Editorial

La crisis en Ucrania abre una brecha inconcebible en el Gobierno

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Mientras el mundo asiste en vilo a la escalada prebélica que enfrenta a Rusia y a los aliados de la OTAN en Ucrania, el conflicto ha entrado en un compás de espera tras las negociaciones diplomáticas de este fin de semana. Vladimir Putin sigue con su órdago y las democracias occidentales parecen coincidir en que no aceptarán sus chantajes. Sin embargo, ahí es donde termina el consenso. Y si hay algo que envalentona a Putin son las dudas, desacuerdos y discordias sobre qué hacer si Rusia invade Ucrania. La impericia en política exterior demostrada hasta ahora por el presidente estadounidense, Joe Biden, se suma a la impotencia e irrelevancia de la UE. Las dudas en Alemania y Francia se acrecientan cuando se miden las consecuencias que tendría aplicar las amenazas: restringir o bloquear la importación de gas es una maniobra de presión tan delicada que podría abocar a buena parte de Europa a pasar frío. 

En España el debate lleva derroteros más abúlicos y con evidentes tintes electoralistas. El conflicto internacional está aflorando una vez más las profundas desavenencias que existen entre los dos socios de coalición. Mientras, por orden del Gobierno, la fragata Blas de Lezo y el cazaminas Meteoro se dirigen al Mar Negro para participar en las operaciones de disuasión de la Alianza Atlántica, una parte de ese mismo Gobierno desautoriza la presencia de tropas españolas en la zona. La sustancial diferencia con choques previos es que ahora la pública gresca concierne a un asunto tan sensible que afecta a la médula de la política internacional de España y de todo Occidente, y cuyo desenlace determinará en los próximos años la geopolítica mundial. Ante una posible intervención militar en Europa que nos afecta de lleno como miembros plenos de la UE y de la OTAN, el Gobierno es incapaz de tener una voz única y esto es extremadamente grave. 

Frente a la necesaria, responsable y leal cooperación con los aliados europeos y americanos, Unidas Podemos propone dar la espalda al club de las democracias y situar a España al margen del sistema y de las reglas que todos nos hemos dado. Adoptar una postura como la expresada este fin de semana en un mitin en Valladolid por el exvicepresidente Pablo Iglesias, en la que se entremezclan la nostalgia soviética con los trasnochados planteamientos comunistas y antiamericanos de la Guerra Fría, simplemente supone apoyar de facto las tesis de la intimidadora, imperialista y autoritaria Rusia. Con una impudicia política sonrojante se recupera y enarbola el 'no a la guerra' como si alguien más que Putin quisiera un conflicto armado. España no merece que desde el Gobierno se dude sobre en qué bando estar y menos tener ministros activistas que se instalan sin rubor en el lado contrario.