Cara y cruz de una moneda

Agencias-SPC
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Orban sigue gozando de una popularidad incontestable en su país tras arrasar por cuarta vez consecutiva en las elecciones, aunque en la UE el descontento va en aumento

Cara y cruz de una moneda - Foto: BERNADETT SZABO

Hungría no se cansa de Viktor Orban. El premier, que acaba de ser reelegido por cuarto mandato consecutivo con más de un 50 por ciento de los votos, es el jefe de Gobierno más veterano de la UE, con 12 años seguidos al frente del Ejecutivo, a los que hay que sumar otros cuatro entre 1998 y 2002. 

Afianzado en el cargo, ha aprobado en solitario una nueva Carta Magna y enmiendas constitucionales con las que ha socavado la separación de poderes, incrementando la grieta existente con la oposición, que ve en él a un político corrupto que quiere eternizarse en el poder, y con la UE, que teme que la personalidad del mandatario acabe por saltar por los aires la unidad del bloque. 

Orban supo desde el principio de su carrera alimentar un sentimiento nacionalista hasta entonces inédito en Hungría. Tras cuatro años de mandato, fracasó en las elecciones de 2002. Pero supo aguantar hasta encontrar el momento oportuno, aprovechándose de los escándalos de corrupción en el Gobierno socialista. Ocho años después del parón comenzó su nueva andadura. Desde que llegó al poder en 2010, cuando inició lo que definió como «una revolución conservadora», ha construido lo que llama una «democracia iliberal», con la que comenzó una serie de reformas que derivó en la aprobación de una nueva Constitución basada en valores cristianos, un cambio en la ley electoral o una legislación homófoba.

Su «apertura hacia el Este», un acercamiento político y económico hacia Rusia y China, le ha valido el respaldo de esas potencias. Sin embargo, cada vez son más las disputas con sus socios europeos, que acusa al premier de violar el Estado de derecho y las leyes comunitarias. 

Ahora, tras tumbar a una oposición que se unió infructuosamente por acabar con su Gobierno, se siente más libre que nunca para continuar un camino lleno de polémica.

Victoria arrolladora

El apoyo de Hungría hacia Viktor Orban es incontestable: su victoria en las urnas el 3 de abril frente a una oposición unida fue arrolladora. Y, así, el Fidesz es el único partido de la UE capaz de amarrar tres supermayorías absolutas -con más de dos tercios de los escaños del Congreso- consecutivas. 

Orban, de 58 años, es el político más popular del país y hay un dato concluyente: el populista ha vencido en cinco de las nueve elecciones generales celebradas desde el fin de la dictadura comunista en 1989. Desde 2010 lo hace de manera ininterrumpida y con apoyo suficiente como para cambiar la Constitución y acabar así con la separación de poderes.

Aunque algunas de sus políticas no son del todo respaldadas -fracasó en un referéndum para respaldar la ley homófoba que vincula pedofilia y homosexualidad celebrado el mismo día que las parlamentarias-, otras sí han sido bien recibidas en un país cada vez más conservador y ultranacionalista, como su plan de encerrarse ante la llegada masiva de migrantes en la crisis de 2015 que levantó su aprobación entre la ciudadanía.

La popularidad del primer ministro se basa también en unos buenos datos financieros. El desempleo en Hungría se sitúa en poco más del 3 por ciento y en 2021 la economía del país aumentó más de un 7 por ciento. Entre 2014 y 2021 el PIB per capita aumentó un 26 por ciento, hasta los 13.600 euros.

Cada vez más aislado

Mientras en su país cuenta con un apoyo mayoritario, entre sus socios de la UE también es mayoritario el rechazo por sus diferentes y controvertidas actuaciones relacionadas con el bloque, del que cada vez está más distanciado y cuya autoridad cuestiona.

Su plan para frenar la crisis migratoria de 2015 -impidiendo la entrada de sin papeles- violó el Derecho de la Unión y ya abrió profundas grietas con el bloque. Ahora, ha mantenido una posición tibia respecto a la invasión rusa sobre Ucrania. Se ha sumado a las sanciones comunitarias, pero ha vetado el tránsito de armas para Kiev por su territorio y se ha negado a renunciar al gas y al petróleo rusos.

Ha evitado criticar a Vladimir Putin, con el que mantiene una estrecha alianza, pero sí ha cargado contra el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, al que ha acusado de interferir en las elecciones para favorecer a la oposición.

Su cercanía con Rusia ha molestado, incluso, a sus aliados más cercanos en la UE, como Polonia, la República Checa y Eslovaquia, sus socios del grupo de Visegrado, que se han alejado de él en las últimas semanas. 

Sin embargo, esos vínculos con Putin solo le han pasado factura de fronteras para afuera. De hecho, le han servido para presentarse como garante de la estabilidad y de una equidistancia para, argumenta, defender los intereses de Hungría.