Ilia Galán

LA OTRA MIRADA

Ilia Galán

Poeta y filósofo


Maldad mesurable

21/11/2019

«No puedo decir que me dedico a pensar o a la crítica en teoría del arte», me decía, desesperado y harto, el profesor que me ha invitado a Malta para una investigación. No se podía pedir así un proyecto oficial. Pero yo creía no entenderlo, me parecía algo imposible, hasta que dio la razón: «no es mensurable.» Ahí entendí lo que quería decirme y es que buena parte del sistema académico anglosajón ha enloquecido y está siendo paralizado por los burró-cratas que quieren medirlo todo e introducirlo en estadísticas, olvidando que la calidad, pese a las doctrinas de Lenin, no puede reducirse a cantidad en muchos casos. Así creen que aumentará la productividad en el conocimiento, como si pensar o trabajar en humanidades fuera algo muy diferente de la creación artística y algo más bien cercano a la producción de morcillas o chorizos. Y, aunque los datos son muy útiles en esta era de explosión «datística», gracias a las grandes redes de información, no lo explican todo. Relevantes son para muchas estadísticas o para hacernos una idea de lo que pasa, como ocurre con la producción porcina o con los chorizos, con los informes que también nos suministra la política sobre condenas a sus mandatarios, según acaba de suceder con los socialistas que hicieron de Andalucía un cortijo corrupto y de nuevo feudal, aunque con un supuesto color rojo. Sin embargo, aunque tengamos datos de casos en los juzgados y condenas, así como de la producción y consumo de cerdos o chorizos, la guarrería hispánica en los puestos de mando de nuestra sociedad es por desgracia similar a la italiana y a la griega, si bien al fondo de los datos vemos y entendemos, cuando hablan, que en Europa faltan gobernantes con cabeza, inteligentes y honrados que miren más allá de las fronteras del presente, con visión de estado o para tejer un futuro mejor para todos, más allá de los cuatro años de su mandato. Sería necesario hacer unas serias oposiciones para aquellos candidatos que se ofrecen a dirigir pueblos o naciones. Tontos y malos excluidos, con exámenes y tal vez -¿por qué no?- con datos. Evitaríamos a ciertos ineptos y tal vez a algunos desalmados. La democracia buena parece ser el gobierno del pueblo con inteligencia, no la demagogia de los menos dotados y el dominio popular ha de mirar más los resultados que el método empleado, es decir, que se gobierne para su bien y tenga cierto poder la opinión de cada uno, aunque no en igual medida. No todos saben sobre ciertos asuntos. Yo de ingeniería no puedo decidir a la hora de hacer puentes y así sucede con tantos asuntos relevantes. Relevante es que unos y otros nos dan ejemplos lamentables, también cuando prometen y no hacen.