"Las concesiones a los violentos han mermado la moral política"

R. Briongos
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El director de cine, fotógrafo y escritor Iñaki Arteta. - Foto: Juan Lázaro

Iñaki Arteta nació el 1 de agosto de 1959, justo al día siguiente de se creara ETA. Este hecho fortuito le marcaría de manera inconsciente, pues puede decirse que la banda terrorista le ha acompañado durante toda su existencia, aunque su posición sobre ella ha cambiado sustancialmente durante estos más de 60 años. Criado en un entorno nacionalista, en su juventud parecía encaminado a ocupar un puesto cómodo dentro de las administraciones vascas que comenzaban entonces a conformarse, pero su pasión por la fotografía acabaría por llevarle por otros derroteros. Como redactor gráfico de DEIA (periódico vinculado al PNV) tuvo que asomarse a muchos atentados y ese sufrimiento fue calándole De una forma gradual y a la par que fue madurando como persona, como él mismo reconoce, tomó constancia del horror que provocaba el terrorismo y decidió volcar su vida profesional a reflejar el dolor que sufren las víctimas. «He entrevistado a varios cientos y me parece terrible que se haya agredido a tantos inocentes», señala. Autor de tres cortometrajes y más de una docena de documentales, su última obra es un libro en el que refleja su propia experiencia vital y que sirve para entender cómo la sociedad vasca vivió la presencia de ETA hasta mediados de la década de los 80. (Historia de un vasco, cartas desde el olvido. Editorial Espasa 2021)

 

Después de varios años mostrando el dolor de las víctimas edita un libro con su propia experiencia vital. ¿Por qué ahora?
La verdad es que no estaba previsto, pero me lo propusieron desde la editorial Espasa y me pareció interesante. Me plantearon que mi experiencia en un ambiente convulso podía ser positiva para los jóvenes y dije adelante.

 

Nació en un ecosistema nacionalista y creció en la época en la que era muy fácil conseguir un carguito que le hubiera solucionado la vida. Se lo llegaron a ofrecer, de hecho. ¿Por qué lo rechazó?
No lo sé. Supongo que alguna intuición me dijo que por ahí no. No lo sé explicar, pero entré en una nueva fase de mi vida.

 

Menos cómoda, sin duda.
Digamos que más incierta. Lo que hice fue abandonar la profesión para la que me había formado para pasar a dedicarme a la fotografía. Me gustaba mucho lo que hacían los reporteros gráficos y decidí probar. Me excitaba mucho pensar que podía trabajar en prensa.

Le hago la pregunta que le hizo un amigo y que relata en el libro. ¿En qué momento decidió cruzar la raya y ponerse del lado de los que sufrían esa violencia más que de quienes la miraban indiferentes?
No hay una experiencia única. Es una suma de cosas que se unen al hecho de que me voy haciendo mayor. Fue algo gradual, pero es algo que no comenté con nadie. Luego fui encontrando a gente que conectaba conmigo y me produjo mucha satisfacción. Descubrí que había gente cercana, con la que no había hablado del asunto, pero que sentía lo mismo. Eso me animó a no sentirme solo primero y a expresar lo que sentía después. Creo que a mucha gente le pasó lo mismo.

 

Relata también que cuando era joven, los amigos no nacionalistas no debatían con usted. ¿Resume esto lo que era la sociedad vasca de aquella época?
De mi cuadrilla más cercana entre los 17 y los 22 años ninguno era nacionalista, pero no criticaban que yo lo fuera. Tenían una cultura muy diferente a la mía pero no se hablaba nunca de política. Fue dos o tres años después de la transición cuando la política empezó a tener mucho peso en el día a día de la gente. 

 

¿Y la sociedad vasca, cuando comenzó a tomar conciencia de lo atroz del terrorismo? 
Creo que al igual que me pasó a mí fue un proceso gradual. Hemos tenido 50 años, los que ETA ha estado matando, para decidir dónde poníamos cada uno la línea para decir basta. Tal vez el asesinato de Miguel Ángel Blanco fue lo que hizo que cambiara la percepción.

 

Unos años antes, el asesinato de Enrique Casas también conmocionó. 
Claro, sí, efectivamente. También el de Ryan, el ingeniero de Lemóniz, movilizó a mucha gente. Pero eran movilizaciones puntuales. Por la forma en la que se había producido el asesinato o el secuestro en este último caso, la gente se echó a la calle, pero todo eso se había desvanecido a los dos días. Y si mataban a un guardia civil, no pasaba absolutamente nada. La pregunta es cuándo dijimos basta cada uno de nosotros y por qué tan tarde. Hubo algunos a los que el terrorismo les pareció insoportable desde el principio, pero fueron muy pocos.

 

En aquel momento, ni siquiera se hacía recuento de las víctimas para que no se tuviera una percepción real del drama ¿por qué se asumía esto como normal?
En nuestra inocencia con esto del terrorismo, pensábamos que se iba a acabar pronto. Primero creíamos que con el Estatuto y la Policía Autónoma se acabaría, pero pronto se vio que no. Algunos sabían que el tener más autonomía no iba a suponer el fin de la violencia y lo utilizaron. La gente normal pensaba que se iría acabando por sí solo. Cada asesinato parecía que iba a ser el último, pero no. No nos dimos cuenta de que aquello había que pararlo desde el principio y mostrar de forma contundente el rechazo. Ese fue el gran error de percepción de todos los ciudadanos. 

 

Usted llega a decir que el terrorismo ha sido el mayor obstáculo para el proceso transformador de España ¿en qué se basa?
Pocos se atreven a decir que lo que impulsó el autogobierno fue la presencia oscura del terrorismo. Pero haber conseguido las cosas de esta manera también provoca muchos déficits, está marcado en nuestra historia. Sin duda tuvo una influencia muy negativa para el conjunto del país. Estuvo a punto de traernos un golpe de Estado, algo que creo que también buscaba ETA para dar más legitimidad a su lucha. Han sido también muy negativas las contradicciones que ha generado en la política, sobre si negociar era bueno o no. Esas concesiones a los violentos han mermado la moral política de nuestro país, y la ciudadana también. Se ha mirado para otro lado en toda la historia del terrorismo y eso no ha sido bueno.

 

¿Qué culpa cree que tiene el nacionalismo moderado de que ETA se haya manteniendo tantos años?
Bueno, el nacionalismo digamos moderado ha sido moderado algunas veces pero otras no. Por ejemplo, cuando negoció con ETA y aisló a los partidos constitucionalistas o cuando presentó un Plan Ibarretxe absolutamente radical y que creó una atmósfera social irrespirable. Sin el nacionalismo moderado, el terrorismo no hubiera tenido ese sustento social. Les parecía mal que se matara pero tampoco creían que había que llevarles la contraria. Los medios no les gustaban, pero tenían los mismos fines. Esa confluencia ha sido perversa. Pero el final de ETA ha sido exactamente como ellos querían, sin vencedores ni vencidos. 

 

¿Qué opina de que Bildu sea ahora un elemento importante para sostener el Gobierno de Sánchez?
Pues creo que es un episodio más de esta pesadilla. Nunca pensamos cómo sería todo cuando ETA dejara de matar, pero nadie imaginó ni por lo más remoto que iba a ser así. Que el Gobierno de la nación iba a sustentarse en personas que sabemos que han estado inmersas en el terrorismo. No otros nuevos sino los mismos. Apoyados por un grupo directivo de Bildu que son exactamente los mismos que estaban en Herri Batasuna, que salían a las manifestaciones a escuchar 'ETA mátalos'. A mí me resulta delirante, pero hemos vivido ya tantas cosas delirantes en este país… Muchos se indignan por ello, pero no hay nadie que les haga un escrache cuando salen de la cárcel para chillarles. Al final se ha moldeado una sociedad blanda que deriva de esa degradación moral que hemos vivido con el terrorismo.

 

Lo que se producen son homenajes cuando sale un preso de la cárcel.
Es que ellos no se esconden. Al revés, se exhiben para demostrar que a ellos no les parece mal lo que pasó. Podemos construir memoriales y poner todas las flores que queramos, pero no vamos a hacerles cambiar de opinión porque ellos creen que hicieron el bien. Que Euskadi no es cómo lo imaginaban pero que ha avanzado mucho gracias a ellos y no se arrepienten. Alguno sí lo hace, pero bueno, como puede arrepentirse un padre por haber pegado un día a su hijo. Del drama que supuso aquello no se arrepienten, para escarnio de las víctimas y humillación de la sociedad en general. Pero la gente no se atreve a decírselo.


Volvamos al dolor de las víctimas. ¿Cuál ha sido la que más le ha conmovido?
Es que he entrevistado a varios cientos de víctimas. Para los documentales, pero también en privado, a gente que no quería contar su testimonio a la cámara. A mí me impacta sobre todo el conjunto, el horror que supuso. He conocido tantas madres, tantos hijos, tantas viudas que lo terrible es eso, que se haya agredido a tanta gente inocente. A nada que alguien haga un mínimo ejercicio de empatía, se da cuenta de que eso es terrible. 

 

¿Cuál cree que es el denominador común de todas ellas?  ¿Qué es lo que más les duele y qué es lo que reclaman?
Sobre todo la falta de justicia. Hay más de un 40% de las víctimas que no han visto cómo se juzgaba a los autores de esos atentados. Eso es algo que queda marcado durante toda tu vida. ¿Cómo es posible que un Estado democrático, que tenía que estar con las víctimas, no ha sido capaz de gestionar esa persecución? Más agravio deben sufrir ahora al ver como los presos salen de la cárcel de una manera bastante preparada con fines políticos y sin haber cumplido las penas.Eso debe acrecentar su sensación de ingratitud por parte de los diferentes gobiernos de España y del País Vasco.

 

¿Cree que está cerca la excarcelación de todos los presos de ETA?
Sí, yo creo que Sánchez o Marlaska tienen ya la fecha exacta de cuándo van a salir. Son decisiones políticas de medio plazo que están definidas de principio a fin. Puede haber contratiempos que las retrasen, jueces que revoquen permisos o cambios de grado, pero eso está programado y forma parte de lo que es el fin de ETA. Primero entregan las armas, luego hacen algún discursito en el que se puede entrever algo de arrepentimiento y construimos un memorial. Después acercamos a los presos, damos las competencias al Gobierno Vasco y ya solo queda la salida. Al menos hay buenas iniciativas en Europa para que los crímenes de ETA no prescriban.

 

En el País Vasco, siempre hubo víctimas del terrorismo de primera y de segunda. ¿Sigue existiendo esta distinción pasados los años?
Bueno, yo creo que todas son ya de tercera. La gente, las personas mayores, se acuerdan de Ortega Lara o de Miguel Ángel Blanco, pero la memoria se va aplacando. Las cosas son así de dramáticas. Algunas víctimas tendrán un monumento y si no se derriba habrán tenido suerte. 

 

Ha mencionado a José Antonio Ortega Lara, con quien tiene cierta relación. ¿Qué le ha enseñado?
Le conozco y hemos hablado varias veces. Lo de ese hombre es una cosa impresionante. Le conocí en Burgos hace años y mientras viajaba para ir a verle me emocionaba pensar que le iba a conocer, que le iba a poder abrazar. Es un ejemplo, pero sobre todo para él mismo, porque sobrevivir solo dependió de él, de su voluntad y de sus creencias. Es el mejor ejemplo para entender el mal. Cómo un grupo de personas organizado que le hizo lo que le hizo a una persona inocente durante mas de 500 días es capaz de llevar una vida normal después. Esa es la visualización del mal.

 

En el libro menciona de pasada el papel de la Iglesia en la normalización del terrorismo ¿por qué no ha ahondado en este aspecto que sí se refleja en sus documentales?
El libro está vinculado a mi juventud y yo entonces era mucho más inocente. Para mí. y para mi entorno, los curas eran personas que encarnaban el bien y la perspectiva que lanzo en el libro tiene que ver con eso. Ahora tengo un análisis muchísimo más crítico de la imperdonable e incomprensible actitud que tuvieron con el terrorismo y su abandono hacia las víctimas. 

 

Un ejemplo es el famoso cura de Lemona, que en su último documental hacía una especie de justificación de la violencia de ETA y a pesar del estupor causado apenas tuvo consecuencias prácticas ¿Le sorprendió? ¿Creyó que la Iglesia iba a ir más  allá en sus acciones?
Bueno, el tiempo transcurre, la jerarquía de la Iglesia vasca va cambiando, pero igual que pasa en la sociedad vasca existe una capa de lodo, de barro asqueroso, que es imposible de levantar. Cuando el obispo llamó la atención a ese sacerdote por sus declaraciones, hubo cien curas vascos que firmaron un escrito en el que decían que esas declaraciones reflejaban lo que piensa el pueblo vasco y no entendían el castigo. Es sorprendente que todavía haya gente así que lo exprese en público. Porque en el lado contrario no hubo cien sacerdotes que dijeron que lo que decía el de Lemona no era lo que ellos pensaban y que merecía una sanción. Solo salieron los que le apoyaban. Es algo muy difícil de explicar. 

 

Sobre el papel de los jóvenes nacionalistas en el momento de la Transición dice que eran el rebaño  pero que nunca vieron de frente al pastor. ¿Lo ha identificado pasado el tiempo?
Hombre claro. Era Arzallus, pero no ha tenido un sucesor, como no lo han tenido Hitler o Franco, salvando las distancias. Por suerte, esa forma de pastorear tan enrevesada no es hereditaria. Arzallus además lo tenía todo. Había sido sacerdote y estaba entrenado para las homilías. Esas homilías adaptadas a una secta como es la nacionalista suenan de maravilla en las campas de Salburua. Lo que decía llenaba de buenas sensaciones a los nacionalistas, y de miedo a los demás, porque los que no eran nacionalistas le veían como un peligro conectado directamente con ETA. Llegó a decir a los polimilis que no debían dejar las armas. Ahora no hay pastor, hay poder político, que también doma a la gente a su manera.

 

Un Arzallus con el que tenía vínculos gente muy cercana a usted.
Sí, estudio con una tía mía y mi abuelo era muy amigo suyo. Alguna vez cuando acompañaba a mi abuelo me encontré con él en Barakaldo y se paró a saludarle. Mi abuelo se emocionó porque le había podido tocar la mano.