Óscar del Hoyo

LA RAYUELA

Óscar del Hoyo

Periodista. Director de Servicios de Prensa Comunes (SPC) y Revista Osaca


El canto del gallo

10/04/2022

Polvo en el camino. Cae la noche y el calor es sofocante. La comitiva ya está muy cerca de su objetivo, pero, cansados del largo peregrinaje, el líder y sus discípulos deciden hacer parada en Betania, un pequeño pueblo situado en las faldas del Monte de los Olivos. Allí descansan, comparten cena con Lázaro, Marta y María y pernoctan antes de reemprender la marcha hacia su destino: Jerusalén.
Mañana de esperanza. Centenares de judíos se concentran en las inmediaciones de la ciudad, proceden de diferentes puntos y acuden para celebrar la tradicional Pascua, conmemorando su liberación de la esclavitud egipcia. Al llegar a Betfagué, el Maestro, consciente de la amenaza que supone el decreto del sanedrín que le condenará a muerte si se erige como Rey de los judíos, prepara su entrada y pide a Pedro y a Juan que acudan a una aldea cercana para tomar prestada una burra que está atada. «Si os preguntan, decid que el Señor la necesita, y que les será devuelta». La profecía que Zacarías lanzó medio siglo antes cobra vida. El Rey llegará humilde, montado en un pollino, como símbolo de paz y buena voluntad.
La comitiva es cada vez mayor. Tras poner varios mantos encima del lomo del animal, el adalid, cuyo nombre es Jesús, se sube en él y se dirige a Jerusalén con el objetivo de acceder por su Puerta Dorada. A medida que se acercan, son muchos los que le reconocen. Sin pensarlo, lanzan al suelo sus ropas al mismo tiempo que cortan ramas de los árboles para crear una especie de alfombra natural sobre la que el Mesías prometido continúa su camino.
Las decenas se tornan pronto en centenares y muchos preguntan con insistencia a quién aclaman. Es el Profeta de Galilea del que tanto han oído hablar. El gentío lo alaba, se postra a su paso, pide bendiciones y suplica milagros, mientras los fariseos, desperdigados entre la multitud, preocupados por el entusiasmo que genera su presencia, tienen claro que, más pronto que tarde, deberán detenerlo y juzgarlo. Sus horas en este mundo están contadas.
España celebra hoy el Domingo de Ramos, preludio de una de sus semanas más grandes, liberada tras dos años consecutivos de una pandemia que cada día que pasa parece quedar más lejos y que en esta ocasión sí que va a permitir que las ciudades y los pueblos se engalanen para revivir sus ritos, lucir sus Pasos humanizados y recordar la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. De nuevo, se volverán a celebrar esas multitudinarias procesiones que, antes de la llegada del coronavirus, suponían un enorme atractivo turístico fuera de nuestras fronteras, causando admiración. Exaltaciones de fe, de firmes creencias transmitidas de padres a hijos, de generación en generación, que van más allá del sentimiento religioso y forman parte del imaginario colectivo.
Vivimos con la mirada puesta en la cruenta invasión de Ucrania que nos está dejando imágenes apocalípticas, donde la muerte, vestida de uniforme y portando guadañas, sesga vidas de manera indiscriminada, arrebatando de manera salvaje cualquier atisbo de dignidad. Escenas dantescas, impropias de una sociedad civilizada que muestran la peor cara del infierno.
Vivimos en pleno siglo XXI. Cada uno es libre de pensar, opinar y creer lo quiera, pero ello no está reñido con que siempre prevalezca el respeto, el respeto por el otro, por el ser humano, ese que se pierde a pasos agigantados en muchos de los aspectos de la existencia, siendo el garante del vive y deja vivir y eje fundamental en torno al que gira el espíritu de la humanidad, su forma de actuar y sus creencias. «No lastimes a los demás con lo que te causa dolor a ti mismo». Buda dixit.


Noche oscura

Los soldados trasladan a Jesús a la casa de Caifás entre risas y menosprecios. Pedro no ha perdido de vista al Maestro y se acerca al fuego para calentarse en una de las hogueras que hay en el patio. La luz deja entrever su rostro y una de las sirvientas le reconoce: «Tú eres uno de los discípulos». Pedro lo niega y decide huir, hasta que otra mujer le vuelve a señalar y él, angustiado, la responde que se confunde. «Ni siquiera sé quién es Jesús». Dominado por el miedo, busca una salida, pero un hombre lo identifica y le vincula de nuevo con el Mesías. «¡Os juro que no lo conozco!». En ese momento, el canto del gallo rompe un silencio que estremece.
Como Pedro la noche previa a la Pasión, hay cristianos que están dando la espalda a la Iglesia, pese a que la religión cristiana sigue siendo mayoritaria en una España que es un Estado aconfesional. La sociedad se seculariza a un ritmo desigual. Aunque más de la mitad de la población se autodefine como católica, el número de practicantes se ha reducido de forma progresiva hasta situarse hoy en el entorno del 20%. Quizás no sea necesario preguntarse razones y porqués.
Jesús está exhausto. Su sufrimiento es inhumano. Crucificado en el Gólgota apenas puede respirar, pero en su agonía, resiste, saca fuerzas y grita: «Elí, Elí, lemá sabactani (Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?)».
Suena un seco golpe de matraca. Se escucha al capataz gritar: «Todos por igual, valientes. ¡Al cielo con Él!».

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