De las bombas de Siria a la paz de Soria

Sonia Almoguera
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Una familia Siria refugiada habla de su traumática experiencia en la guerra de su país desde la tranquilidad alcanzada hace ya seis meses en Soria

De las bombas de Siria a la paz de Soria

El rostro de Faida refleja bondad y muchísima serenidad y en el de su hijo Ahmed, de 18 años de edad, no deja de asomarse la sonrisa. Las niñas, Fawzya (15 años) y Ikhlas (12) muestran su alegría y entusiasmo pronunciando divertidas las palabras que aún no conocen de ese castellano que, día a día, van hablando mejor. «Gracias» es el vocablo que el padre, Abd El Majid, no deja de repetir. 

A simple vista no se percibe la sombra de la tragedia, que comenzó para ellos hace ya 11 años y dos meses, cuando una terrible guerra civil se desató en su país, Siria, y acabó para siempre con esa vida tranquila y feliz que llevaban en Idlib, una hermosa población situada a unos 60 kilómetros de la ciudad de Alepo. Siria, donde la contienda aún no ha acabado, sigue doliéndoles. «Es una guerra injusta y muy dolorosa porque viene del dictador del país», explica Faida. 

A mediados de marzo del año 2011 una serie de protestas ciudadanas contra el gobierno de Bashar al-Assad alentadas por la llamada Primavera Árabe, que había acabado con otros regímenes totalitarios en Túnez, Libia y Egipto, derivó en un cruento enfrentamiento armado que se fue extendiendo y enfrentando a familias «con miembros en contra y otros a favor», recalca Faida. 

«Éramos muy felices en nuestro barrio. Todo era normal», explica Ahmed, que entonces tenía ocho años. Busca entre los archivos de su teléfono móvil y muestra un vídeo en el que, en apenas un minuto, se puede ver el antes de la hermosa Idlib y las ruinas del después, tras los intensos bombardeos y los feroces combates que se recrudecieron en 2015. La casa donde vivían ya no existe, asegura Faida. Dejaron allí sus recuerdos, no pudieron llevarse sus enseres. Salieron de Siria sólo con la ropa que llevaban puesta. «Yo tenía mucho miedo por los niños, que eran muy pequeños. No podía ni dormir. No teníamos comida. Vivimos con mucho frío. Sufrimos mucho», relata Faida. El abuelo murió por las bombas.

Los proyectiles que caían e impactaban por delante de sus pasos, los cadáveres desmembrados que encontraron en su camino huyendo del horror de la guerra han quedado atrás. En Soria, comenta Ahmed, las pesadillas van remitiendo. Aquí, se sienten tranquilos y muy apoyados. «La gente nos mira con cariño». Pero como señala el joven, el sonido de los aviones «se queda en la cabeza». Es inevitable. 

Esta familia sencilla y amable llegó hace aproximadamente hace seis meses a Soria procedentes de Líbano, país donde permanecieron ocho años que también fueron muy duros para ellos y, en cierta manera, la prolongación de los agónicos momentos que habían vivido en su país natal al estallar el conflicto armado. «Hemos sufrido mucho. En Líbano nos trataron muy mal. Como a enemigos, no como refugiados», explica Ahmed. 

Dejaron su casa, su ciudad y su país «buscando la paz» y es ahora, aquí en Soria, cuando comienzan a sentirla. Las niñas están muy contentas en el Colegio Escolapios y los padres, a su vez, se sienten muy agradecidos a la implicación de los docentes y de la Dirección del centro en todo lo que han precisado. Ahmed juega en el CD San José y sueña con poder hacer realidad su gran meta: ser una gran estrella del fútbol. Abd El Majid, que en Siria se dedicaba a las labores del campo y la agricultura, ha conseguido un contrato de trabajo de un mes. Aunque el idioma tiene sus dificultades para ellos, «poco a poco» van mejorando y aprendiendo nuevas palabras gracias a las clases que reciben en Cruz Roja. «Estamos esforzándonos», señala la madre.

de nuevo, lágrimas. Pero el pasado 24 de febrero Faida volvió a llorar. Algo muy hondo se removió en ella y en el resto de su familia contemplando las imágenes de la invasión militar del ejército ruso en Ucrania. «Sentí cómo fue, porque ya estuvimos en esa misma situación antes», explica gracias a Saida, la traductora que les está ayudando desde su llegada a la capital soriana y que se ha convertido, además, en una gran amiga. 

«Putin, malo», dice Faida en castellano. Es la única vez que la serenidad de su rostro se rompe y asoma a él algo cercano a la rabia. «Ucrania y Siria tienen un enemigo común: Putin», recalca Ahmed. 

En septiembre de 2015 el presidente de la Federación Rusa obtuvo el plácet oficial del Consejo de su país para 'legitimar' la ayuda militar a al-Assad que muchos analistas consideran un preludio de la invasión de Ucrania dentro de sus planes expansionistas. Esta familia siria se siente muy unida en el dolor al pueblo ucraniano y comparte con él su condición de refugiada en una provincia en la que han recibido todo el apoyo y la ayuda que les faltó cuando no les quedó más remedio que huir de Siria.  

Aunque Idlib se encuentra situado al norte del país, muy cerca de  la frontera turca, la crisis humanitaria que se vivía en esta zona, con millones de refugiados sirios, les decidió a probar suerte con otra ruta. 

«Los campos turcos estaban desbordados», señala Faida. Optaron por un trayecto más largo y accidentado para huir de Siria. Encaminaron sus pasos hacia Líbano. 

Allí tuvieron que pagar «en negro» para pasar la frontera. Pero no fue lo peor. Pronto empezaron a sufrir «mucho racismo» y su estancia allí comenzó a convertirse en una etapa tormentosa en la que temieron también por sus vidas. «Íbamos sin derechos de un sitio a otro. Un mes aquí, dos allá. Mi marido trabajaba en negro. Nos sentimos maltratados», añade Faida. 

Gracias a una fundación encontraron la ayuda necesaria para poder tramitar su caso como refugiados y surgió la posibilidad de venir a España. Faida, confiesa, tuvo entonces miedo. Su temor era que la mala situación que vivían en Líbano se repitiera aquí. Ahora sonríe. «Estamos felices», señala. 

Faida y Ahmed se ríen al percatarse de que Siria y Soria sólo se diferencian por una sola letra: la 'i' y la 'o'. «Es verdad», señalan divertidos. Pero no es la única similitud, apuntan. Soria también es pequeña como Idlib y está rodeada de naturaleza. La capital soriana les recuerda mucho a su antigua ciudad y casi por eso, desde el principio, no se sintieron extraños. 

Pasear por el parque de La Dehesa al caer la tarde les encanta y se ha convertido en una actividad habitual para la familia. Se sienten afortunados de estar en Soria. «Queremos integrarnos en la sociedad española sin perder nuestra cultura, nuestra raíz. Vivir en paz», insiste Faida, muy agradecida al cariño con el que han sido tratados en la capital soriana.

Los hermanos de Abd El Majid continúan en Siria. «No viven una vida normal, están siempre con miedo», explican a la par Ahmed y su madre. No lamentan haber abandonado su país, pero no pueden evitar que la cabeza «piense en lo mal que lo pasan allí» todavía.

Es difícil para ellos entender que ese país hermoso que vivía del turismo ha quedado reducido a escombros. «Ahora está todo destruido», recalca Ahmed. 

Lo tienen claro: no volverán a Siria. «Hemos sufrido lo suficiente y no queremos volver a sufrir más», insisten Faida y su hijo Ahmed. Nunca, recalcan, regresarán. «Jamás», reiteran. «Para cerrar las heridas lo mejor es no volver a recordar», señala Ahmed con una sonrisa triste. Y aunque la guerra por fin acabe, «no tenemos confianza en el gobierno [de Bashar al-Assad]», detalla Faida.

«dolor». Tardarán, aseguran, en superar el trauma de la guerra, ese «dolor que no podemos quitar», el recuerdo del sonido de los aviones que tiraban las bombas, los cuerpos, en muchas ocasiones, desmembrados, que yacían en los caminos, los gritos y después el ruido sordo de la destrucción... Las duras condiciones de vida y las dificultades en las que tuvieron que seguir sobreviviendo en Líbano. Las pesadillas, apunta Ahmed, están «algo mejor que antes, van más tranquilas», pero es consciente de que tardarán aún algún tiempo en irse. 

España ha significado, en este sentido, la luz al final del túnel. Una bonita luz llena de esperanza que les ha alumbrado desde el primer día. Cuando abandonaron Líbano, Ahmed vio claro que no olvidaría el pasado, pero que «tenía ante mis ojos empezar el futuro». España, Soria, asegura, son para él el punto de partida de un nuevo principio, seguro, en paz; más feliz. 

Se han adaptado muy bien a Soria. La pequeña de la familia, Ikhlas, que es muy sociable, ha hecho ya muchas amistades y se siente «relajada» y muy contenta. Le encantan los gatos y estudiar en el colegio. Como su hermano Ahmed, la sonrisa es una constante en su rostro. Fawzya tiene un carácter más reservado y le ha costado un poco más integrarse. «Pero está mejor que al principio», asiente Faida con la cabeza y una mirada llena de dulzura. Ahora está muy contenta. 

Cuando las dos niñas llegaron al Colegio Escolapios, a finales del primer trimestre del curso escolar,  el idioma fue todo un reto. El centro puso a su disposición ordenadores con un programa de traducción para que pudieran seguir con facilidad las clases. Y los idiomas parece que han conquistado a Fawzya porque asegura que su asignatura favorita es el inglés. 

Retomar sus estudios también es el objetivo de Ahmed, que este curso no pudo matricularse. De carácter muy abierto, aunque en Soria hay también sirios refugiados de su edad, él prefiere hacer amistades con sorianos o jóvenes de otros países. Con su acostumbrada sinceridad, «digo siempre lo que siento», asegura sin perder la sonrisa, señala que prefiere aprender español con los españoles.

Al principio tuvieron que compartir vivienda con otra familia de refugiados, de origen latinoamericano. Fue complicado acostumbrarse, insiste Faida, porque echaban en falta algo más de intimidad familiar. Pero hace ya casi un mes que se mudaron a su nueva casa en la que viven solos los cinco miembros de la unidad familiar. Están encantados.

el amor como arma. Ver cómo se quiere, cuida y arropa esta familia ofrece sin duda la respuesta a la pregunta de cómo se puede superar la guerra, la dureza del exilio, las dificultades del idioma y de enfrentarse a una cultura totalmente distinta. 

Juntos, con el amor que se profesan, han conseguido salir adelante a pesar de todo y justo ese cariño es el que les ayudará de nuevo en esta etapa que afrontan en Soria con mucha ilusión. «Gracias, gracias», repite sin descanso y también como una gran sonrisa Abd El Majid.