Alberto Molinero

Alberto Molinero


La generación de cristal

06/11/2022

A nuestra generación nos identifican por este término: por un lado tenemos una creciente fragilidad emocional y por otro lado somos muy transparentes. La fragilidad tiene muchas caras. Las generaciones anteriores son probablemente igual de frágiles, aunque no lo demuestran, y esta falta de educación emocional se suple con exigencias trasladadas a los jóvenes. «Quieren lo mejor para nosotros» y que no nos falte de nada: estudia una buena carrera y no te faltará trabajo, busca un buen trabajo y no te faltará dinero, compórtate de tal forma y los demás te respetarán, enamórate de quien debes y nadie te juzgará. La receta perfecta para la felicidad.
Llevamos años intentando cumplir estas pautas y somos la generación con los mayores índices de ansiedad: uno de cada dos jóvenes en España asegura haber sufrido algún problema de salud mental. Pero claro, la ansiedad a no cumplir las expectativas o lo que se espera de nosotros (ser un niño bueno, sacar buenas notas, estudiar una carrera, etc.) hace que los jóvenes vayamos cargando a nuestras espaldas una gran responsabilidad y un terror al fracaso. Todos estamos expuestos diariamente al fracaso, lo hacemos continuamente, el problema no es el fracaso sino que no sabemos gestionarlo porque nadie nos lo ha enseñado como opción.
«Es muy joven, ya se le pasará». Esta frase puede oírse recurrentemente en nuestras calles, pero estar triste o ansioso como estado no debería ser la norma. Muchas veces pensamos que no tenemos derecho a quejarnos porque disfrutamos de ciertos privilegios: ¿Por qué vas a estar triste si no te falta de nada? Tienes un techo, comida en la mesa.... Pero la sensación de no ser «lo suficiente» nos atormenta continuamente, y más aún con la llegada de la tecnología y las redes sociales que aumentan las comparativas y la competitividad tóxica de medirnos como personas o como profesionales por el número de likes o seguidores, de desear tener vidas perfectas con mansiones, yates, viajes y cuerpos esculpidos por los dioses a los que no es fácil que lleguemos. Crecemos con modelos a alcanzar irreales y distorsionados. Internet se ha convertido en una medida de cómo nos ven los demás. Me sorprende bastante lo que llega a afectar a nuestra higiene mental el punto de vista del otro, cuando el otro muchas veces es simplemente un nombre y un número de seguidores, nada más.
¿Cómo los jóvenes no vamos a tener ansiedad si no creemos en el futuro? Si vivimos bajo una hiperprecarización de la vida: un acceso a la vivienda imposible, una inestabilidad laboral que produce que tengamos que vivir al día, transformando nuestras expectativas de futuro en una utopía.
Pero lo que más me preocupa son los datos del INE: el suicidio se ha convertido en España en la primera causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años. Once personas se suicidan al día, once lo consiguen pero muchas más lo intentan. La desidia política no hace nada al respecto. La salud mental en nuestro país es un artículo de lujo para los que pueden acceder a ella pagando. ¿Qué dice de nosotros como sociedad si no ponemos una solución a esto?
Estaría bien quitar el estigma de la salud mental «está loco» e intentar cuidar a los demás y ofrecer nuestra ayuda si es necesario o un acto tan sencillo como simplemente ESCUCHAR.