De Nicaragua a Ágreda, religión sin fronteras

A.I.P
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El nicaragüense Álvaro Chávez es el primer sacerdote extranjero de la provincia. Fue nombrado párroco 'in sólidum' en Nuestra Señora de los Milagros hace año y medio, tras pasar ocho meses en El Burgo de Osma

De Nicaragua a Ágreda, religión sin fronteras - Foto: E.G.M Eugenio Gutiérrez Martínez

Tratar de encontrar similitudes entre Managua (Nicaragua); Shikoku, la más pequeña de las islas principales de Japón; Kampala (Uganda); y Ágreda se antoja complejo. El padre Álvaro Chávez da cuenta de las diferencias y semejanzas entre estos lugares tan dispares y, sobre todo, tan distantes. Pero la evangelización no entiende de fronteras. En septiembre de 2021, el presbítero nicaragüense fue nombrado párroco 'in sólidum' con Alberto Blanco en Nuestra Señora de los Milagros de Ágreda. Previamente, estuvo ocho meses en El Burgo de Osma, junto al padre Alberto de Miguel. Es decir, llegó a Soria a finales de 2020, en plena pandemia del coronavirus, tras pasar doce años como misionero en Uganda y otros tantos previos en Japón.

En los bancos situados junto a la capilla mayor de la basílica agredeña de Los Milagros, el sacerdote repasa su vida, sin eludir su adolescencia «complicada» en Managua, tras la pérdida de su padre, y su convencimiento de que fue la religión, el Camino Neocatecumenal, la que le salvó. Terminados sus estudios en su país de origen, con 18 años es marchó a Japón, donde completó su formación durante ocho años, incluido uno de pastoral, y ejerció como párroco, cuatro más. «Allí, en la provincia del Rosario, todavía están los padres dominicos», apunta el primer cura extranjero de la Diócesis de Osma-Soria.

trayectoria. ¿Cómo llegó a Soria? «Dios me llama a hacer una pausa», ríe mientras se refiere a su destino moncaíno. Y advierte: «Cambiar una misión por otra no es una iniciativa humana, tiene que haber un proceso de discernimiento». Hace años entabló amistad con el obispo de Osma-Soria, Abilio Martínez Varea, cuando este era vicario parroquial en Logroño (La Rioja). El sacerdote nicaragüense conocía la necesidad de curas en la Soria despoblada y aceptó la propuesta de un «contrato» por tres años -aún le quedan unos meses-, prorrogable por otros tres. Parece que está convencido de que continuará. «Estos años que voy a estar aquí también son una misión. Pienso que renovaré, porque se ha pasado rapidísimo y porque tengo la posibilidad de incardinarme aquí [...] Dejemos que el tiempo hable, aunque me gustaría volver a la misión. Quiero estar con la gente, no puedo estar mucho encerrado... no es que esté en  clausura -bromea-, pero no es lo mismo», argumenta el párroco.

El padre Álvaro Chávez recuerda que con 13 años empezó a asistir a la parroquia de su barrio en Managua. Dos años después «nació la vocación», aunque tuvo que esperar a cumplir los 18 año para trasladarse al seminario misionero en Japón. «Vengo de una familia católica. Somos cuatro hermanos. Soy el primer religioso de toda la familia. Mi vocación sacerdotal surgió en la experiencia del Camino Neocatecumenal, aunque cuando me fui al seminario tampoco tenía claro que quería ser cura [...] Si no me voy a Japón, no hubiera salido de Nicaragua [...] No tenía espíritu aventurero, pero me impresionó una frase del Evangelio, de San Francisco Javier: De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida. Confirmó mi vocación», relata.

El sacerdote admite las dificultades de adaptación, incluido el aprendizaje del idioma, en Japón, un país industrializado, «donde lo tienen todo, pero les hace falta Jesucristo». Así que su labor no fue tanto anunciar a Jesús, sino «hacer amistad» con los japoneses. Vivía en una parroquia, «como una casa», en la que estaban cuatro personas. Y la misa de domingo no pasaba de la veintena de fieles.

«La parte de mi vida sacerdotal la completé en Uganda. Es un mundo completamente distinto. Allí te acogen, hay más católicos, son más religiosos. Vas por la calle y te saludan. Como dice San Pablo, he vivido la pobreza, la precariedad, pero también la alegría de la gente de África [...] Aquí le digo a los chicos: África me ha llenado muchísimo porque he aprendido a vivir con poco y se puede vivir bien. El resto está demás. Con ese espíritu he venido a Soria», aduce.

evangelizar. Para el cura, el «poder de evangelizar» reside en estar con el gente. Sean o no asiduos a misa. «Hay que ir sembrando para que otro venga y coseche [...] Puedo estar tres horas en un despacho, pero no va a venir nadie a verme», sostiene.  

Tras pasar ocho meses en la parroquia burgense del Carmen, en plena pandemia, el cura se traslada a Ágreda donde comparte parroquia con el padre Alberto Blanco, y acuden, igualmente, a Vozmediano, Añavieja, Valverde de Ágreda y Dévanos.    No es lo mismo preparar el sermón para una misa a la que acude una decena de fieles de avanzada edad, que dirigirse a los chavales de catequesis o preparar una homilía para decenas de ugandeses cuya preocupación es  «sobrevivir, no tiene tiempo para pensar si hay cosas que no existen [...] Aquí hay mucha gente culta y me tengo que preparar la predicación, la homilía y la catequesis de otra forma».

La trayectoria misionera del sacerdote nicaragüense le permite contar con un punto de vista distinto al que, quizás, está generalizado. «No se trata de tener llena la iglesia, sino de evangelizar, estar con la gente. Los frutos vendrán después [...] Hay un primer anuncio que igual es tomando una caña o un café [...] Un cura no ha nacido para estar solo, necesita una comunidad que es donde alimenta la fe [...] Esta experiencia en Ágreda también es única», reflexiona.