Más que el bar del pueblo

Ana I. Pérez
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El cierre de la hostelería deja aún más vaciada la Soria menos habitada. Algunos se han sumado a los pedidos para llevar, a sabiendas de su escasa rentabilidad. Y los demás resistirán, a pesar de las dificultades

Más que el bar del pueblo - Foto: Eugenio Gutierrez Martinez

No sería justo -ni políticamente correcto- comparar bares con consultorios médicos rurales. No procede, menos aún en tiempos de pandemia, mentar el mínimo recorte sanitario. Pero es irrefutable que, más allá del agujero económico que no es menor que el de los establecimientos de hostelería urbanos, la pérdida social del cierre de la hostelería en los pueblos es incalculable. Con el SARS-CoV-2 al acecho, no está bien visto hablar de encuentros, pero no puede negarse que el mejor cicatrizante para las heridas de la soledad se halla en el bar del pueblo. Reside en ese espacio de toda la vida en el que caben jóvenes, menos jóvenes, mayores y de edad más avanzada. En esa barra donde el codo izquierdo reconoce su hueco, en la mesa donde cada tarde se cantan las cuarenta o en el rincón del vermú dominical después de misa.

A veinte minutos de Soria está enclavado Almarza, municipio con cerca de 600 habitantes que, dada la radiografía demográfica soriana, puede considerarse afortunado. Pero, «amiga», me aclara un parroquiano en el exterior del Bar Piqueras, «tengo contados ahora unos 150 que duermen en invierno». Son las tres de la tarde, cuando arranca la hora del café. Y un goteo de clientes llega a la entrada de este bar donde se ha dispuesto una barra para servir bebida y comida para llevar. Es el único establecimiento del entorno que con el cierre de la hostelería el pasado 6 de noviembre dio el paso de ofrecer este servicio más propio de las ciudades. Miguel García y José Antonio González, cocinero, decidieron no quedarse en casa y continuar al pie del cañón. Entre los primeros a elegir del día, cocido montañés, ensalada, revuelto de boletus y risotto de setas; y de segundo, secreto, churrasco o bacalao a la cántabra. Los postres, siempre caseros. «Es un menú serio», puntualiza el cocinero. Una oferta que se completa con raciones, pizzas, hamburguesas, sandwiches... a gusto de todos. «Los bares son parte del ADN de las personas», defiende. 

El goteo de los cafés no para. «Estamos todo el día en casa, al menos puedes echar un cafelito. Gracias a este señor -señala a Miguel- podemos salir un poco», asegura un cliente llegado de San Andrés. El pueblo está desierto. Solamente en las inmediaciones de este bar hemos contado a una decena de personas que, cada poco, se han ido acercando a por su café en vaso de plástico. Alguno a por la comida, que aún es hora. «Esto es lo que te ayuda a seguir, que la gente no se olvida de ti», admite Miguel García, que cogió las riendas del bar hace un par de meses, después de tres años como camarero en el local.

pueblo numantino. Quince kilómetros separan Almarza de Garray, el pueblo numantino, uno de los núcleos sorianos que más turismo absorbe. Los tres bares y dos restaurantes de la localidad, cerrados. Ni un alma por la calle. Quedamos con Héctor de la Mata, propietario de uno de los establecimientos históricos, el Bar Restaurante Goyo. Cuenta que en enero iniciaron la reforma integral del local, que ha supuesto una gran inversión, con la intención de reabrir el 18 de marzo, en vísperas del Campeonato de España de Duatlón, con el que habían colgado el cartel de completo tanto en alojamiento (Hostal Goyo y Hotel Doña Paula) como en reservas del restaurante. Hasta junio no pudo reabrir. «La hostelería, sobre todo en el medio rural, ya estaba herida de muerte y la pandemia le ha puesto la puntilla», lamenta. Y eso que, reconoce, durante el verano pudieron «trabajar bien», aunque no para salvar las pérdidas de Semana Santa, puentes, comuniones, eventos deportivos...

Ahora no está parado porque sigue atendiendo los alojamientos, gracias a las obras en el Parque Empresarial de Medio Ambiente (PEMA) y del aeródromo. Aún así, el futuro es incierto. «Es un negocio familiar, te permite ir tirando. Pero sin ayudas, la supervivencia es complicada», afirma.

punto de unión. A menos de tres kilómetros se ubica Tardesillas, una de las cinco pedanías de Garray. Allí nos espera María Hernández, Donde Siempre, el único bar del pueblo. Hace un rato que ha terminado el servicio de comidas para llevar por el que se ha decantado en este segundo cierre impuesto al sector. «Doy ocho o diez comidas, que no está mal, pero lo que quiero es abrir, el contacto con la gente», significa. 

Advierte de que la gente está «un poco deprimida» y de lo importante que es para un pueblo pequeño como este «salir a almorzar 10 minutos o a tomar un café y ver al vecino». María Hernández señala que, gracias a que el verano estuvo animado y que le ‘perdonan’ el alquiler del local este mes, puede continuar con el negocio.

en un barrio. De vuelta a la capital paramos en Las Casas, uno de los cuatro barrios de Soria. Nos espera Roxana María Pura, que regenta Casa Toño. Avisa antes de acceder al local que ha aprovechado para darle una mano de pintura y que está manga por hombro. Es el único restaurante activo en Las Casas desde marzo y, aún así, el volumen de negocio ha caído. «Claro que piensas en tirar la toalla, pero seguiremos porque somos una familia», argumenta. En el estado de alarma recibió 600 euros de la ayuda a autónomos y ahora, 2.000 euros de la Junta para el alquiler. Menos es nada.