Mujer, gitana, inmigrante: historia de superación en Ólvega

Ana Pilar Latorre
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Durante muchos años y de Bulgaria a Soria, Tatiana Antonova Nokolova ha salido adelante plantando cara al rechazo y la violencia

Mujer, gitana, inmigrante: historia de superación en Ólvega - Foto: Eugenio Gutierrez Martinez

La historia de Tatiana Antonova Nokolova es de las que hacen pensar en lo injusta y cruel que puede llegar a ser la vida, pero desde Bulgaria a Soria, pasando por Cádiz y León, esta mujer ha demostrado que con tesón y por amor a sus hijos se puede salir adelante. 

Todo empezó cuando sus abuelos paternos consiguieron separar a su padre de su madre, cuando estaba embarazada de ella (su tercera hija), porque ser gitana. Sin trabajo ni casa, decidió entregar a Tatiana en adopción, casualmente, a una amiga suya que no podía tener hijos, algo que supieron sus padres cuando intentaron recuperarla años más tarde infructuosamente. Esa mujer se portó muy bien con ella, pero su marido bebía y la maltrataba, hasta que un día le dio tal paliza que le causó un derrame cerebral por el que falleció. «Él desapareció», relata, por lo que no tuvieron más contacto.

Tatiana se quedó con su abuela pero no podía cuidarla porque era muy mayor, por lo que fue a vivir con sus tíos, que se convirtieron en sus tutores legales y que tenían cuatro hijos mayores que ella. «Mi tía aprovechó la ocasión y vendió la casa que me había dejado la mujer que me adoptó. También se quedó con todo el dinero», explica con tristeza a El Día de Soria desde su casa en Ólvega. Estando con ellos, no le dejaban estudiar, le encargaban tareas de limpieza y le obligaban a cuidar del hijo de su prima, «el bebé tenía que dormir conmigo para no despertar a su madre y prácticamente lo crié yo, con 11 años. Y mi tía me pegaba cuando le daba la gana, hasta por respirar», denuncia. Pero, finalmente, logró terminar los estudios de Bachillerato, aprovechando los recreos, y empezó a trabajar con 19 años, aunque el sueldo se lo quedaba también su familia. 

maltrato y hambre. Tatiana conoció a su primera pareja y comenzó a vivir con él para «escapar» de la situación porque «estaba muy cansada». Tras casarse y quedarse embarazada su marido comenzó a maltratarla, «todo cambió». Sus suegros la apoyaron y él se fue a vivir a otra casa, «seguía bebiendo demasiado y se gastaba el dinero que ganaba en la mina». Nació su primer hijo, pero el maltrato no paraba y tenía que esconderlo en el armario o dejarlo con unos vecinos para que no la viera sufrir. Quedó de nuevo embarazada de una niña y «no tenía otro sitio al que ir». Hubo incluso un episodio en el que intentó matarla con un cuchillo, relata, «y a mi suegra le pegaba porque siempre intentaba salvarme». 

Cuando estuvo un tiempo con otros familiares de su suegra, la visitaron tres personas y se dio cuenta de que «una mujer se parecía mucho a mí», eran su hermana biológica, su tía y su primo que iban a buscarla. «Mis padres se habían ido a Rusia a trabajar y habían contado a mis hermanos toda la historia, porque no sabían que me habían dado en adopción», por lo que retomó el contacto con ellos. Pero vieron las escenas de maltrato y le instaron a dejarlo, aunque ella quiso «aguantar por los niños, como se hace en mi país...», confiando en que cambiaría.Un día no pudo más y se escapó. «Llevaba dos días sin comer y solo cogí los papeles. Me escapé en tren sin billete, con mis dos hijos pequeños...», cuenta Tatiana. De ahí, se fue a vivir con sus padres, empezó a trabajar en el hospital y recogía metales para venderlos.

Con el tiempo, conoció a un chico que le propuso viajar a España y así lo hizo, dejando a sus hijos con su familia«porque no tenía papeles y no podía sacarlos». A los cuatro meses, cuando obtuvo la residencia, pudieron reunirse porque sus jefes la ayudaron. Trabajaron con ovejas en León durante cuatro años. 

Como vivían en el campo, ella quería que sus hijos estuvieran en contacto con otros niños y se trasladaron a un pueblo y después a Segovia, ya embarazada de su tercer hijo. Su pareja tuvo problemas para encontrar empleo y sus padres no los aceptaban, «lo mismo que le pasó a mi madre, porque soy gitana». «Escondían la comida o la hacían picante. Mis hijos pasaban hambre, comían una vez al día, yo menos a pesar de estar embaraza porque prefería que lo hicieran ellos», por lo que recurrieron a coger alimentos que las tiendas dejaban en contenedores. Lamentablemente, Tatiana sufrió un aborto, lo que la dejó muy hundida porque además ya no podría tener más hijos. Las lágrimas le hacen interrumpir con pena el relato de su vida... Como su marido sí quería tener descendencia, emprendieron caminos separados.

Vivía con sus hijos sola y comenzó a trabajar en una granja en Arcos de la Frontera (Cádiz). Su hermana pequeña se unió a ellos y su hermano se estableció en León. Comenzó una relación con su pareja actual (que tenía otro hijo), mientras trabajaba en un restaurante y de auxiliar a domicilio. Y decidieron trasladarse a Soria buscando oportunidades laborales, él en Cyndea y ella en una granja y después en la residencia de Ólvega.