Residencias: Esperando el encuentro más deseado

Nuria Zaragoza
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Después de casi tres meses sin poder verse, las familias esperan con anhelo el reencuentro con sus mayores

Residencias: Esperando el encuentro más deseado - Foto: Eugenio Gutierrez Martinez

No hay mascarilla que pueda esconder la emoción del reencuentro entre una madre y una hija. Ni EPI (equipo de protección individual) capaz de poner límites a la devoción que siente una nieta por sus abuelos. 

No hay voz, por bajita y débil que se escuche, que pueda callar la expresión del amor más puro. Ni distancia que impida demostrar el afecto. Porque dos metros pueden ser una inmensidad pero, también, dos brazos estirados.

El próximo lunes será previsiblemente el día en el que todas esas emociones, y esas devociones, se podrán reencontrar de nuevo tras casi tres meses de espera.  

Residencias: Esperando el encuentro más deseadoResidencias: Esperando el encuentro más deseado - Foto: Eugenio Gutierrez MartinezNo ha sido fácil para nadie este tiempo de pandemia pero, sin duda, los residentes de centros geriátricos y sus familiares han vivido su propio drama, marcado por la distancia, por el aísla miento, por la soledad, por los silencios, por la imposibilidad de verse, oírse, tocarse… de saber que todo está bien. Pero, también, por el miedo, la incertidumbre y la preocupación que brotaban con cada información que iba surgiendo sobre el avance de la enfermedad en las residencias de ancianos, donde el virus ha sido especialmente maligno y letal. 

Desde los centros se ha tratado de hacer un esfuerzo por mantener la comunicación con las familias, pero no siempre ha sido posible, sobre todo en los momentos iniciales más críticos en los que faltaban manos. Y ese silencio, en las familias, se traducía en miedo. 

Cuando fue posible, se dio paso a las llamadas y las videollamadas con los familiares, una fórmula que ha resultado clave para mantener la calma en usuarios y allegados. Pero ¿quién está preparado para no ver a un padre, una madre, un hermano, un abuelo... alguien tan cercano y a la vez tan vulnerable durante tanto tiempo? ¿Y hasta qué punto la información que se puede recibir a través de una pantalla es capaz de mantener la calma cuando el miedo es tan grande?

doble aislamiento. La pandemia ha obligado a los mayores en residencias a vivir además un doble aislamiento. Porque, a la imposibilidad de ver a sus seres queridos (aislamiento exterior), se ha sumado también el aislamiento dentro del propio centro.  

Para frenar la expansión del virus en estas instituciones cerradas no ha quedado más remedio que aislar a la mayoría de los usuarios en sus propias habitaciones, de modo que muchos de ellos (prácticamente la mitad de los usuarios de centros geriátricos sorianos) han tenido que permanecer solos durante días y días, perdiendo la noción del calendario. Salvo en aquellas residencias que han estado libres de COVID o en aquellos centros que han podido habilitar espacios diferencias entre COVIDy no COVID, los residentes no han podido salir de sus habitaciones. Para las familias, pensar en esta soledad entre cuatro paredes, tampoco ha ayudado especialmente. 

Afortunadamente, estas malas sensaciones podrán quedarse en los próximos días en un mal recuerdo. Porque, previsiblemente, el lunes será el día de los reencuentros. No tan grandes ni tan afectuosos como seguramente se desearía, pero reencuentros. La mayoría de los centros geriátricos abrirán de nuevo sus puertas a las familias cuando Soria pase a la fase 2. Será bajo fuertes medidas de seguridad y prevención. Con muchas restricciones. Pero serán reencuentros, al fin y al cabo. Y ¿alguien puede poner freno al amor?

 

Los Royales «Es duro. Pasamos de estar todo el día con ella a no poder verla. Y ella, de estar acompañada y activa, a estar sola»

Sus dos hijas, dos nietas y sus dos biznietos se acercan prácticamente a diario a la valla de Los Royales para ver si hay suerte y justo ese momento coincide cuando sacan a la abuela al patio trasero de la residencia. Cuando la suerte está de su lado, «a gritos», se comunican con ella. Les separa la verja y varios metros de distancia y no es ni mucho menos el encuentro deseado, pero es suficiente para saber que está bien.

Desde hace unos días tienen esta opción y admiten que ha sido un «alivio» después de tantos días sin poder verla. Porque, para esta familia, el cambio que impuso el coronavirus en la relación con la abuela fue abismal. «Veníamos todos los días. Por la mañana venía yo y me estaba hasta que le daba la comida en el comedor de su ala, donde nos juntábamos varias familias. Por la tarde, venía mi hermana y hacían pedalina, jugaban, algunos días venían los niños a verla… Cuando se quedaba acostada, nos íbamos. Así todos los días, sábados, domingos, festivos… siempre», rememoran sus hijas. Dos días antes del estado de alarma limitaron las visitas, recuerdan, y, «de un día para otro», la rutina de acompañamiento a su madre se esfumó. «Pasamos de estar todo el día con ella a no verla», lamentan. A esto se sumaron las primeras noticias, que alertaban de que el virus había entrado en Los Royales y aumentaban los datos de fallecimientos. «Teníamos mucho miedo, la verdad», reconocen. También, «preocupación y pena», añaden. Porque «no es fácil pasar de estar todo el día acompañada a estar todo el día sola en la habitación», asumen. De hecho, no tenía televisión en la habitación porque nunca la había necesitado y decidieron comprarle una y llevarla «para que se sintiera algo más acompañada». 

Durante todo este tiempo, las llamadas al centro han sido continuas y, también, las videollamadas y los vídeos, un gesto que agradecen especialmente a los trabajadores. «La primera fue muy emocionante», recuerdan las nietas, que destacan el carácter «alegre y conformista» de la abuela, que «no protesta nunca por nada». Ha sido la tónica general, aunque también hubo «días malos». Su hija aún se emociona al recordar uno de esos días en los que ella lloraba. Tampoco fue fácil el momento en el que se enteraron que había dado positivo en el test de COVID. Afortunadamente, lo pasó sin síntomas, aunque sus hijas creen que puede venir incluso de antes ya que «desde Navidad ha habido gente pochilla».  

Afortunadamente, pronto empezaron a salir a las zonas exteriores y eso les dio aire. A todos. Esperan con ganas el reencuentro. No saben cómo y cuándo será, pero, asumen, «te conformas con lo que se pueda». Porque hay ganas pero, por encima, el deseo de protegerla para que ‘mañana’ el abrazo pueda ser más grande.

 

El Royo y El Burgo «Da mucha angustia, preocupación e impotencia, porque no puedes hacer nada»

A Tania le ha tocado vivir la separación y el aislamiento de sus abuelos por partida doble y de forma muy diferente. Uno estaba en la residencia de El Royo y otro en Benilde, en El Burgo, cuando estalló la pandemia. El primero ha tenido que ser ingresado en el hospital durante el estado de alarma en dos ocasiones (no por COVID), y el otro ha padecido coronavirus y ha tenido que estar 74 días de aislamiento total en su habitación. La suma de todo, mucha «angustia y preocupación», resume. También impotencia, porque «no puedes hacer nada». 

El abuelo de El Royo es «más mayor» pero cognitivamente se encuentra «muy bien». Gracias a eso, han podido estar en contacto todo el tiempo a través de su teléfono particular. Cuando ha estado en la residencia y, también, cuando estuvo en el hospital, ya que ha tenido que ingresar en dos ocasiones, al principio para una intervención quirúrgica y, después, por una neumonía (por síntomas parecía COVID, pero las pruebas dieron negativo). «Hablaba con él por teléfono y un día me acerqué hasta la residencia a llevarle unos dulces que le había preparado y, desde la ventana, me reñía para que no me acercara», rememora entre risas. Esos contactos han salvado un poco las distancias hasta que la familia decidió sacarlo del centro y, ahora, se ven más a menudo. 

Con su abuelo de El Burgo la situación ha sido más complicada. «Al principio tenía síntomas pero no le hacían la prueba. Cuando se la hicieron dio positivo, y el pobre ha estado más de un mes dando positivo», recuerda. El resultado, 74 días de aislamiento total en su habitación, una situación nada fácil para alguien que tiene principio de Alzheimer. «Hemos estado angustiados porque, además, cuando le llamabas al teléfono de la habitación no cogía. Llamabas a la residencia y había que esperar a que pudieran ir», recuerda. Esa falta de contacto ha sido agobiante en algunos momentos ya que «ha estado mucho tiempo aislado, sin comunicación, sin ningún entretenimiento, sin nada, y no sabes cómo le puede afectar esto», apunta preocupada, «más allá del tema sanitario, por el tema social y el aspecto psicológico». Gracias a la colaboración de una trabajadora, lograron una videollamada el día de su cumpleaños. Un regalo para él, y para la familia. Al día siguiente, pudieron acercarse hasta la residencia para verlo en la distancia. «Nos decía que le lleváramos al pueblo», recuerda. Tania confía en poder hacerlo pronto...

 

Los Royales «Ha sido muy difícil, muy duro, pero han estado muy cuidados porque todos se han volcado»

Pilar ha pasado de estar a diario acompañando a su madre en Los Royales a no poder verla, más allá de una pantalla, y asume que es «muy difícil, muy duro». De hecho, su voz se quiebra recordando estos tres meses de distancia impuesta por el coronavirus. Afortunadamente, agradece, ella ha tenido un «ángel», en forma de la terapeuta ocupacional del centro, que le ha ayudado a mantener el contacto con su madre a través de continuas videollamadas desde la primera semana. «Fue un alivio poder verla por la pantalla y poder hablar con ella. Al verla, te hacías a la idea de cómo estaba», apunta. «Ella ha sido nuestra interlocutora y es un respiro, porque te da confianza tener a alguien cerca y pensar que ella no está sola», agradece Pilar, quien quiere reconocer especialmente «el trabajo y dedicación de los profesionales del centro». «Es difícil pero quiero pensar que han estado muy cuidados, porque sé que todo el mundo se ha volcado y que ha sido una lucha continua», destaca.

Admite que por momentos, cuando las noticias eran tan duras en las residencias, valoraron en la familia sacar a su madre del centro pero «era todo incertidumbre. Porque allí al fin y al cabo tienen médicos pero, en casa, no hay nada. Y, si surge algo o nosotros nos ponemos malos, te ves impotente», justifica. La decisión, considera, fue acertada, porque su madre permaneció aislada en una zona no COVID y se ha librado del virus. La llamada diciendo que había dado negativo fue «un alivio», recuerda. También, saber que en su caso ha estado acompañada en todo momento ya que «el aislamiento de mi madre ha sido en sala y no la he visto con la soledad de una habitación». «Ella ha estado tranquila y creo que no es consciente de que ha pasado tanto tiempo», considera. 

Admite que la situación se ha sobrellevado con mucha fuerza psicológica, con el apoyo y la unidad de la familia, e intentando mantener la calma pero, reconoce, «hemos tenido mucha incertidumbre, mucho miedo, mucha preocupación… Nos ha sobrepasado a todos». De hecho, se le quiebra la voz al pensar en todos los que se han ido, porque este virus «se ha llevado a la mejor generación de la historia» y «es la enfermedad de la soledad», lamenta. Ansía el reencuentro y reconoce que desea abrazarla pero, recalca, lo primero es su seguridad. «Es mi madre pero si tengo que esperar por cuidarla, es lo que hay que hacer», asume.