Luis Miguel de Dios

TRIGO LIMPIO

Luis Miguel de Dios

Escritor y periodista


Futuro

24/03/2020

Atrapados por el duro e incierto presente, hemos aparcado el futuro, como si el mero hecho de pensar en él aumentara la incertidumbre, el desasosiego y el miedo. Es una reacción normal, lógica. Ahora hay que centrar los esfuerzos de todos (gobiernos, instituciones, sanitarios, ciudadanos) en frenar la pandemia, evitar su difusión, recuperar a los afectados y acabar con el coronavirus. Y cuando acabe todo, que acabara, volcarnos en el mañana con el objetivo básico de crear una sociedad menos desigual y más vivible que la actual. Y, especialmente, más consciente de sus limitaciones, de sus errores, del daño que está produciendo la absurda carrera por ganar más y ser el primero en todo, del peligro de romper definitivamente con la naturaleza y abocarnos así a la destrucción del planeta. Nadie creyó nunca que un bichito (o lo que sea) procedente de China pudiera causar tantos y tan fuertes perjuicios en tan poco tiempo. ¿Cómo podría suceder tamaña catástrofe si esta civilización occidental era la más alta, la más guapa, la más avanzada, la indestructible? Nos equivocamos. Las consecuencias, todavía inimaginables, están ahí. Por eso conviene, a mi juicio, ir pensando en el futuro, aunque lo prioritario, claro, sea salvar vidas humanas. Y construir ese porvenir nos exige propósito de la enmienda. De nada valdrán los golpes de pecho actuales si, al sentirnos libres del COVID-19, repetimos pasados fallos. Entre ellos, esa obsesión liberal-conservadora y de las JONS por privatizar hasta el aliento, de no creer en lo público, de situar el dinero, la rentabilidad, el estatus por encima del Hombre, de su bienestar. Y ahora, los privatizadores se quejan de falta de medios humanos y materiales y se convierten, obligado te veas, en los primeros, y más firmes, defensores de lo público, del interés social, de la solidaridad. ¿Lo mantendrán cuando la pandemia sea solo el horrible recuerdo de una pesadilla? Tengo mis dudas, muchas. ¡Cuánto me gustaría que nuestros barandas quedaran abrazados mañana por aquella sentencia bíblica: “Arrepentidos los quiere Dios”. Veremos.