Laura Álvaro

Cariátide

Laura Álvaro

Profesora


Carnavales y disfraces

29/02/2020

Se acabó el Carnaval y, además de grandes momentos de diversión y creatividad, también nos ha dejado espacio para la reflexión y el análisis. Y es que parece que durante estos días el filtro desaparece, y todo está permitido. Pero no, ha llegado el momento de evolucionar y tomar conciencia de las consecuencias de nuestros actos o -en este caso- de nuestros disfraces.  
Son varios los frentes que me gustaría abarcar desde estas líneas. Comencemos hablando de esos trajes que, año tras año, tiran de estereotipos. Me niego a creer que los mil cuatrocientos millones de ciudadanos de la República Popular China empleen en su día a día el tradicional sombrero Non lá (que, por cierto, pertenece a la cultura vietnamita). Sin embargo, es inevitable encontrarlo como complemento en los disfraces que hacen referencia a esta nacionalidad. Hay muchos ejemplos más; uno de los que más me ha llamado la atención –tras googlear la búsqueda “disfraz de negra” son los falsos traseros que acompañan a los trajes de africana. Pero, ¿cuál es la parte negativa de esta simbología? La periodista Lucía Mbomio hablaba de ello en su cuenta de Instagram hace unos días, con una reflexión de lo más interesante. Aseguraba que “existe una construcción (racista) en torno a lo que supone ser negra y que disfrazándonos perpetuamos”. Estos estereotipos parten de la misma área geográfica, lo que se identifica como primer mundo, y en ellos plasmamos también una serie de creencias y actitudes que no siempre son las más adecuadas para con las personas con rasgos racializados. Así que el –a priori- inofensivo disfraz está manteniendo un imaginario colectivo cargado de desigualdades. 
Y, continuando en esta misma línea, creo que también es necesario fijar la atención en la diferencia que existe entre los disfraces femeninos y masculinos. ¿Por qué los destinados a mujeres tienen una cantidad de tela menor? Da igual la temática, no es necesario nada más que hacer una breve exploración por cualquier buscador de la red para ser consciente de la hipersexualización que reflejan los trajes de carnaval dirigido a este sector de la población. La finalidad estética, el querer vernos guapas (anhelo con el que se programa a las niñas desde casi el momento de su nacimiento) también redunda en estos días, por encima de obviedades como estar cómodas para disfrutar al máximo del momento festivo.
Por último, me parece necesario girar la vista hacia el tema medioambiental. Y es que, en plena batalla de reducción del consumo de plásticos, resulta que los disfraces realizados con bolsas de este material siguen siendo la realidad más común en la mayoría de centros escolares. Estamos hablando de miles de bolsas que se utilizarán solo durante unas horas, para acabar al final del día –en el mejor de los casos- en el contenedor amarillo.  
Cierto es que el origen festivo del carnaval ofrece un entorno en el que la chanza amplía los horizontes de permisividad. Incluso, en los últimos tiempos, este evento ha servido de excusa con fines más reivindicativos que lúdicos. Sin embargo, como pasa siempre, es necesaria una revisión y actualización del concepto. No podemos quedarnos anclados en posturas retrógradas y dañinas, es necesario buscar la mejor versión de esta cita cultural que, año tras año, nos ofrece una nueva oportunidad de disfrute desde el respeto.