En Narros se respira buen rollo y dinamismo e impresiona el buen estado de sus casas de piedra con escudos y balcones de forja (datados en el siglo XVIII), pero también de sus calles y jardines, a los pies de la sierra del Almuerzo y a 15 minutos de Soria. Ana Belén Sanz, alcaldesa desde hace casi ocho años, aguarda junto al pilón de la plaza para mostrarnos el día a día en su pueblo y pensando, mientras, en dejar los farolillos para encenderlos ya en Navidad. Allí al lado está el Ayuntamiento nuevo (el viejo es ahora una vivienda de alquiler), donde se ubican el consultorio y el nuevo bar que después visitaremos.
«Todos nacieron aquí, mi padre, mi abuela, mi abuelo...», comenta Ana, que reformó hace tiempo una casa para vivir largas temporadas con su familia. Este año ya estaban allí el 27 de mayo para pasar el verano y cuando en septiembre toca volver a la capital reconoce que se le escapa alguna lagrimilla, aunque vayan a volver cada fin de semana y en puentes.«Aquí el tiempo da para mucho, para pasear, recoger la casa, tomar algo, charlar con uno y con otro...», apunta en referencia a lo bien que está vivir en pueblos.
También acude a la cita el concejal Pedro Fernández, quien vivió en Narros hasta los dos años -se crió «con las ovejas y con los tractores»- y ahora regresa a temporadas con su familia. Como otros vecinos, destaca que lo mejor del pueblo es «la gente» y las relaciones que se forjan durante muchos años. Sobre sus lugares preferidos, de pequeño era el teleclub y ahora es un apasionado del monte. Sube cada fin de semana a la sierra, «en bici, andando, como sea».
En la calle de arriba vemos a Florinda con su hija Puri -funcionaria «a punto» de jubilarse- cuidando las gallinas. Esta narreña llevó el bar hasta 2021, cuando decidió jubilarse a los 87 años. «Les tenía ya a todos al retortero», bromea. «Lo peor que puede haber en un pueblo es que no haya bar, hemos estado muy a gusto muchos años. Podía haber uno, ninguno o dos clientes, pero era igual», comenta destacando la ayuda que tenía de su nieto Alonso, quien precisamente llega con Sara para enseñarnos su pueblo. Florinda suele pasear «hacia las sierras y la Virgen si hace bueno y hacia la soledad, al abrigo, si hace malo».
Florinda nació allí, su madre ya llevaba el bar y su padre era carpintero y albañil y tenía un taller con sus hermanos. Se casó también con un narreño, Máximo, que trabajó de agricultor. «Aquí hemos estado toda la vida. Hemos salido mucho, pero irnos no. Y hemos sido muy felices teniendo menos de lo que se tiene ahora. Íbamos por ahí a las fiestas y no llevábamos ni una peseta pero lo pasábamos en grande», recuerda Florinda. Sobre sus rincones favoritos, se queda con el bar, la plaza, su casa y la de su hijo Miguel Ángel y su nuera Inés.
Mientras continuamos el recorrido, Alonso nos cuenta que de Narros, donde se ha criado, le gusta todo, «sobre todo la gente y la buena relación que tenemos». Los jóvenes se juntan también mucho u de su edad (en torno a los 20) son un grupo muy numeroso de distintas procedencias. También es frecuente quedar para dar la vuelta a la sierra y precisamente en esos días tienen una salida. Llegamos a la bonita casa que sus padres rehabilitaron hace 30 años y que han ido ampliando, con un espectacular jardín que incluye membrillero, manzano, lavanda... SaraCaballero, su novia, está encantada con haber descubierto ese pueblo «porque son como una familia y hay muy buen ambiente».
esperando la fibra ópticaTRES CASAS EN CONSTRUCCIÓN
Con los vecinos hablamos de los servicios y confirman que la cobertura es el principal problema para que muchos se queden durante más tiempo. La alcaldesa espera que «pronto llegue la fibra». En el confinamiento teletrabajó mucha gente sin incidencias, pero es peor cuando lo usa más gente (hay unas 200 personas allí en verano) y las casas viejas tienen muros muy gruesos.Sobre el consultorio, el médico atiende cada semana y el enfermero cada dos. Aunque en el pueblo hubo de todo (colegio, tiendas, farmacia, herrero, caminero, barbero, médico, sastre...), ahora el panadero va cada dos días en invierno y en verano cada tres, el pescadero los viernes, el de los congelados martes y jueves y el frutero (con más productos) el sábado.
En cuanto a las fiestas, las grandes son el Sábado Santo y el segundo domingo de agosto (cuando se pide la rosquilla), pero también se celebra San Antonio el 13 de junio y San Juan (el patrón del pueblo) el 24 de junio, además de Carnaval, la matanza, Halloween... y en Nochevieja cenan todos juntos. En la Asociación Cultural Amigos de Narros son unos 250 y organiza una ruta por la Sierra del Amuerzo con gran participación.
Ana y Pedro destacan las mejores que se han hecho últimamente, como el arreglo del lavadero y varias calles, la fragua y el nuevo bar-restaurante. Además, se ha acondicionado el campo de fútbol, se ha pintado el frontón y se han colocado más juegos en el parque de la entrada. No tienen casa rural, pero ubicarla en el teleclub es una opción. Otro dato importante es que en estos momentos hay tres casas en construcción.
emigración a la riojaLA PANDEMIA EN EL CAMPO
Pasamos por las antiguas eras, con el campo de fútbol, hacia la urbanización. Esperanza Fernández y José Antonio Gil, más conocido como 'Perolo', nos cuentan que, aunque siempre han vivido en Arnedo, están mucho en el pueblo desde que él se jubiló. También sus hijas y nietos van con mucha frecuencia y disfrutan del medio rural soriano. «En 1968 nos fuimos todos a La Rioja, éramos 11 hermanos, así que a mis padres nos les quedó mas remedio que emigrar», comenta Espe destacando que nunca perdieron la relación, porque se mantuvo la casa familiar y muchos de ellos han ido haciéndose casas. Recuerda con especial cariño los veranos en las eras cuando se hacía la trilla. Su nieta Elvira se une al grupo y explica que son muchos niños en el pueblo y que le gusta ir en bici y jugar a los tres navíos, el pí, el recorrido...
Les preguntamos por los habitantes que tiene ahora Narros y Dora Martínez Martínez Martínez (tres Martínez), de quien dicen que «es la jefa», nos dice: «Somos 36 durmiendo, los cuento todos los días». Su marido, Javier Sanz, es también de allí y teniente alcalde. Aunque han vivido 40 años en Logroño, se han instalado ya en su bonita casa de piedra del pueblo con un original arco en el interior junto al que se fotografían.
«Me encuentro mucho mejor aquí y de la pandemia no nos enteramos porque salíamos al campo todo el día, no nos ha hecho mella», comenta. Sobre sus recuerdos, cree que antes la diversión era más sana y no se salía por la noche, «ahora todo beber y todo muy nocturno». Iban a los bailes los domingos y las chicas ayudaban a guardar el ganado para que empezara cuanto antes.
La mayoría de los vecinos son jubilados, pero también quedan un ganadero, dos agricultores y los jóvenes que llevan el bar. El Ayuntamiento ha contratado a Carlos como alguacil a media jornada, que se ha instalado en el pueblo con Sandra, su pareja. Son hijos del pueblo y se conocían desde pequeños. Ella, fisioterapeuta, atendía a los vecinos los viernes. Nos acercamos a la espléndida iglesia de San Juan Bautista, que nos enseñan con cariño, y al lado han colocado las letras de Narros en madera y se ubica el parque con mesas. Suele haber visitantes en los fines de semana, que «paran a ver el pueblo, a pasear, a tomar algo en el bar...». Son populares y de gran vistosidad las casas de la Media Luna, que Juan José sigue arreglando y digna de revista, y la Media Naranja, propiedad de José Luis y de la que hay una leyenda que la denomina Casa del Diablo. Los propietarios ya fallecieron y ahora son los hijos los que las disfrutan.
la partida cada tarde LA ESTACIÓN, UN DESCANSADERO
Pasamos por el lavadero, el horno comunal restaurado (decorado por Marta Lapeña), la fragua (de la que disfrutan los jóvenes) y el amplio polideportivo o salón para eventos. Y visitamos en su casa al sonriente Doroteo, de 95 años, «la memoria del pueblo», quien nos cuenta que en la Guerra Civil estuvieron los italianos, que en 1941 hubo en Navidad una intensa nevada que después tornó en aguaceros y que todo el pueblo colaboró en las obras para meter el agua en los años 70, «hasta el cura se quitó la sotana y se puso el mono». «Pequeño agricultor y pequeño ganadero, como todos los que hemos vivido aquí», recuerda que había pingada del mayo en San Juan. Tiene una biznieta que «es un encanto» y le hace feliz que toda la familia siga yendo al pueblo.
El bar nuevo lo llevan los primos Sara Fernández y José Manuel Villarreal desde 2021 y tienen muy buena fama los almuerzos. Ella es de las pocas jóvenes que ha vivido siempre allí y destaca «la calma, la naturaleza, la buena convivencia...». Ya son las 18.30 horas y las mujeres comienzan a llegar para echar la partida (de brisca o guiñote, según los grupos).