#DosAñosCovid Madurar a marchas forzadas

Sonia Almoguera
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Alumnos de ESO y Bachillerato de escolapios destacan el gran apoyo de profesores y padres en estos años «muy complicados»

#DosAñosCovid Madurar a marchas forzadas - Foto: Eugenio Gutierrez M

Suspendieron celebraciones de cumpleaños, fiestas de la tuna, quedadas con amigos... Aquel viernes de hace dos años se despidieron de sus profesores y compañeros de clase conscientes de que la situación comenzaba a ser preocupante, pero sin imaginar lo que vendría. 72 horas después sustituyeron las aulas por sus habitaciones; el pupitre por la pantallas del ordenador; la interacción personal con sus compañeros por la conexión a internet. Muchos alumnos de Educación Secundaria y Bachillerato pensaron que sería un breve paréntesis, algo así como una especie de vacaciones, «15 diítas» más relajados sin tener que ir a clase, un breve lapso de tiempo tras el que volverían de nuevo a las aulas, como siempre. Lo que siguió, aseguran, fueron dos meses de confinamiento estricto muy complicados, tanto a nivel educativo como personal, en una edad en la que la socialización tan propia de la adolescencia se redujo a imágenes y los mensajes en una pantalla. Ocho alumnos de diferentes cursos de Educación Secundaria del Colegio Nuestra Señora del Pilar, Escolapios, en la capital soriana, cuentan su experiencia, el reflejo de estos dos años de lucha contra la covid-19 que, aseguran, «han sido bastante duros para todos nosotros» y cuyas consecuencias, destacan, creen que seguirán muy presentes a largo plazo.

Lo que sucedía en China y después en el norte de Italia resultaban en esos días previos a la declaración del primer estado de alarma algo muy lejano para estos estudiantes. «Nadie se imaginaba lo que podía llegar a pasar», explica Carlota Calvo, que actualmente estudia segundo curso de Educación Secundaria Obligatoria (ESO). «Todo sonaba extraño», añade Leyre del Río, alumna este curso de cuarto de la ESO, pero los casos comenzaban a aumentar y los planes para ese fin de semana a cancelarse. Ese mismo viernes 13 de marzo en las últimas horas de clase los comentarios y alusiones al tema eran inevitables. En la comparecencia de prensa anunciada por el presidente del Gobierno Pedro Sánchez esa misma tarde «no sabíamos si iba a decir algo de las clases», añade. «Me acuerdo ese viernes en tutoría mirar de qué manera podríamos hacerlas porque ya suponíamos» que los centros educativos se cerrarían como en otras Comunidades Autónomas», explica Marcos Jiménez, entonces en cuarto de ESO y actualmente en último curso de Bachillerato. 

Marcos se fue con su familia a la casa familiar de Fuentetoba y allí ese mismo fin de semana recuerda cómo los drones de la Guardia Civil sobrevolaban la zona del Pico Frentes para vigilar que comenzaban a cumplirse las restricciones de movilidad que marcaba el estado de alarma. Irene Montes, estudiante de primero de  Bachillerato, se confinó con su hermana y su padre en Villarraso. Su madre, sanitaria, se quedó en Soria. «Desde ese día hasta dos meses después, cuando pudimos volver a Soria, no vimos a mi madre en persona», sostiene. 

Sin embargo, ese primer fin de semana muchos tenían la esperanza de que la situación volviese a la normalidad en un plazo corto de tiempo. «Una especie de vacaciones. 15 diítas, nos tranquilizamos y volvemos», rememora Irene. 

Eso sí, no era el mejor momento. Estaban a mitad de la evaluación. «Nos fuimos a un fin de semana sin saber qué iba a pasar, si íbamos a regresar. No sabíamos cómo íbamos a impartir clases, cómo íbamos a estar con los compañeros, cómo iban a ser los exámenes y los trabajos. Teníamos un montón de cosas por hacer. Al final pensabas en tus notas», añade Leyre. 

desde casaPOR VIDEOLLAMADA

En realidad, las clases se retomaron con normalidad al lunes siguiente de la declaración del estado de alarma, ya en el primer día de confinamiento estricto de la población... pero desde casa. «Fuimos afortunados en cierto sentido porque llevábamos ya un año utilizando los ordenadores y no usábamos libros en papel. Ya estábamos acostumbrados a las herramientas digitales y no nos hizo falta aprender a usarlas», destaca Irene. 

Finalmente se optó por el sistema de videollamada a través de un programa de Google y se requirió ningún tipo de adaptación, aunque la primera semana fue muy dura. «Fue un cambio», apunta Marcos. Y era difícil porque cada profesor tenía una manera distinta de dar clase. «Una explicación en una pizarra se hace muy fácil, pero en videollamada era bastante más complicado», agrega este alumno ya en su último año de Bachillerato. 

Amaya Morales, actualmente en segundo curso de ESO, relata que, en realidad, todo siguió como siempre al margen de lo inaudito y extraordinario de la situación y de pequeños cambios. «Las clases por videollamada para mí no fueron algo difícil. Seguimos dando temario y haciendo exámenes, aunque eran en formulario, no en papel», cuenta.  

Aunque para problema, el de la mala conexión. Especialmente en pueblos como Villarraso, como incide Irene. Sin embargo, los propios alumnos fueron notando en aquellos primeros días las mejorías que los proveedores de internet hicieron en sus servicios de comunicación 'on-line'. «Nosotros usábamos Meet, de Google, y nos dimos cuenta de que se hicieron muchas mejoras y se impulsó mucho la aplicación», apostilla Marcos. 

Estudiantes en otros centros, recuerda Marcos, tardaron algo más de tiempo en organizarse y tener listo el sistema de clases virtuales. «Unos amigos míos hasta dos o tres semanas después no empezaron a dar clase bien. Nosotros desde el primer día, nuestras seis horas de clases diarias», aclara.

Pronto fueron conscientes, no obstante, de que la situación se prolongaría mucho más de lo deseado y en abril y mayo, aseguran, estaban ya agotados. «Al principio fue divertido. Pero, la verdad, estar en videollamada nos agobiaba un poco porque eran seis horas», sostiene Celia Hidalgo, que este curso estudia tercero de ESO. Al echar la vista atrás, Leyre está convencida de que pudieron salir adelante gracias «a la ayuda de nuestros tutores y profesores» y también de sus padres. «Hay que destacar el trabajo que hay detrás de la tecnología», recalca.

Porque a todo lo que supuso el confinamiento y las restricciones de movilidad había que añadir el agotamiento que suponía seguir las clases a través de una pantalla. «Tenías que dar el doble de ti que en las presenciales. Se nos complicó muchísimo aprender los conceptos. Mucha gente, creo, bajó de notas y no sólo eso: aprendimos todos mucho menos», argumenta Carlota. Estar metido en la habitación, de 8.00 a 14.00 horas, hacer después los deberes y los trabajos por la tarde y «seguir en tu habitación... A mí se me hacía muy duro ponerme en el mismo sitio a estudiar», rememora Marcos.

«La entrega de los alumnos fue bestial, pero me gustaría destacar lo complicado que tuvo que ser para las personas que estaban en ese momento en segundo de Bachillerato. Fue duro pero no podemos compararnos con enfrentarte a la incertidumbre de no saber cuándo iba a ser la EBAU [Evaluación del Bachillerato para el Acceso a la Universidad], cómo se iban a preparar, si iban a tener o no clases de refuerzo. La entrega de los alumnos fue decisiva para que este sistema de clases virtuales diera sus frutos», añade Irene.

Mantener la concentración era el 'caballo de batalla' y a la vez el reto al todos se enfrentaron en esa etapa de la pandemia. «Dependías de ti mismo. No era lo mismo que tener a un profesor que esté controlándote y ayudándote», agrega Celia. Y a todo eso se unía la falta de contacto presencial con los compañeros, aunque seguían unidos a través de las redes sociales y sistemas de comunicación 'on-line'. 

Cuando se dieron cuenta de que «iba para largo» y de que la evolución de la pandemia era muy preocupantes, cundió en ellos el desánimo. «Al principio se llevaba bien, pero a finales de abril, mayo y junio era muy duro. Acababas mentalmente destrozado, era muy difícil concentrarse. Era muy duro estar todo el rato con la pantalla sin interactuar con la gente», recuerda Marcos. En esa situación era también complejo llevar a cabo las actividades que se realizaban en Educación Física. «Nuestro profesor nos proponía retos de, por ejemplo, tirar una bola a un vaso, ese tipo de cosas que ves en las plataformas y que se hacen famosas. Yo recuerdo que lo pasé muy mal. Me costaba bastante», recuerda Carlota. Por eso la vuelta a las clases presenciales al curso siguiente, el 2020-2021 fue para todos un alivio y, desde luego, un estímulo. 

La vuelta a las aulas«NOS SUBIÓ EL ÁNIMO»

«La verdad es que a todos nos subió el ánimo», apunta Natalia Cano. La vuelta se hizo con muchas medidas de precaución. «El instituto estaba todo lleno de desinfectante», agrega. Eso, asegura dos años después, no ha cambiado. Tampoco muchas de las pautas del protocolo (distancia social entre los pupitres, ventilación constante de las aulas e incluso desinfección de material como los balones y otros objetos en clase de Educación Física). «Creo que al principio, cuando volvimos a clase, había mucho miedo. En las noticias se hablaba de que era posible que subieran los contagios. Se esperaba un aumento muy grande al regresar a clase, pero fue una buena vuelta y hubo muy pocos casos teniendo en cuenta todos los alumnos que volvieron a clase en toda España. Sí que hubo un montón de aulas y alumnos confinados, pero no tantos como los que podría haber habido», abunda Marcos. 

Fue arduo también acostumbrarse al uso de la mascarilla especialmente en clase de Educación Física, abunda Natalia, al igual que el hecho de que todas las mesas estuvieran separadas. Se echa de menos esa cercanía física que se ha suplido, eso sí, con sistema de comunicación en línea. 

«Estamos en una edad en la que tenemos una capacidad enorme de socializar», comenta Leyre. «Creo que nos han quitado una parte importante de nuestra vida en ese aspecto. Somos adolescentes y lo necesitamos», apunta Evelyn. De alguna manera, insiste Leyre, la pandemia ha influido no sólo en el aprendizaje, también en cómo afrontar el mundo. «Ha cambiado nuestra forma de pensar, nuestra conciencia. Ves que uno estornuda y te alejas», señala. Aún así, son muy conscientes de que el verdadero drama del covid-19 lo han vivido quienes tuvieron la desgracia de perder a un ser querido y los que lo pasaron mal con la enfermedad. «No me gusta usar la palabra quitado o robado porque creo que era algo necesario. Lo hemos perdido y ha sido algo duro. Pues claro que nos hubiera gustado estar saliendo todos los fines de semana, irnos con nuestros amigos, pero no ha sido posible. Pero al ser necesario es algo que debería molestarnos menos», opina Marcos.

Él, como también muchos de los alumnos de Escolapios, se quedó sin viaje de estudios a París en tercero de ESO, sin intercambio escolar a Chicago el curso pasado y éste sin la excursión a Roma. Como Marcos, Celia cree que «los viajes que no hemos podido hacer han sido lo de menos comparado con las personas que han perdido familiares». 

En el fondo, destaca esta alumna de tercera de ESO, el confinamiento y la propia adaptación a la pandemia les han hecho «reflexionar y madurar como personas». 

el futuroCONVIVIR CON EL VIRUS

El final de la pandemia se ve, dos años más tarde, quizá más cerca, aunque paradójicamente eso signifique asumir que el coronavirus siga presente mucho tiempo en la sociedad. «Es verdad que se están levantando restricciones, ha habido verbenas en Soria estos Carnavales, pero ahora vuelven a subir. Va a ser la misma historia hasta que, espero que algún día, se avance científicamente», argumenta Natalia. Aunque la normalidad no sea exactamente como la de antaño. «Pienso que algo se ha perdido. No va a ser lo mismo», señala Carlota. Quizá con el paso del tiempo «y echando la mirada atrás nos damos cuenta de todos los errores que se han cometido. Lo que se hizo bien y lo que falló», concluye Marcos.