La Natividad de Castillejo de San Pedro, el románico salvado

T.G. / J.M.I./ L.C.P.
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El muro de la espadaña se culmina a piñón con cubierta de lajas y cruz latina

La Natividad de Castillejo de San Pedro, el románico salvado

Tanto nos había impresionado Castillejo de San Pedro en nuestra anterior visita que el día 3 de noviembre nos dispusimos para volver a paraje tan peculiar. El día estaba indeciso y oscilaba entre la amenaza de lluvia y unos tímidos rayos de sol. La temperatura había bajado, pero resultaba agradable el paseo por los campos de estas tierras. 

Puesto que la carretera estaba cortada tanto por Magaña como por San Pedro Manrique, tuvimos que coger el desvío de Matasejún. Allí volvimos a la carretera que une San Pedro con Magaña y Matalebreras. Es una carretera que deja a la izquierda un valle profundo y abandonado. Allí, solitarias, yacen algunas localidades como Castillejo, Las Fuesas, Valdelavilla, reconvertida en plató cinematográfico, o El Vallejo. Tan abandonado está este valle que hasta los letreros que marcan el cruce para bajar a él tienen sus letras desgastadas y sin pintura. Tan poco transitada está la carretera que en su centro conviven con tranquilidad varios corzos sorprendidos de la presencia de nuestro vehículo. Al llegar a Las Fuesas, después de transitar por una fuerte pendiente no exenta de curvas peligrosas, hay que ascender por una empinadísima cuesta hasta alcanzar Castillejo. El lugar se individualiza en un espolón formado por el Barranco del Juncal al este y por el Arroyo de Malserver o Barranco de la Nava al oeste, que, junto con otros barrancos y arroyos, forman el río Valdeprado.

Días antes habíamos hablado con Laura y Belén, que ahora luchan por recuperar la vieja fuente y si es posible el viejo lavadero. En 2018 lograron recuperar el pilón de la abuela situado a menos de un kilómetro del pueblo en el Barranco del Juncal. Son ellas las que nos facilitan la visita y se ponen en contacto con Fernando y Sergio para que nos enseñen la localidad.

Allí nos espera la amabilidad de Fernando Gutiérrez, que nació en la provincia de Burgos, pero el matrimonio lo atrajo a este casi despoblado para convertirlo, prácticamente, en la única persona que comparte las noches con lo que queda de Castillejo. Se desplaza a Pamplona, donde ha tenido su vida laboral vinculada a la hostelería como cocinero, pero siempre que puede, que ahora su condición de jubilado le permite que sean muchas veces, pasa el tiempo, su vida, en Castillejo. Dedica las horas a arreglar los muros de lajas, miradores …, que hacen del pueblo un lugar de una visión extraordinaria.

Se unió a Fernando, como cicerone, Sergio del Barrio, concejal en el Ayuntamiento de Valdeprado, del que Castillejo es un barrio y a quien su barba trenzada confiere un aspecto peculiar. Nos cuenta Sergio que la población del pueblo se marchó hacia Pamplona, Barcelona y Zaragoza cuando quisieron expropiar sus pequeñas parcelas para repoblar la zona con pinos. La gente se marchó y los pinos no llegaron. Nos habla de la lucha para conseguir alumbrado público, el servicio de agua corriente y alcantarillado, uno de los motivos por lo que es concejal. 

Juntos, nos vamos acercando a la iglesia de la Natividad de Nuestra Señora, que Fernando, ayudado por algún vecino y con la colaboración de D. Antonio Arroyo, párroco de San Pedro Manrique, han logrado salvar de la ruina durante el período de la pandemia. Un pequeño grupo de vecinos, con la anuencia del párroco, lograron limpiar y rehabilitar el interior de la pequeña iglesia, mientras que la parroquia con recursos propios rehízo la torre espadaña y solucionó la rotura de alguna viga de la cubierta. Así invirtió Fernando sus días de soledad pandémica, que no era más soledad que la que habitualmente tiene el pueblo. Su habilidad y voluntad hicieron posible la reconstrucción de paredes, bautisterio, púlpito, confesionario, sacristía, coro, etc. Esa colaboración consiguió dignificar la pequeña iglesia y salvar el inmueble de una segura ruina.  

Castillejo fue una aldea de la Comunidad de Villa y Tierra de San Pedro Manrique dentro del sexmo de Carrascales; su parroquia, por entonces bajo la advocación de la Virgen del Rosario, dependía de la de San Martín de San Pedro. La pequeña iglesia de la Natividad de Nuestra Señora se encuentra en lo más alto del caserío, si bien por su disposición, desde la lejanía solo se distingue el piñón de la espadaña. Ello se debe a que se excavó y se niveló el solar para evitar humedades e individualizar el inmueble, apareciendo la iglesia encajada en la roca. 

Con orientación canónica E-O consta de una sola nave con cabecera recta, con cubierta de cielo raso. Está edificado, mayoritariamente, en mampostería de lajas, con sillares en las esquinas, portada y en las troneras de la espadaña. Posiblemente el edificio fue renovado a principios del siglo XVII, pues al menos un retablo lateral está fechado en 1624. Al exterior la cabecera es ligeramente más estrecha, mientras que al interior vemos cómo, entre lo que sería el presbiterio y la nave, los muros no aparecen trabados, como si hubieran trabajado dos cuadrillas distintas. 

Del periodo románico se conserva la portada abierta en el muro sur con arco de medio punto y dos arquivoltas que voltean sobre impostas de nacela y filete. Ésta estuvo protegida por un pórtico techado con lajas, del que se conserva el arranque. También del mismo periodo ha llegado hasta nuestros días una tosca pila bautismal que podemos ver en el bautisterio, situado debajo del coro y protegido por una reja de madera. La pila es semiesférica lisa y está ejecutada en caliza, soportada por una columna, que a su vez lo hace sobre un basamento circular escalonado. A los pies de la nave destaca su espadaña con dos troneras, la del lado norte con arco apuntado y ultrapasado, mientras que la del sur con arco de medio punto ultrapasado, las dos con dovelaje de toba calcárea, que albergan dos campanas. El muro de la espadaña se culmina a piñón con cubierta de lajas y coronada con una cruz latina. 

Como tantas iglesias y ermitas de la provincia, también hubo quien se aprovechó del desamparo de la iglesia, y dos de sus imágenes fueron robadas. Hoy dos vírgenes de cierto valor, para que no corrieran tan triste destino, se custodian en Fuentes de Magaña. 

En la actualidad, el pueblo tiene siete contadores, y antaño alcanzó a tener cuarenta familias. Hoy cada contador no equivale a cuatro o cinco habitantes, pero es posible que esa sea la cantidad por la que hay que multiplicar a las cuarenta familias que hubo y ser conscientes del desastre de este y de miles de pueblos de nuestro país. Pero los pueblos no terminan de rendirse, son quijotes valientes que permanecen orgullosos en la desnudez de sus viviendas vacías, que en ocasiones son capaces de rellenar. Y siempre hay alguien que trata de reunir a aquellos que tienen algún trocito de su corazón enterrado entre esas paredes. En las últimas fiestas, que se celebraron el primer sábado de septiembre, se dieron veinte comidas, no es mucho, ciertamente, pero vida hay.

Camino del remozado cementerio, vemos dos eras empedradas muy bien conservadas. Encima del dintel de aquel se ven los restos de un cráneo infantil, sustituyendo a los bajo relieves de calaveras con tibias de tantos camposantos sorianos. Al otro lado de la puerta están los huesos enterrados de los que fueron pobladores del lugar, y entre ellos están los de la señora Antonina, su última pobladora censada que falleció un 26 de diciembre de 1995; a partir de entonces, antiguos habitantes de Castillejo se empadronan en el lugar y comienzan a rehabilitar sus viviendas, los inmuebles y los espacios públicos. Logran por fin tener en las viviendas agua corriente y red de alcantarillado, así como alumbrado público. En un habitáculo anejo al cementerio descansa, olvidado, un ataúd de pobres.

Por si fuera poca la amabilidad de nuestros cicerones, Sergio nos invitó a un agradable y calentito café en su acogedora casa y Fernando nos despedía con un saquito generoso de nueces. Al abandonar la localidad, vemos lo que queda en pie de la vivienda del Tío Juanillo, que según cuentan, «por no bajar a por agua a la fuente cocinó unas lentejas con vino». No sabemos con certeza si es el mismo Juanillo, que según relata Abel Hernández, confundieron con un maqui mientras trataba de llevar algo de caza a su cocina.

Todavía hubo tiempo de visitar la fuente de la localidad, un nacedero natural de una profundidad de 2,5 metros, que no pozo ciego, como sostiene la alcaldía de Valdeprado. Se encuentra casi arruinada, en el centro de un campo labrado, en el fondo del valle. Al lado de la fuente estaba el lavadero, tan importante para Castillejo. Allí llegan las aguas del arroyo Malselver y este era el lugar en el que los habitantes de Castillejo se proveían de agua para luego ascender por un empinado camino hasta sus casas. En estos últimos años la lucha de estos pobladores es recuperar este espacio para disfrute público.

En Las Fuesas nos despedimos de estas tierras tan cautivadoras, consolados por la existencia de un huertecito en el que todavía crecen verduras, lo que significa que no todo está abandonado y que la resistencia de los pueblos es inagotable. Sin duda volveremos a estos parajes inhóspitos y desolados con la certeza de que lo que no se cuenta, no se conoce.