Juan José Laborda

RUMBOS EN LA CARTA

Juan José Laborda

Historiador y periodista. Expresidente del Senado


El caso de México

13/02/2022

Las tensiones entre España y México prosiguen. El presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha vuelto a las andadas. Hace unos años, en 2019, a AMLO se le ocurrió escribir a su colega español en la Jefatura del Estado, el rey Felipe VI, requiriéndole que pidiese perdón por lo que hicieron los conquistadores y colonizadores españoles, allá por los siglos dieciséis y siguientes, hasta que México, se supone, dejó de ser parte de la Monarquía hispánica (la América hispánica nunca se denominó y fue Imperio -como la América inglesa-, entre otras razones, porque el estatus del territorio y de sus habitantes era el mismo que el de la península). 
En esta ocasión, AMLO manifestó, en su conocidísimo y no menos surrealista encuentro diario con los periodistas, llamado la mañanera, que como empresas españolas había robado en el pasado inmediato, «a mí me gustaría que hasta nos tardáramos en que se normalizaran… vale más darnos un tiempo, una pausa (…). Vamos dándonos una pausa para respetarnos y que no nos vean como una tierra de conquista». 
Creo que hace unos años, unas declaraciones así hechas por un gobernante hubieran producido, como poco, la llamada a consultas del embajador del país afectado por tales frases. Pero en esta época, que Zygmunt Bauman (1925 – 2017), premio Príncipe de Asturias, califico con la brillante denominación de modernidad líquida, el follón ha quedado sólo en un retórico aclarado por las dos partes. 
El ministro de Asuntos Exteriores, el muy competente, José Manuel Albares (1972), dijo, en resumen, que se trataba de una opinión personal de AMLO, y que no había tenido ningún reflejo en las declaraciones oficiales del gobierno mexicano, en el asunto de las empresas españolas, ni tampoco en los demás asuntos bilaterales. En una comunicación con su equivalente mexicano, Marcelo Ebrard (1950), esa voluntad de buenas relaciones recíprocas quedó aclarada. 
AMLO, un día después, ha puntualizado que «no es ruptura. Es una protesta respetuosa y fraterna. Vamos a serenar la relación. Que ya no se esté pensando que se va a saquear a México. Es una falta de respeto. Deberían ofrecer disculpas. No lo han hecho. No importa. Vamos a una etapa nueva». 
Resulta ser una envainada de lo dicho unas horas antes, pero la modernidad líquida produce el efecto de que todo lo dicho no importa nada, se olvida, y las contradicciones o las mentiras no son, como en el pasado, pesadas cargas para los dirigentes públicos, sino un aceite espeso gracias al cual no chirrían los mecanismos de la política actual. 
AMLO saca partido de los recursos del antiguo nacionalismo mexicano, como Obiang Nguema lo obtiene del nacionalismo ecuatoguineano, al resucitar los viejos eslóganes y mitos de la independencia contra España. Enrique Krauze (1947), el historiador mexicano, y colaborador del premio Nobel Octavio Paz (1914-1998), ha sostenido siempre que la conquista de México fue un combate de la mayoría de los mexicanos contra la dominante minoría azteca, y la independencia fue un triunfo de los criollos, de origen español, sobre la Monarquía de Fernando VII.
El nacionalismo de AMLO, en época de política simulativa y líquida, como en muchas naciones, se ha transformado en populismo. Es el paso que va de Mazzini a Berlusconi; de Miguel Hidalgo (1753-1811) a AMLO; de crear un Estado nacional a convertirlo en instrumento de prejuicios sociales, y en el mejor de los casos, en proyecto político basado sólo en liderazgos simplemente mediáticos. 
Pero AMLO mantiene un elevado índice de aceptación porque México, en términos de seguridad jurídica, es un Estado fallido, y entonces, su personalidad cercana y su lucha contra la corrupción, le confieren un halo de seguridad para la mayoría de mexicanos, aquellos que se sienten amparados por su presidente, mucho más que por la República o el Estado. En el proceso de desinstitucionalización que experimentan muchas naciones occidentales, las que yo denomino democracias atlánticas, en los primeros puestos se encuentra México, mucho antes que llegara AMLO al poder.
Sin embargo, el populismo dura poco o. mejor dicho, un líder populista desaparece pronto, salvo que utilice los recursos autoritarios de Chávez y Maduro en Venezuela, o de Ortega en Nicaragua. Iglesias y Rivera desaparecieron inesperadamente en España, como Berlusconi en Italia y Trump en Estados Unidos. AMLO puede utilizar el descontento nacional acusando a España, sin rigor alguno, porque no puede hacerlo contra Estados Unidos (que humilló a México ocupando gran parte de su territorio y cuyas empresas son más poderosas que las españolas). Pero el exhibicionismo verbal de AMLO, no ha sido suficiente para tapar el mal ejemplo de su hijo mayor, José Ramón López Beltrán, que posee lujosas viviendas, y este hecho puede iniciar el declive de su crédito político. Pero vivimos una época que a un populista sucede otro igual o peor.