turístico

23/10/2022

El sector turístico es un pilar fundamental de la economía española, tanto por su contribución al PIB, entorno al 12,4%, como por su creación de empleo, alrededor del 13%. El turismo ha sido tradicionalmente el sector que ha contribuido a equilibrar la balanza de pagos en España, sistemáticamente negativa por efecto del déficit comercial. Todo ello le convierte en un sector estratégico. Además, en la última década, por distintas circunstancias geopolíticas, el turismo español ha dado un salto cuantitativo espectacular, hasta superar los 83 millones de turistas extranjeros en 2019, alzándose a la segunda posición del ranking mundial. Sin embargo, España no es un país turístico. Solo un puñado de comunidades y provincias lo son. El resto se mueve en valores muy modestos.
Según el INE, en 2019 tan solo 6 comunidades -Cataluña, Baleares, Comunidad Valenciana, Andalucía, Canarias y Madrid- concentraron por sí solas el 90,2% de los turistas que nos visitaron. En lo que llevamos de este año post pandemia, en el que casi se han recuperado las cifras pre Covid-19, entre enero y agosto esas 6 comunidades han elevado su peso al 90,6%. Precisando aún más, en los 7 primeros meses de 2022 las seis primeras provincias reunieron el 58,5% de los turistas procedentes del extranjero. Todas ellas, excepto Madrid, son provincias costeras -Barcelona, Baleares, Tenerife, Alicante y Málaga-. Si lo extendemos a todos los viajeros, las seis provincias atrajeron al 47,6% de todo el movimiento turístico. Estas proporciones, pese a las estrategias políticas a favor de la diversificación turística, no solo no han variado, sino que incluso se han acentuado. En 1998, por ejemplo, las seis primeras provincias atraían al 70% de los viajeros extranjeros y al 50% del total de viajeros en establecimientos hoteleros.
El turismo en España fue una opción que promovió el régimen franquista a finales de los años 50, en un país arruinado, atrasado, que apenas había conseguido superar los niveles económicos de preguerra. Pronto se acomodó el turismo de sol y playa como un modelo de éxito, que, por una parte, seducía a la creciente clase media europea bajo el eslogan 'Spain is different', y, por otra, proporcionaba importantes divisas al régimen. Se trataba de un turismo low cost, en torno al cual se fue desarrollando una industria cada vez más compleja, cuyo objetivo era atraer un número creciente de turistas. Ello supuso una transformación radical de los espacios costeros, los viejos pueblos de pescadores se poblaron de rascacielos, de grandes edificios de hoteles y apartamentos, la sociedad se fue transformando y el centro de algunas ciudades se ha convertido en un gran alojamiento turístico. En gran medida, este sistema sigue vigente en nuestros días. Su competitividad se basa en la permanencia de una mano de obra barata, con condiciones laborales precarias y horarios desordenados.
La evolución de la situación económica actual amenaza la continuidad de este modelo. La saturación de algunos destinos, como Barcelona o Baleares, están creando serias contradicciones, con fuertes impactos económicos, sociales, urbanísticos, comerciales o de convivencia. En el otro extremo, el turismo interior, en sus más diversas modalidades, no acaba de despuntar frente al empuje del modelo tradicional, pese a la diversificación de la demanda. Aparecen nuevas iniciativas públicas, como la que pretende hacer de Soria un paraíso del deporte, que nos parece muy acertada, porque se necesita más oferta y más actividades. Pero da la impresión de que falta apoyo y gestión, mejor aprovechamiento de los recursos, iniciativa privada o seguimiento de las actuaciones.
Equilibrar las cifras territoriales para evitar estos extremos sigue siendo una asignatura pendiente en la política turística de nuestro país. La situación económica actual, inducida por la guerra, con una elevada inflación y los precios de la energía disparados, así como la propia evolución de la sociedad, por la falta de profesionales, por la demanda de mejores condiciones laborales y la justa pretensión de una mejor calidad de vida, acabará provocando un considerable encarecimiento de los servicios turísticos. Todo ello va a suponer cambios generales en el sector de hostelería y restauración, que hará replantear los modelos de low cost vigentes hasta ahora.