Martialay, entre huertos y panes... y un 'bibliofrigo'

A.P.L.
-

Una gran afición de los vecinos, ya jubilados, son los huertos tanto en sus casas como en la zona del Navajo

Martialay, entre huertos y panes... y un ‘bibliofrigo’ - Foto: E.G.M

Puede decirse que Martialay, que pertenece «desde siempre» al municipio de Alconaba junto a Ontalvilla de Valcorba y Cubo de Hogueras, es la puerta hacia el Campo de Gómara. Fue una localidad sustentada por la agricultura y la ganadería (vacas, ovejas...), aunque hoy en día tan solo queda un profesional del campo. Hablamos de César de Miguel, quien es también el alcalde desde hace tres años pero no le ha dado tiempo de hacer todo lo que tenía pensado... 

Martialay es un pueblo de gentes amables y acogedoras. Nada más llegar, en la plaza junto a las letras del pueblo cortadas en madera, conocemos a Fernando  Martínez, el padre de Juanfer (compañero del sector audiovisual). Nos comenta que acaban de ser las fiestas de la Virgen del Rosario, con Rosca incluida, y que «han estado muy animadas». «Vivimos de continuo 14 personas y hay hasta diez casas abiertas. Ymuchos van y vienen a trabajar a Soria, a tan solo 15 kilómetros», comenta. Y es que con la pandemia «muchos de los que eran eventuales se han quedado fijos». 

Una gran afición de los vecinos, ya jubilados, son los huertos tanto en sus casas como en la zona del Navajo. Fernando nos enseña el suyo -con vainillas, tomates, pimientos, lechugas, escarolas, calabacines e incluso melones- en la parte de atrás de su casa, en cuya entrada principal hay rosales y cañas de Brasil que llaman la atención por su gran altura de cierta altura. Nos dice orgulloso que es «nacido y criado» en Martialay y, aunque aficionado a la carpintería (la profesión que ejerció su abuelo), le tocó hacer de todo y finalmente se dedicó a la agricultura. Otro de sus grandes hobbies ha sido la construcción... y se hizo su propia casa. 

El vecino recuerda que en la escuela lo pasaban muy bien porque eran bastantes chavales y ha intentado sacar el árbol genealógico del pueblo, no lo consiguió pero parece ser que el nombre tiene origen vasco. Entre sus aficiones del día a día, montar en bici por la Vía Verde.

Nos despedimos y continuamos la visita junto a César, quien nos va contando que hay muchas casas que se han tirado y se han hecho nuevas, quedando solo un par de viviendas antiguas en los alrededores de la plaza. Es un pueblo muy cuidado, dividido en parcelas con casitas con jardín, y con zonas verdes en los alrededores. Nos confirma que hay 41 habitantes censados y que el pico se registró en los años 60, antes de la emigración a las grandes ciudades en busca de trabajo. Cuando funcionaba el tren (línea Santander-Mediterráneo) vivían allí tres familias de de la cuadrilla de Renfe que allí trabajaba. También residía allí el cartero que repartía a los pueblos de alrededor.

En la carpintería de Martialay trabaja desde hace 30 años José Miguel Asensio Martínez,  a quien sorprendemos en el taller que antes era el almacén de grano de su padre, Antonio. Recuerda que su abuelo se dedicó a ello (hacía rados romanos y yugos) y puede que la vocación le venga de ahí. Sobre todo, realiza muebles a medida y empotrados para reformas de viviendas u obra nueva. En todos estos años ha visto la evolución al pasar de usar más madera a aglomerado. Junto allí está la casa familiar y Antonio, que aprovecha el solillo de los primeros días de octubre, nos recibe con una sonrisa y posa para la foto con su hijo, al tiempo que todos recuerdan los bailes antiguos de los domingos en los que jóvenes como él tocaban el laúd y venía gente de otras localidades. También saludamos a la trabajadora de ayuda a domicilio, un servicio que José Miguel valora por la independencia que supone para los cuidadores de las personas mayores.

el bar y la panaderíaENCUENTRO Y SERVICIOS

Entramos a la popular Panadería Martialay, que fundó el vecino de la localidad Avelino Calonge y que después traspasó a Eugenio Lafuente y Paqui Orte. Ellos ya llevan 22 años con el negocio y hace ocho lo trasladaron a un nuevo edificio. Tienen ocho empleados, contando con ellos, y trabajan ahora en el lanzamiento de nuevos productos que todavía no quieren desvelar... El secreto para mantener el éxito de una panadería que trabaja para toda la provincia es, según Paqui, la constancia en el día a día. Nos enseñan la zona de trabajo, con un aroma indescriptible a tradición y exquisiteces elaboradas con gran dedicación. De allí salen 300 barras en cada hornada, nada menos. La temporada fuerte, sin duda, es en la que hay fiestas y mayor demanda de un determinado producto, como en Navidad los roscones de reyes. Antes vivían en Soria, pero con la pandemia se quedaron allí de continuo y están más que a gusto porque es un lugar «muy tranquilo y acogedor». 

Paqui y César comentan que de allí son originarios tres conductores (Hermanos Soto Marín, Víctor Soto y Hermanos Asensio), un electricista (Electricidad Chema), un mecánico (Emilio Laorden-Electricidad Lago) y un fontanero (Roberto Latorre). Mientras conversamos, entra a por el pan Miguel Ángel, que acude cada día desde un pueblo vecino. César incide en que hace falta más suelo urbano y va repasando proyectos, como la Vía Verde (el alcalde quiere que llegue hasta Soria), el Camino Real (se acaba de presentar la actuación), la zona de juegos infantiles y el bar con tienda multiservicios, que es la próxima parada. 

Trialay lo puso en marcha el uno de abril Nicasio Martínez y es su pareja, Rufi Lablanca, la que nos enseña ilusionada el 'bibliofrigo' y la 'ludofrigo' con libros y juegos para todas las edades y que decorados por 'Gigi'. El Ayuntamiento ha puesto en marcha en las antiguas escuelas (cerraron en 1977) la tienda multiservicios con bar, a través de las ayudas de la Diputación. El edificio estaba muy bien cuidado y el resultado de la reforma es espectacular, con espacios nuevos y una amplia terraza que ha estado a rebosar en el verano y en las pasadas fiestas. En la fachada hay una pintura alusiva a la violencia de género y en el bar la oferta de la semana en la pizarra: 'Cerveza a un euro'. Rufi comenta que ahora entre semana abren a las 20 horas y los fines de semana a las 9 horas, sirviendo almuerzos y tapas que tiene mucho éxito. 

Nos enseña la tienda «de los olvidos», que es como la despensa que se suele tener en las casas, con arroz, tomate, pimientos, lejía, jabón, cerveza, galletas... Al ver que el servicio salía a licitación y que podría quedar sin adjudicar, por lo que se tenía que devover la subvención, Nicasio Martínez y Rufi, con casa en el pueblo desde 1995 y que han vuelto a vivir allí de continuo, decidieron apostar por ello e imprimir su originalidad al establecimiento. Por ejemplo, además de los frigoríficos con nuevos usos, este verano las tapas eran los tomates cherrys que crecían en las jardineras en vez de flores. «Aquí se hace mucha vida en los jardines de las casas y el bar se ha convertido en punto de encuentro», apunta.

Por el camino hacia Cubo de Hogueras va paseando Dolores Soriano, viuda del anterior panadero y natural de Montenegro de Cameros. Destaca la «tranquilidad, el bonito campo, el clima suave, la iglesia...» de un lugar en el que vivió 50 años. Cerca de allí está la casa del cura y la que hace unos años funcionó como casa rural. También vemos la iglesia dedicada a los patrones, San Justo y Pastor, con un nido de cigüeña ya demasiado grande; y el Ayuntamiento, con la sede de la Asociación Amigos de Martialay (con un centenar de socios y que organizan cenas temáticas y excursiones, entre otras actividades) en la planta baja y junto al consultorio médico. Cerca hay una carpa para celebraciones numerosas, así como las zonas deportivas y el inmenso y popular frontón. En el recorrido vemos a la médica, que ha ido a tomar la tensión a una vecina a su casa porque le toca los martes y por Martialay.

Maricarmen Laorden nos saluda desde el jardín de su casa y comenta que esa mañana ya ha ido a andar con su marido a Cubillo (cinco kilómetros ida y vuelta). Y vemos corretear a los nietos de Ana Vázquez, que vive en el pueblo de continuo desde hace 30 años y considera que es «muy tranquilo» y «cercano», con muy buenos servicios como la panadería y ahora también el bar y con negocios como la carpintería. «Antes para tomar un café teníamos que irnos a Cadosa», dice.

el tren era una atracción LA ESTACIÓN, UN DESCANSADERO 

Marcos de Miguel Pacheco, tío del alcalde, se convierte en nuestro nuevo guía. Nacido en Martialay «el 30-09-39» estuvo allí hasta los 21 años. Se sacó el título de capataz en Zaragoza, hizo la mili y comenzó a trabajar en una empresa de obras públicas en Madrid, pasa trasladarse después a Aranda de Duero a trabajar en la Michelin. Ahora, ya jubilado, pasa largas temporadas en su pueblo, al que acuden también sus hijos desde Burgos y Madrid. Nos comenta que Martialay era el centro porque pasaba la carretera y el tren, que era la gran atracción a su paso. Después había baile en la plaza y los jóvenes tocaban el acordeón, la guitarra y el laúd. Y, en fiestas, el tren llegaba abarrotado «con gente hasta en los topes y los balcones». En la estación, de las que mejor conservadas están, hay un descansadero para los que recorren la Vía Verde.