Campamentos reconvertidos en Soria

A.P.Latorre
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En este verano inusual, unos han seguido adelante, como los de Las Cabañas y RockCamp, mientras que otros no han podido organizarse a pesar de su larga trayectoria, como Abioncillo y La Escalera, que ha optado por modalidad urbana

Campamentos reconvertidos en Soria

Cuando la Junta de Castilla y León publicó el 22 de junio (con bastante retraso respecto a otras comunidades) la guía definitiva para la realización de actividades de tiempo libre, como campamentos de verano, muchos organizadores suspendieron las convocatorias, limitaron varios turnos solo a uno o adaptaron sus formatos a las recomendaciones suprimiendo las pernoctaciones en instalaciones cerradas. La seguridad de los participantes y los trabajadores cuando se continúa haciendo frente al coronavirus es primordial y en se ha dado el caso que en Lleida, una zona con un rebrote importante, se han dado casos de monitores contagiados. Aunque los campamentos son una herramienta que facilita la conciliación y la socialización de los niños y jóvenes, sobre todo tras un periodo de confinamiento de tres meses, no hay que bajar la guardia.

Los campamentos de verano en el pueblo escuela Abioncillo de Calatañazor, organizados con notable éxito de participación desde hace más de 35 años por la Cooperativa del Río, no han podido organizarse este año. Félix Martínez, su presidente, reconoce que les ha costado mucho tomar la decisión, pero «venía determinada por la trayectoria de la pandemia con respecto al mundo educativo». Los padres eran partidarios de llevar a sus hijos, pero «entendieron la situación prácticamente todos» y «tienen la opción de los campamentos urbanos, que se están desarrollando con grupos más reducidos». «Los niños estaban deseosos, ya que es el sector de población menos afectado y no ven el posible peligro de contagio. Se lo han tomado con cierta frustración, pero venimos de una temporada en la que hemos tenido que renunciar a tantas cosas que lo asumen como que hay que esperar. Pero han sido los que más lo han sufrido», apunta.

La cooperativa también organiza actividades en el complejo durante todo el año para colegios y tenía completo todo el calendario hasta junio. Con el inicio de la crisis sanitaria se cancelaron todas las actividades previstas debido a la suspensión de las clases presenciales en los centros educativos. «Lo que parecía que al principio iba a ser algo transitorio, de 15 días o un mes, se transforma en un problema enorme. No contábamos con que en verano no se pudiera trabajar...», lamenta. En junio las convocatorias estaban aún abiertas y «había un número importante de inscritos». 

Pero en el campamento la mayoría de participantes son de Madrid, lo que implica traslado en autobús, y esa comunidad fue una de las últimas zonas junto a Soria en desconfinarse, por lo que la cooperativa cada vez veía más difícil llevarlos a cabo, «no solo por la cuestión sanitaria y normativa global sino también por la tardanza en contar con una guía de recomendaciones a nivel autonómico». El campamento de Abincillo de verano lleva a cabo una actividad distinta a la del resto del año con colegios y se rige por otra normativa. «Con la primera guía que apareció el 25 de mayo ya vimos las dificultades, porque había que reducir a 1/3 la capacidad, con grupos burbuja que no se mezclan... Pero como era pronto esperamos a ver si en junio con la nueva normalidad la situación cambiaba» y mientras salía la guía definitiva de la Junta de Castilla yLeón. Aragón ya prohibió los campamentos con pernocta a finales de mayo pero el retraso en la región impidió que se hubiera podido reorganizar la actividad en Abioncillo, a modo de campamento urbano.

normativa. Con la normativa sobre la mesa, a finales de junio se decidió la suspensión por varios motivos. Por ejemplo, se mantenían los grupos burbuja, lo que quiere decir que cada monitor tiene que estar con 13 niños las 24 horas del día sin contactar con el resto de participantes, por lo que no se pueden hacer grandes juegos ni gymkanas. En dormitorios y capacidad total se ampliaba la ocupación a  2/3 pero como no se podían mezclar niños de distintos grupos no podían compartir habitación y había que separar que mantener distancias de una litera a otra o poner mamparas. Un dormitorio de ocho plaza podría tener seis ocupantes, por lo que «la reducción de estas cifras no lo hacía rentable». Félix Martínez también apunta que los baños tienen que estar cerrados, cuando un niño quiere ir al baño el monitor tiene que ir a desinfectarlo sin poder atender a los otros niños...;  y si de normal un niño tiene fiebre o le duele algo y añades la incertidumbre que genera si viene del coronavirus o de insolación, «hace que tengas que asumir una responsabilidad enorme». Además, al haber en Abioncillo monitores especializados (ciencias sociales, cultura tradicional, artesanía, música, animación y juegos...) los niños van pasando por el equipo, que tiene turnos de trabajo, por lo que «no encaja de ninguna manera». 

«Son una serie de factores que impiden trabajar así», apunta apostando por esperar «a ver cómo evoluciona todo», ya que se quiere retomar la actividad en otoño si es posible. Ya hay un colegio interesado en participar el próximo curso en actividades, que se rigen por otros protocolos más parecidos a los que puede haber en un hotel  o un albergue, no de actividades de tiempo libre que son las que con la actual guía la cooperativa no puede asumir. Por los campamentos de Abioncillo pasan alrededor de 350 niños en 5 turnos durante julio y agosto, con la gran mayoría de participantes de Madrid, mientras que de Soria son un 5% en julio y un 30% en agosto. 

En cuanto a las pérdidas, es «un año perdido». Su campaña fuerte comienza a mediados de febrero con colegios y finaliza en agosto, mientras que el otoño es más flojo. «El 80% de la campaña de este año se ha ido al traste». Félix Martínez destaca la medida laboral de los ERTEs, ya que se han acogido a uno, lo que ha supuesto un alivio porque los trabajadores indefinidos han podido cobrar desempleo. En verano hay 14 personas en nómina (2 de cocina, 1 de limpieza y 11 monitores con dos turnos de trabajo) y durante el curso entre 7 y 9, según el tamaño de los grupos.

«Si no se agrava la situación, en otoño esperamos poder trabajar algo. Es nuestra esperanza poder recuperar», apunta. Hay capacidad para 85 plazas, pero se ofrecen solo 70, y para otoño serían grupos reducidos de 25 alumnos por colegio «porque es una actividad que exige responsabilidad y no queremos masificar, nos gusta hacer las cosas bien». «Nosotros tenemos una trayectoria muy larga, llevamos más de 35 años organizando campamentos... Nuestra responsabilidad es grande y no nos podemos permitir que por un contagio haya que cancelar varios turnos», apunta explicando que los que  se han organizado en Soria con pernoctaciones son en un turno solo y al aire libre, no en instalaciones fijas que se usan toro el año y con un equipo que tiene turnos de trabajo con especialidades. «La prueba es que se han cancelado muchísimos y de los más profesionales», frente a los de aventura y los de tipo urbano, por ejemplo, donde hay más facilidades porque evitar que interaccionen durante 6 horas no es lo mismo que durante 24 horas y 14 días. 

adaptación. Los campamentos de La Escalera, organizados por la asociación homónima cada verano desde hace 24 años en San Esteban de Gormaz, se han adaptado a la situación y reconvertido en urbano. Hay 37 niños (número abierto y para julio y agosto) que acuden de 9.30 a 14.30 horas a realizar distintas actividades, también respetando las correspondientes medidas de seguridad para evitar contagios, explica Adrián Caparrós. En años anteriores participaban 100 niños en cada turno (dos de diez días), de 6 a 14 años, con actividades deportivas, de multideporte y otras conjuntas (piscina, manualidades, juegos nocturnos...). También se ofrecía la opción de estancia diurna.

Este año estaba ya todo listo, con un protocolo de seguridad (50 niños por turno y dos en vez de tres por habitación) y las plazas casi cubiertas. Pero al tratarse de las instalaciones de la Escuela Hogar alquiladas a la Junta de Castilla y León, que tiene normas claras respecto a estas actividades, no ha podido ser. Además de las pérdidas de la organización, Caparrós hace hincapié en las del pueblo, donde se compran todos los alimentos y el material. Además, los padres de participantes visitan el pueblo y dejan dinero. «El pueblo estaba esperando este pequeño enchufe económico», asegura.