La pluma y la espada - Diego Hurtado de Mendoza

'El Lazarillo', la primera novela moderna española (II)


Antonio Pérez Henares - 09/01/2023

La atribución de la autoría del Lazarillo a Diego Hurtado de Mendoza no es en absoluto nueva. Ya en el siglo XVII, no mucho más tarde de su muerte, varios autores, entre ellos el más importante bibliógrafo de la época Tomás Tamayo, residente en Toledo, donde en su juventud temprana el poeta paso largas temporadas y por la que siempre mantuvo una especial predilección, le atribuyó tal merecimiento, que tuvo bastante aceptación y que se consideró casi como probada en el siglo XIX. Luego cayó casi en el olvido, hasta que en marzo de 2010 la prestigiosa paleógrafa Mercedes Agulló y Cobo descubrió en un inventario de los papeles de Juan López de Velasco, amigo de don Diego, un documento del poeta y diplomático español en el que este anotó un par de líneas que indicaban textualmente «legajo de correcciones hechas para la impresión de Lazarillo y Propaladia». Propaladia es una obra con autor conocido, Bartolomé de Torres Naharro, con quien Hurtado de Mendoza coincidió en Italia. Una impresión que, en efecto y de manera conjunta, y tras haber sido corregida y pasado censura, se había llevado a cabo. La vieja atribución, con ello, tuvo un gran espaldarazo y según Mercedes Agulló sustenta «una hipótesis seria sobre la autoría del Lazarillo, que, fortalecida por otros hechos y circunstancias, apunta sólidamente en la dirección de don Diego».? Los papeles encontrados por ella en la testamentaría del cronista Juan López de Velasco, albacea de don Diego y cosmógrafo en la corte de Felipe II, han significado sin duda un potente espaldarazo a esa teoría. La referencia al legajo con correcciones del Lazarillo y que este estuviera entre los documentos de Diego Hurtado de Mendoza depositados en su testamentaria no es definitiva, pero casi.

 La gran y primera novela picaresca había visto su primera luz, en vida de su presunto autor, en el año 1554, pero sin llevar firma alguna. Una medida de prevención y atinada pues, a poco ya estuvo incluida en el catálogo de los libros prohibidos, pero que no impidió la popularidad de la obra, pues antes de que finalizara el siglo ya llevaba, que se sepa, cuatro ediciones más. De hecho la relación y amistad de Juan López de Velasco y Diego Hurtado de Mendoza pudo tener en su base El Lazarillo, pues fue Velasco el encargado, en 1573, de censurarlo, a fin de que la obra pudiera evitar se presa del catálogo de libros prohibidos.

 Mendoza, ya rondando los 70, parece también y por el propio legajo que participó en las correcciones a la novela original, que se republicó en aquel mismo año como el Lazarillo de Tormes castigado, formula que señalaba a aquellos títulos que habían sido objeto de revisión moral. Aquella edición despejaba toda duda de que el libro había sido «impreso con licencia del Consejo de la Santa Inquisición».

 Hoy, las andanzas del Lazarillo, sus jugarretas al ciego y del ciego a este, son parte esencial de la literatura española. Pocos personajes han gozado de tanto predicamento, ni han reflejado de manera más realista la vida cotidiana de las gentes y retratado un tiempo. 

Actualmente es un prototipo universal y, sin ningún género de dudas, una obra maestra a todas luces. Y si, como cada vez parece más seguro, Diego Hurtado de Mendoza fue su autor, estamos sin duda ante uno de los más grandes genios de nuestra literatura castellana.

El Lazarillo de Tormes / Parte primera

«Pues sepa V.M. ante todas cosas que a mí llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé González y de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Mi nacimiento fue dentro del río Tormes, por la cual causa tomé el sobrenombre, y fue desta manera. Mi padre, que Dios perdone, tenía cargo de proveer una molienda de una aceña, que esta ribera de aquel río, en la cual fue molinero mas de 15 años; y estando mi madre una noche en la aceña, preñada de mí, tomóle el parto y parióme allí: de manera que con verdad puedo decir nacido en el río.

Pues siendo yo niño de ocho años, achacaron a mi padre ciertas sangrías mal hechas en los costales de los que allí a moler venían, por lo que fue preso, y confesó y no negó y padeció persecución por justicia. Espero en Dios que está en la Gloria, pues el Evangelio los llama bienaventurados. En este tiempo se hizo cierta armada contra moros, entre los cuales fue mi padre, que a la sazón estaba desterrado por el desastre ya dicho, con cargo de acemilero de un caballero que allá fue, y con su señor, como leal criado, feneció su vida.

Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó arrimarse a los buenos por ser uno dellos, y vínose a vivir a la ciudad, y alquiló una casilla, y metióse a guisar de comer a ciertos estudiantes, y lavaba la ropa a ciertos mozos de caballos del Comendador de la Magdalena, de manera que fue frecuentando las caballerizas. Ella y un hombre moreno de aquellos que las bestias curaban, vinieron en conocimiento. Este algunas veces se venía a nuestra casa, y se iba a la mañana; otras veces de día llegaba a la puerta, en achaque de comprar huevos, y entrábase en casa. Yo al principio de su entrada, pesábame con él y habíale miedo, viendo el color y mal gesto que tenía; mas de que vi que con su venida mejoraba el comer, fuile queriendo bien, porque siempre traía pan, pedazos de carne, y en el invierno leños, a que nos calentábamos.

De manera que, continuando con la posada y conversación, mi madre vino a darme un negrito muy bonito, el cual yo brincaba y ayudaba a calentar. Y acuérdome que, estando el negro de mi padre trebejando con el mozuelo, como el niño vía a mi madre y a mí blancos, y a él no, huía dél con miedo para mi madre, y señalando con el dedo decía:

—¡Madre, coco!

Respondió él riendo:

—¡Hideputa!

Yo, aunque bien mochacho, noté aquella palabra de mi hermanico, y dije entre mí «¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mismos!».

Quiso nuestra fortuna que la conversación del Zaide, que así se llamaba, llegó a oídos del mayordomo, y hecha pesquisa, hallome que la mitad por medio de la cebada, que para las bestias le daban, hurtaba, y salvados, leña, almohazas, mandiles, y las mantas y sábanas de los caballos hacií perdidas, y cuando otra cosa no tenía, las bestias desherraba, y con todo esto acudía a mi madre para criar a mi hermanico. No nos maravillemos de un clérigo ni fraile, porque el uno hurta de los pobres y el otro de casa para sus devotas y para ayuda de otro tanto, cuando a un pobre esclavo el amor le animaba a esto. 

Y probósele cuanto digo y aun más, porque a mí con amenazas me preguntaban, y como niño respondía, y descubría cuanto sabía con miedo, hasta ciertas herraduras que por mandado de mi madre a un herrero vendí.

Al triste de mi padrastro azotaron y pringaron, y a mi madre pusieron pena por justicia, sobre el acostumbrado centenario, que en casa del sobredicho Comendador no entrase, ni al lastimado Zaide en la suya acogiese.Por no echar la soga tras el caldero, la triste se esforzó y cumplió la sentencia; y por evitar peligro y quitarse de malas lenguas, se fue a servir a los que al presente vivían en el mesón de la Solana; y allí, padeciendo 1.000 importunidades, se acabó de criar mi hermanico hasta que supo andar, y a mí hasta ser buen mozuelo, que iba a los huéspedes por vino y candelas y por lo demás que me mandaban.

En este tiempo vino a posar al mesón un ciego, el cual, pareciéndole que yo sería para adestralle, me pidió a mi madre, y ella me encomendó a él, diciéndole como era hijo de un buen hombre, el cual por ensalzar la fe había muerto en la de los Gelves, y que ella confiaba en Dios no saldría peor hombre que mi padre, y que le rogaba me tratase bien y mirase por mí, pues era huérfano. Él le respondió que así lo haría, y que me recibía no por mozo sino por hijo. Y así le comencé a servir y adestrar a mi nuevo y viejo amo.

Como estuvimos en Salamanca algunos días, pareciéndole a mi amo que no era la ganancia a su contento, determinó irse de allí; y cuando nos hubimos de partir, yo fui a ver a mi madre, y ambos llorando, me dio su bendición y dijo:

—Hijo, ya sé que no te veré más. Procura ser bueno, y Dios te guíe. Criado te he y con buen amo te he puesto. Válete por ti.

Y así me fui para mi amo, que esperándome estaba.

Salimos de Salamanca, y llegando al puente, está a la entrada della un animal de piedra, que casi tiene forma de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal, y allí puesto, me dijo:

—Lázaro, llega el oído a este toro, y oirás gran ruido dentro de él.

Yo simplemente llegué, creyendo ser ansí; y como sintió que tenía la cabeza par de la piedra, afirmó recio la mano y dióme una gran calabazada en el diablo del toro, que más de tres días me duró el dolor de la cornada, y díjome:

—Necio, aprende que el mozo del ciego un punto ha de saber mas que el diablo

Y rió mucho la burla.

La venganza de Lazarillo y como se libró del ciego.  Son muy conocidos muchos pasajes, quizás el que más por su picardía, el del racimo de uvas. El ciego es un verdadero pilló y el trato para con el mecete muy ruin y malo. El muchacho va aprendiendo de sus malas mañas y al final se las hace pagar todas. Este es el pasaje.

«Visto esto y las malas burlas que el ciego burlaba de mí, determiné de todo en todo dejalle, y como lo traía pensado y lo tenía en voluntad, con este postrer juego que me hizo afirmelo más. Y fue ansí, que luego otro día salimos por la villa a pedir limosna, y había llovido mucho la noche antes; y porque el día también llovía, y andaba rezando debajo de unos portales que en aquel pueblo había, donde no nos mojamos; mas como la noche se venía y el llover no cesaba, díjome el ciego:

—Lázaro, esta agua es muy porfiada, y cuanto la noche más cierra, más recia. Acojámonos a la posada con tiempo.

Para ir allá, habíamos de pasar un arroyo que con la mucha agua iba grande. Yo le dije:

—Tío, el arroyo va muy ancho; mas si queréis, yo veo por donde travesemos más aína sin nos mojar, porque se estrecha allí mucho, y saltando pasaremos a pie enjuto.

Parecióle un buen consejo y dijo:

—Discreto eres; por esto te quiero bien. Llévame a ese lugar donde el arroyo se ensangosta, que agora es invierno y sabe mal el agua, y más llevar los pies mojados.

Yo, que vi el aparejo a mi deseo, saquéle debajo de los portales, y llevélo derecho de un pilar o poste de piedra que en la plaza estaba, sobre la cual y sobre otros cargaban saledizos de aquellas casas, y dijele:

—Tío, este es el paso mas angosto que en el arroyo hay.

Como llovía recio, y el triste se mojaba, y con la priesa que llevábamos de salir del agua que encima de nos caía, y lo más principal, porque Dios le cegó aquella hora el entendimiento (fue por darme dél venganza), creyóse de mi y dijo:

—Ponme bien derecho, y salta tú el arroyo.

Yo le puse bien derecho enfrente del pilar, y doy un salto y pongome detrás del poste como quien espera tope de toro, y díjele:

—!Sus! Salta todo lo que podáis, porque deis deste cabo del agua.

Aun apenas lo había acabado de decir cuando se abalanza el pobre ciego como cabrón, y de toda su fuerza arremete, tomando un paso atrás de la corrida para hacer mayor salto, y da con la cabeza en el poste, que sonó tan recio como si diera con una gran calabaza, y cayó luego para atrás, medio muerto y hendida la cabeza.

—¿Cómo, y olistes la longaniza y no el poste? !Ole! !Ole! —le dije yo.

Y dejéle en poder de mucha gente que lo había ido siempre a socorrer, y tomé la puerta de la villa en los pies de un trote, y antes que la noche viniese di conmigo en Torrijos. No supe más lo que Dios dél hizo, ni curé de lo saber.

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