Viaje a la madurez bajo tutela

A.P.L.
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Rosa cuenta su historia a 'El Día de Soria' tras pasar doce años en hogares para jóvenes que no pueden crecer con sus padres y hermanos

Viaje a la madurez bajo tutela - Foto: E.G.M

Las circunstancias de la vida le hicieron madurar antes de tiempo y a sus 22 años es todo un ejemplo de superación y fortaleza. Además, Rosa (nombre ficticio) demuestra gran valentía al querer contar en este reportaje su experiencia durante más de diez años en el sistema de protección y tutela de menores de la Gerencia de Servicios Sociales de la Junta de Castilla y León, que le prepararon para la vida adulta. El brillo de sus ojos y su amplia sonrisa reflejan felicidad porque ha logrado la estabilidad laboral y está formando una familia, su propio hogar. Es, afortunadamente, una excepción de los altos porcentajes de riesgo de exclusión. 

La familia de Rosa llegó a un pueblo de Soria buscando nuevas oportunidades. Su madre sufría una grave situación de maltrato por parte de su pareja, lo que llevó a que se le retirara la custodia de sus cinco hijos. «Unos se quedaron en Soria y a otros nos trasladaron a Ávila, aunque pudimos regresar cuando hubo plazas en los centros de menores. Poco a poco, menos mi hermano mayor y yo, los demás pasaron a adopción», relata con tristeza al recordar esos duros momentos. «Lo peor que he vivido es cuando nos separaron a todos», relata emocionada y haciendo una inevitable pausa. 

En un primer momento, estuvo en un centro para menores de 12 años y, al cumplirlos, pasó al centro de acogida de Cruz Roja, donde pudo reencontrarse con su hermano. Guarda «buenos recuerdos» de esta etapa, a pesar de lo que conlleva crecer sin un núcleo familiar, pero el objetivo de estos recursos de la comunidad es acompañarles y prepararles para la vida adulta. «Sí que es verdad que cuando tienes 16 ó 17 años buscas otras cosas y a veces eso crea conflicto con los educadores. Pero luego cumples 18 y se te acaba la tontería», comenta con un toque de humor. «Y, al final, es como una familia, porque en tu casa tampoco puedes hacer lo que te da la gana», añade.

educadores. Sobre las carencias que ha podido tener, hace referencia a que, por ejemplo, «cariño y apoyo siempre se necesita» y «al principio te ves un poco solo hasta que tienes confianza para contar tus cosas a otras personas». Sobre todo, destaca la labor y la implicación de los educadores. Con María y Sergio (de los que dice con gran cariño que son sus «papichulos») mantiene todavía una relación muy especial, «lo mejor de esta etapa han sido ellos». 

«En el colegio me trataron muy bien, sabiendo mi situación. Pasé una época rebelde y aún así supieron entenderlo.Es verdad que alguno me decía que no iba a sacar la ESO y que hiciera FP, pero otros confiaban en mí», relata Rosa, que llegó al centro de menores sin apenas saber leer y gracias a su tesón y el apoyo de profesores y educadores salió con el título de Secundaria. Además, otro dato positivo es que ha conservado muchas amistades de la infancia.

Por lo que le ha tocado vivir, esa separación forzosa de su familia y su paso a un centro de menores y una acogida que no pudo ser, reconoce que ha madurado «antes de tiempo» y ve las cosas de otra manera. «Con mis amigos a veces me ha pasado, porque cuando querían salir yo les decía que no podía porque al día siguiente tenía que trabajar, no entendían que yo no podía llevar esa vida. Ellos viviendo con sus padres era normal que se divirtieran, pero yo hubo un momento en que tenía que ir a trabajar porque si no ese día no comía», recuerda.

Tras su paso por el centro, pasó al un piso de emancipación también de Cruz Roja, pero a los siete meses encontró trabajo y decidió marcharse. «Ahí ya tienes más libertad, hay ciertas normas de convivencia, como recoger la cocina o limpiar los baños. Se hacían actividades juntos y había una reunión semanal, pero ya es otra cosa. Empecé estudiando pero como me puse a trabajar lo dejé. Vi que me podía mantener sola y decidí irme a un piso compartido».

En esta etapa tutelada recibía una ayuda económica. «En ese momento en el piso de emancipación yo creía que no era suficiente, pero ahora veo que sí. A veces quieres ropa de marca o dinero para muchas más cosas y no te da, pero también tienes que aprender a vivir con eso. Yo después de ver la situación que he tenido ahí y la que tengo ahora, ha habido años o meses que he estado bien de dinero y otros tienes que apechugar lo que hay. Si no hubiera tenido ese tipo de ayuda mínima a lo mejor no hubiera sabido gestionarme», subraya en relación a lo que supone ese aprendizaje a esa edad.

apoyo positivo. El apoyo del Servicio de Protección a la Infancia y de Cruz Roja, que agradece «enormemente», lo ve «muy positivo porque en el piso de emancipación no había solo niños que habían salido de un centro de menores, también los que no se entendían con sus padres y les ayudaban a llevar otro tipo de vida». «No puedo decir nada malo», confiesa.  El consejo que ofrece a otros jóvenes que pasan a tutela es «que se dejen ayudar porque hay gente que entra y piensan que son delincuentes y no lo son». «Los educadores están para eso, están intentando ayudar en todo momento. Porque yo tenía muchos compañeros que pensaban que eran enemigos porque no les dejaban hacer algo», indica. Y muchas veces se establece injustamente la relación de los extutelados con los antecedentes penales. «Pues yo no tengo ninguno», bromea Rosa, «como mucho una multa de conducir».

En la actualidad, continúa yendo al psicólogo como una opción que se les ofrece (financiado por la Junta de Castilla y León) y cree que es una decisión acertada «para verlas cosas y de otra manera y aceptarlas». «A mi hijo mayor le digo que mi corazón estaba partido y hay que reconstruirlo... Ir al psicólogo no es ningún problema, no hay nada malo en ello», sostiene la joven, demostrando gran madurez. 

generosidad. Sobre la relación con su madre, al principio la mantuvo pero a los 13 años decidió cortarla «por culpa». Sin embargo, ahora la ha retomado porque quiere que sus hijos tengan contacto con ella. «Yo he vivido lo que he vivido pero no quiero quitarle la oportunidad a mi hijo de que tenga sus abuelos y sus tíos. No, me niego, porque nunca se sabe cuándo puedes faltar y no quiero que se sienta solo nunca», indica emocionada sobre este acto de generosidad. Sobre cómo quiere vivir la maternidad, es clara: «Sobre todo, que no pasen por lo que he pasado yo. Para eso hay que seguir trabajando y construyendo tu hogar».

Cuando dos de sus hermanos pequeños cumplieron 18 años les buscaron, porque cuando estaban en acogimiento no sabían donde se encontraban, y han podido recuperar la relación. Les faltaría el pequeño, que «se fue muy pequeño, con tres años, e igual ni se acuerda de nosotros. Si algún día se lo quieren decir yo estaría encantada». Espera poder cumplir su sueño de reencontrarse todos algún día y que sea pronto, en cuanto el hermano pequeño cumpla 18.