El Maestro Ciruela

Carlos Dávila
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Pablo Iglesias Turrión ha llegado al ridículo del analfabetismo histórico al comparar a Puigdemont con los exiliados del 39

Las palabras del vicepresidente en una entrevista el pasado domingo han levantado una densa polvareda. - Foto: Eduardo Parra Europa Press

En los años 40 del pasado siglo, un estimable intelectual, ignorado ahora como tantos otros, José María Sbarbi, publicó un amplio Diccionario de Refranes del que han vivido todos los demás recopiladores que se han venido dedicando a este menester. En su obra, Sbarbi dedica un cierto espacio a recoger la leyenda, verdad poca, de un estúpido maestro que en Siruela, Badajoz, creó una escuela para enseñar a los púberes algo que él no sabia: leer. De aquí, de la rima forzada con Siruela, quedó para el futuro pícaro de nuestra lengua, el sambenito de Maestro Ciruela, sujeto tan analfabeto como pretencioso del que han abusado cientos de literatos y hasta políticos españoles de todo tiempo. En esta clase pueden encuadrarse individuos que hablan por doquier y sin saber de qué y que, con tonillo sabihondo y ufano, hacen comparaciones entre el ayer y el hoy, entre unos y otros, sin caer en la cuenta de que aquí, en España, el más tonto compone relojes y que los simuladores de cultura tienen como la propia mentira las patitas muy cortas.

  A estas horas ya habrán adivinado que si existe en la España actual un personaje que responda certeramente a este dibujo es el todavía vicepresidente del Gobierno Pablo Iglesias Turrión. Añado su segundo apellido porque este cronista tiene acreditado el malestar que causa en los militantes socialistas la coincidencia entre las identidades de su fundador, Pablo Iglesias Posse y la de este ufano chisgaravís, padre del partido político Podemos. En poco menos de dos días, este personaje ha comparado sin pudor, ni rubor, el exilio que se visualizó en nuestro país recién terminada la Guerra Civil, y la situación de un fugitivo sedicioso como Carles Puigdemont que, si por algo será recordado, no es solo por su cobardía huyendo de España refugiado en el maletón de un automóvil, sino también por haberse aposentado en Waterloo en un palacete que ya sabrá Dios quién paga el alquiler, aunque no es improbable que corra a cargo de los impuestos de todos los españoles, catalanes incluidos. Puigdemont es un político de opereta bufa que, en circunstancias de normalidad pública, no habría llegado en Cataluña ni siquiera a concejal de Festejos del más incógnito pueblecito del Principado.

Iglesias Turrión, eso ya lo sabemos, es un sectario leninista que pretende llevar a España a situaciones similares a la de la URSS más homicida (100 millones de personas a cuenta de los fusiles de Stalin) o, más recientemente, de las podridas dictaduras de la América hispana, Venezuela, Cuba, Bolivia y cosas así. Pero, puestos en plan personal, digamos que medidamente académico e histórico, Iglesias Turrión, el Maestro Ciruela del XXI, es un absoluto ágrafo: su sectarisimo le conduce al ridículo del analfabetismo histórico. Porque, vamos a ver, Iglesias, ¿tú sabes en que situación salieron de España al exilio intelectuales como Antonio Machado, Azaña, Ossorio y Gallardo, Alberti, Picasso, Juan Ramón Jiménez, Pau Casals, Arturo Barea, Marañón, Ortega y Gasset, Pérez de Ayala, Sánchez Albornoz, Américo Castro o Pittaluga, por no agotar una enorme referencia española refugiada en el extranjero? ¿Cómo es posible comparar a la crema de la intelectualidad con este individuo estulto, provocador y delincuente que atiende por Puigdemont? Es de una procacidad miserable.

 

Notables diferencias

Claro está que en España aún está pendiente una crónica general de aquel exilio, pero por lo que sabemos (el exilio de los pobres y también de los más favorecidos) no guarda similitud alguna con la peripecia de un barrenero de las instituciones cuya sola obsesión es acrisolar el independentismo que Iglesias Turrión, en sus soflamas aldeanas, dice defender a horca y cuchillo. No todo aquel exilio de los 30 fue glorioso, ni todos sus protagonistas eran elementos decentes y dignos, o ¿es que no vamos a recordar a alguno de los más infectos asesinos de las checas madrileñas que consiguieron tomar el portante y fueron mayormente asilados en la Unión Soviética? Sé que este apartado no viene al caso, pero conviene recordar que no todo el monte fue orégano, y que muchos de los que se fueron llevaban sobre sus escasas conciencias cientos de crímenes horrendos. Lean a este respecto el monumental libro de Federico Jiménez Losantos: Memoria del Comunismo.

Uno de los socialistas, pocos, que se quedó a posta en Madrid en el 39 no sería ahora mismo un apóstol de los postulados de Iglesias Turrión. Besteiro dejó escrito para los muchachotes de su partido que hoy por hoy gobiernan el país gracias a los escaños del comunista, una sentencia como ésta: «Nosotros estamos derrotados nacionalmente por habernos dejado arrastrar a la línea bolchevique, la aberración política más grande que han conocido los siglos». Los derrotados se tuvieron que marchar de España, algunos de ellos, los más importantes, pidieron perdón como Manuel Azaña y, como Indalecio Prieto, escribieron páginas durísimas contra la colaboración de su partido con el comunismo internacional. Hace ya algunos años, el exiliado socialista don José Prat, presidente del Senado ya en la democracia, pronunció una conferencia en el Ateneo de Madrid sobre la imprescindible corrección de los errores de su partido durante la República y posterior Guerra Civil. Prat, muy en la línea de Besteiro, empezó citando al Talleyrand de la época de la Restauración: «Os equivocáis sin pensáis que queda un poco de sentido común en la corte del conde de Provenza: nadie se ha corregido, nadie ha sido nada, nadie ha sabido olvidar nada, ni aprender nada». Y apostilló don José: «Espero que esta vez sí hayamos aprendido».

No parece que las actuaciones de nuestro nacional Maestro Ciruela caminen en esta dirección y, lo que es aún peor, resulta especialmente grave que los conmilitones de Iglesias, callen como difuntos (es especialmente insoportable el silencio de Pedro Sánchez) ante las repetidas acometidas de su socio de Gobierno. A lo peor, a estas alturas de esta crónica semanal, tengo que rectificar por esto: probablemente no estemos, que también, ante un ensoberbecido Maestro Ciruela que habla a humo de pajas sencillamente porque su ignorancia es muy atrevida; no, no es eso, se trata de un sujeto pendenciero y provocador que realmente dice lo que piensa. ¿Qué es esto en esta ocasión? Pues que Puigdemont es un tipo honorable que defiende la independencia de su región sin alterar la legalidad. Por eso lo proclama y por eso utiliza su verbo de simulador de cultura para hacerle un favor inconmensurable al fugitivo: que Europa crea que Puigdemont es un exiliado decente, no un delincuente cobarde. Ese es el favor. El silencio de Sánchez es por tanto cómplice. Dicho esto, lo repito: Pablo Iglesias Turrión es el Maestro Ciruela de nuestro hoy.