El engranaje perfecto de Medicina Interna en Soria

Ana I. Pérez
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Medicina Interna asumió desde el principio la hospitalización de los pacientes COVID, lo que obligó a reorganización total del servicio

El engranaje perfecto de Medicina Interna en Soria - Foto: Eugenio Gutierrez Martinez

Coincidimos con el alta de un paciente que sale de la ‘zona sucio’ [como reza en el cartel de la entrada] en la planta 6ªB del hospital Santa Bárbara. Quedan diez enfermos COVID ingresados. Nada que ver con el panorama de mediados de abril de 2020, cuando se llegaron a asignar 265 camas asignadas para contagiados por el SARS-CoV-2. «Fue abrir una planta, otra, otra... llegó un momento en que todo el hospital fue COVID. No venían urgencias de infartos, ictus u otras patologías, solo eran enfermos COVID», rememora la jefa de la Unidad de Medicina Interna, Purificación Sánchez. Preguntas y respuestas que se formulan en un pretérito coloquial, cuando lo correcto es emplear el presente en esta conversación con la coordinadora del Servicio de Medicina Interna, Marta León; con las supervisoras de Enfermería de la 6ªB y 6ªC, Yolanda Cacho y Nieves Fernández, y con la jefa de la unidad, Purificación Sánchez. Ha transcurrido poco más de un año de «lo más duro» de la pandemia, tan solo unas semanas de la segunda peor parte de este interminable episodio que parece que atisba su final, aún incierto, la cosas como son.

Retroceder a marzo de 2020 resulta un reto memorístico por la vehemencia de esta etapa pandémica, si bien es palpable la huella de lo que ha sido un engranaje «perfecto» tanto en Medicina Interna como en el conjunto de áreas del hospital, tal y como destaca la doctora Purificación Sánchez. «Aunque llegó de golpe, la organización fue poco a poco. La estructura era la misma. Creímos que la 6ªB, con las habitaciones de presión negativa, iba a ser suficiente y eso duró media mañana», admite la coordinadora del servicio. 

Hasta finales de marzo, el Laboratorio de Microbiología de Soria no empezó a analizar las pruebas diagnósticas PCR, lo que supuso un punto de inflexión para la organización hospitalaria y, en términos generales, para encarar la pandemia. Así que en las dos primeras semanas había que esperar «tres, cuatro, cinco... días» a los resultados, de forma que las habitaciones, obligatoriamente, «tenían que ser individuales» para los nuevos ingresos y evitar así el contagio entre pacientes.  

multiplicado por diez. «Intentamos cambiar la modalidad de trabajo haciendo turnos de ocho horas, pero vimos que no era bueno ni para los pacientes ni para nosotros, porque no había continuidad. Así que doblamos el personal de guardia, de dos a cuatro personas, sin descanso, porque era un paciente detrás de otro, los nuevos ingresos y los que ya estaban y se ponían muy mal [...] De tener tres o cuatro incidencias a lo sumo de pacientes graves en una guardia a multiplicarse por diez [...] Nos organizamos por espejo: un facultativo ve a los pacientes y otro hace el trabajo de documentación, petición de pruebas, analíticas, hablar por teléfono con las familias...», relata Marta León.

En este punto, la coordinadora de Medicina Interna significa la «enorme labor» del personal de enfermería y auxiliares. «Ahora tenemos clara la estructura del hospital, dónde cambiarte, qué ponerte, qué hacer... pero al principio no sabíamos nada [...] Desde mitad de marzo a mitad de abril no salí del hospital. Me iba a casa por la noche y estaba aquí a las 7.00, siempre con el teléfono a mano. No te imaginas las caras de las enfermeras cuando salían de ver a los pacientes, desencajadas», describe la supervisora de la 6ªB, Yolanda Cacho. 

El ingente volumen de trabajo y la extrema gravedad de la situación derivó en una fructífera cooperación. «Fue hasta tal punto que creo que perdimos la identidad de ser Puri, Yolanda, Nieves, Marta... Era una inmersión total, la única preocupación era atender a los pacientes [...] Es la adrenalina del deber, estabas agotado pero había muchas ganas de trabajar. Y eso animaba», sostiene la responsable del servicio. 

cada paso, un logro. Todo avance conseguido ha supuesto un hito. Las sanitarias que se prestan en este reportaje ensalzan algunos momentos celebrados, aún produciéndose en el contexto más complejo e imprevisible. Mencionábamos con anterioridad lo importante que fue que, desde el 29 de marzo de 2020, Microbiología asumiera las PCR. «La gloria», exhorta Marta León. O la llegada de los efectivos del SAMUR de Madrid, los cardiólogos de Salamanca y las unidades médicas militares. «Nos dio la vida», comparten. O, ya en la segunda ola, disponer de gafas de alto flujo que han evitado no pocos traslados a la UCI e intubaciones por insuficiencia respiratoria.

Contar con el respaldo del personal que vino de fuera en la primera ola de la pandemia incrementó las posibilidades asistenciales y, entre otras cosas, favoreció la puesta en marcha de la Unidad de Semicríticos en la planta 3ªB (10 de abril de 2020), catorce camas para enfermos que precisaban tratamiento un más complejo y preciso sin requerir aún UCI, pero candidatos potenciales, o enfermos recién salidos de Cuidados Intensivos. Esta unidad estuvo asistida por un equipo multidisciplinar de neumólogos, cardiólogos, internistas, intensivistas, anestesistas, reumatólogos, endocrinos... y, por su puesto, todo el personal de enfermería y auxiliar.

«La cohesión que se generó entre los profesionales es difícil que pueda repetirse o mantenerse en el tiempo, porque la única meta ha sido trabajar, no nos podíamos permitir otra cosa», significa la coordinadora Marta León.

La supervisora de la 6ªC, Nieves Fernández, que estuvo de baja durante mes y medio al resultar positivo en COVID en la primera ola, asegura que cuando volvió a su puesto se topó «con todo de golpe». Mientras en la segunda ola en el servicio continuaron con la misma dinámica en un ambiente de calma tensa, en la tercera ola volvió a desatarse la vorágine asistencial. Sin duda, había mucho ganado en ese momento (experiencia, organización, tratamientos, recursos...), pero se arrastraba agotamiento físico y psíquico. También el perfil del paciente cambió por completo a partir de enero y fueron semanas seguidas de un volumen de hospitalizados que no descendía, ni en Medicina Interna ni en la UCI. Las cifras lo constatan: en febrero el número de enfermos COVID ingresados llegó a 199, el 17% de los 1.169 positivos en Soria, los mismos que en marzo de 2020, con la diferencia que entonces eran tres de cada diez contagiados confirmados por prueba diagnóstica, que se practicaba solo a aquellos que presentaban sintomatología. Aún así, en el primer trimestre de este año se produjeron 480 ingresos por coronavirus, más del 38% de doce meses de pandemia.

«Ahora han sido familias enteras, matrimonios, hijos, padres... en la primera también se daba, pero ahora ha sido más», puntualiza la jefa de la Unidad de Medicina Interna, Purificación Sánchez. A lo que la doctora León añade: «Ha sido mucho más larga. La primera ola fue como un sprint, había que sacarlo todo  adelante como fuera [...] Entonces aguantaban en casa mucho tiempo y llegaban muy malitos [...] Y en esta tercera ola ha habido que mantenerse, pero ya con otros recursos y vacunados, que no tiene nada que ver. También ha exigido más personal, pero no han sido los veintitantos ingresos diarios de la primera ola, aunque hemos llegado a tener 14 o 15, pacientes muchísimo más jóvenes, con los que te identificas más».

Más recursos, más conocimiento de la enfermedad, más agilidad a la hora de actuar... pero también han tenido que lidiar con otros inconvenientes como la baja del personal sanitario derivado del confinamiento de las aulas de sus hijos o cuando ha salido un positivo en una planta y ha habido que cuarentenar al personal. Porque la falta de un médico o una enfermera no se sustituye de un día para otro, entre otras cosas, por la falta de disponibilidad de profesionales, reiteran las sanitarias.

aprendizaje. Del encuentro con las cuatro sanitarias de Medicina Interna se van extrayendo unas cuantas conclusiones positivas que, ciertamente, quedan empañadas por la tragedia que la pandemia ha marcado a fuego en todos nosotros. Nadie se acostumbra a la muerte, aunque creamos que los profesionales de la sanidad la encaran con una coraza infranqueable. Si siempre duele la pérdida de un paciente, cuando la lista se engrosa en horas, días, meses... y apenas hay un respiro para el duelo, el poso permanece, no desaparece con la misma voracidad con la que se arraiga.

Del «subidón» de la primera ola aprendieron que no hay barrera que se resista si hay que reorganizar de arriba a abajo un servicio entero como el de Medicina Interna si el «reto único» es salvar vidas. Decenas de vidas. También comprobaron con no hay herramienta más útil que la comunicación, escuchar al otro, tener en cuenta todas las aportaciones, independientemente de que quien proponga. «Aquí se habla mucho, no se dan órdenes», recuerda Marta León que comentaban los sanitarios de las unidades militares que en abril se desplazaron a Soria para apoyarles.  Y no se ha perdido el respeto al virus, pero sí el miedo a plantarle cara. 

«Hemos aprendido a manejar pacientes, a hablar por teléfono con las familias cuando siempre es más fácil hacerlo cara a cara, a decirles que la cosa se está poniendo muy fea... Hemos aprendido, sí, pero no nos hemos acostumbrado», asume  la doctora Sánchez.

En las plantas, en las habitaciones, en las camas... se ha trabajado mucho. Pero también en la sala de reuniones de Medicina Interna donde, en plena era de la tecnología, la pizarra ha sido un elemento clave para que la maquinaria no dejara de funcionar. «Aquí había comunicación. Cuando la gente se siente partícipe es  bueno para todos. Hemos aprendido a protegernos y a proteger. A pesar de todo lo malo, queda un buen sabor de boca. La relación ha sido excelente», resume la coordinadora. A lo que apostilla la supervisora Yolanda Cacho: «Hemos hecho equipo».