Una leyenda escrita en piedra

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La estela es romana en su origen. Sin embargo, no debió ser concluida

Una leyenda escrita en piedra

Existe una leyenda, cuyo origen debe hallarse en el siglo XI, que ha llegado hasta nuestros días. Con las variantes que el tiempo le haya añadido, cuenta lo siguiente:

Nuño Sancho, con 60 caballeros y sus criados, llevó a cabo numerosas incursiones por tierras aún en manos de los musulmanes, venciendo y logrando numerosas victorias. En una de estas algaradas encontraron a Albail, noble musulmán, que viajaba acompañado de numeroso y lujoso séquito porque se dirigía a contraer matrimonio. Sancho no lo prendió, sino que celebró en su casa un convite generoso y festivo. Tras ello, Nuño Sancho continuó su lucha. Un día en tierras de Almenar hubo de enfrentarse a un numeroso ejército musulmán. En la batalla le cortaron un brazo y, pese a ello, quiso seguir en la lucha hasta morir, como así fue. Albail tuvo conocimiento de ello y, agradecido por la generosidad de Nuño, buscó su cuerpo, lo envolvió en una valiosa túnica, colocándolo en un ataúd enriquecido con clavos de plata, y lo trasladó ceremoniosamente a Santo Domingo de Silos, donde fue enterrado.

Una segunda parte de la leyenda oral contaba que ese mismo día, el capellán patriarca de Jerusalén vio en la Ciudad Santa a un noble escoltado por sesenta caballeros. Se les recibió con honores  y rezaron ante el sepulcro de Cristo. Después nadie los vio. Cuando escribieron a Castilla contando el suceso se les informó de que Nuño había muerto ese mismo día. Por ello, su epitafio dice que habiendo hecho la promesa de peregrinar a Tierra Santa, cumplió en su muerte lo que no había podido hacer en vida.

Volvamos ahora a la estela conservada en el Museo Numantino. Es romana en su origen, sin embargo, no debió ser concluida y tal vez se halló en algún taller de piedra romano en el que se realizaban, entre otras piezas, estelas funerarias. Ésta no llegó a ser tallada. Es decir, se preparó con antelación para su adquisición por algún cliente.

 Mucho después, el espacio que debería haber ocupado el nombre y la dedicatoria del romano sepultado sirvió para inscribir una leyenda con la fecha de 1143, que traducido a nuestro calendario es el año de 1105 d.C. La transcripción y traducción, según su investigadora, Marisol Encinas, son las siguientes: 

 Orate pro eis Pater Noster.

(Crux) In Dei nomine et [h]oc signum […] M[uni]o Sancius qui po[pula]vi (?) Fenogosam de iustos (?) homines. Vene[ru]nt almoravites super eum […] et fugavit cum illis eius (?) […]evit dies eius Domini[cus] (?) et perierunt cum eo sexata viris. Requiescant in pace [Amen Christus]. Mense aprile in era millesima centesima cuadragesima tertia.

  Rezad por ellos un Padre Nuestro.

(Cruz) En el nombre de Dios y este signo […] Munio Sancius, el cual pobló Hinojosa de/con hombres justos. Vinieron los almorávides sobre él […] y les puso en fuga (o luchó contra ellos) […] en sus días Dominicus (?) y perecieron con él sesenta hombres. Descansen en paz. Amén Cristo (?). Mes de abril, en la era de 1143.

 Aún con luces y sombras por la ausencia de datos escritos de aquella época, la estela y la leyenda, sirvieron al propósito de legitimar, mediante un hecho bélico y la generosidad, a una familia de prestigio y poder incipiente, los Finojosa, cuyo primer asiento debió estar en lo que hoy conocemos como Hinojosa de la Sierra, aunque algunos lo hayan situado en Hinojosa del Campo. De esta familia nacerían personajes relevantes como Rodrigo Jiménez de Rada y San Martín de Finojosa, familia fuertemente vinculada a Santa María de Huerta y señores de Deza. En un momento impreciso, la familia Finojosa pudo trasladarse desde Hinojosa (hoy Hinojosa de la Sierra) a Boñices e Hinojosa del Campo, que pudiera haber surgido por repoblación desde la Hinojosa original.

La vida en esta zona del Noreste de la provincia en esos siglos nos es aún desconocida. Es probable que fuera habitada en pequeños pueblos cuyos habitantes se dedicaban fundamentalmente a la ganadería y a la agricultura. La fecha de la inscripción corresponde a ese momento de avance y retroceso de cristianos y musulmanes y en donde la vecindad entre ambos era de proximidad con enfrentamientos esporádicos y cíclicos.

En Santo Domingo de Silos está enterrado un personaje cuyo nombre coincide: Muño Sancho. Y existen fundadas investigaciones que creen que es el mismo Nuño Sancho a quien nos referimos. En documentos en los que la leyenda se escribió en los siglos XIII y XIV, conservados en el Archivo del Monasterio de Santo Domingo de Silos y en el Archivo de la Real Academia de la Historia, respectivamente, se indica que efectivamente el cuerpo de Nuño fue enterrado en Santo Domingo de Silos, lo que insiste en la importancia de esta familia. La leyenda tuvo al menos otra variante que conozcamos. Ésta, anacrónica, que se narra en las ‘crónicas trujillanas’, hace a Muño Sancho primo del Cid Campeador y sitúa los hechos como algo ocurrido en 1205, curiosamente 100 años después. La vida de las leyendas orales, narraciones de épocas de analfabetismo, solían actualizarse, enriquecerse en matices y hechos con una finalidad ejemplarizante, también de información y, en muchos casos, política.

 Esta importante pieza forma parte de  la colección permanente del Museo Numantino y llegó al mismo en 1922,  donada por Joaquín Febrel, gracias al trabajo de la Comisión Provincial de Monumentos y, en particular, al Abad Gómez Santa Cruz conocido en Soria por su interés por la Historia y la Arqueología que insistió en que diversas estelas, ésta entre ellas, que se encontraban desprotegidas en distintos pueblos de Soria debían ser convenientemente trasladas al Museo Celtibérico, y a Blas Taracena, director entonces de los Museos Numantino y Celtibérico. 

En la actualidad, se está procediendo a su restauración para su inclusión en la exposición permanente del Museo Numantino.