Editorial

El coste de hacer política de bloques amenaza a los candidatos

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La fragmentación del voto que catalizó la crisis financiera de 2008 y la posterior espiral de paro, desahucios y endeudamiento parecía ser el fin del sistema bipartidista que, con el concurso de gran calado de los nacionalismos, había sostenido el pulso político del país desde el asentamiento de la transición hasta el siglo XXI. La llegada de formaciones como Podemos, Ciudadanos y, más tarde, Vox, abría un nuevo sistema en la historia reciente de España: el de bloques. Ninguna fuerza política, y así se acreditaba en cada convocatoria electoral, sumaba por sí misma apoyo suficiente como para gobernar con ciertas garantías. Se hacían necesarios los pactos.

El problema se manifestó con la materialización y posterior activación de esos pactos. Los partidos mayoritarios, inicialmente aferrados a su raíz constitucionalista, se vieron arrastrados por los minoritarios, que impusieron su criterio hasta lograr echar al monte a, fundamentalmente, PSOE y PP. Ahora, ambas formaciones, las que se verdad son una alternativa de gobierno para España y las que, con densos episodios de sombra pero también con capítulos de luz, han llevado al país desde el blanco y negro más casposo de Europa hasta los concilios de las mayores economías del mundo, buscan retomar la vía del centro, que es en la que el bipartidismo ganaba las elecciones. Esto es, la atomización del voto mengua y los adanistas que vinieron a jubilar a la «casta», la «vieja política» y el «régimen del 78» pierden apoyo por su nula aportación al sistema, cuando no por su responsabilidad en una manifiesta involución.

En este contexto, el partido que se muestre más dispuesto a entenderse con su némesis natural tendrá ganada una cuota electoral que puede ser determinante. PSOEy PP tienen ahora que mostrarse y demostrarse como partidos capaces de entenderse. Los ciudadanos observan estos días las posiciones en cuestiones de gran preocupación social como el caso de la fallida ley del 'solo sí es sí'. El PSOE se ha proyectado como un rehén de Unidas Podemos hasta el límite, pero ha rectificado. Con 400 depravados más en la calle, eso ya no lo evita nadie, pero ha rectificado. El PP, por su parte, ha sabido entender que no se puede criticar una cosa y oponerse a su arreglo. Por tanto, facilitó la tramitación de la reforma de la cuestionada ley sumando sus votos a los del PSOE para hacer mayoría en la mesa del Congreso. La dificultad para el PSOE ahora es doble. Por un lado deberá superar el daño causado, que ha sido mucho más grave de lo previsto, y por otro decidir si acude a las elecciones como un partido capaz de llegar a consensos de Estado que la ciudadanía pide a gritos o sigue enriscado en un falso orgullo que puede pagar carísimo.