Ermitas de San Juan y Santa Ana, extramuros de Calatañazor

T.G/ J.M.I./ L.C.P.
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La Asociación de Amigos de Calatañazor limpió la maleza alrededor del templo La crisis de 2008 paralizó el proyecto de reconstrucción pero aún no se descarta

Ermitas de San Juan y Santa Ana, extramuros de Calatañazor

El primer día de febrero amaneció con un tiempo titubeante. Los días anteriores habían sido soleados y sin viento. El estreno del mes cubrió el cielo con algunas nubes y el frío viento, hizo que el día se presentara un tanto desapacible, aunque la mañana lo fue mejorando.

Nuestro destino, en esta ocasión, es bien conocido para tantos y tantos sorianos y para los que no lo son. Nos dirigíamos a Calatañazor por la N-122, salpicada por la A-11, hasta llegar, a un cruce a la derecha para tomar la SO-P-5026. En media hora llegamos a nuestro destino. 

A Calatañazor lo rodea por el este y el sur el río Milanos, pero la localidad lo observa desde lo alto de un peñasco inexpugnable. El pueblo, que fue cabeza de la Comunidad de Villa y Tierra de Calatañazor, se convirtió en municipio al caer el Antiguo Régimen, y llegó a albergar a más de 600 habitantes en el siglo XIX. Desde entonces su población ha ido descendiendo hasta los 37 que hoy figuran en el censo. Las pedanías de Abioncillo y La Aldehuela aumentan en 14 el magro resultado. Viven de un turismo vacacional y sus establecimientos reducen sus prestaciones el resto del tiempo: «aquí los bares no te sirven café hasta el verano, aunque estén abiertos. Si quieres tomar café tienes que ir a la Venta Nueva», se queja una desconsolada vecina.

Ermitas de San Juan y Santa Ana, extramuros de CalatañazorErmitas de San Juan y Santa Ana, extramuros de CalatañazorLa Villa de Calatañazor contó con once parroquias, muchas de ellas extramuros. Conocemos la carta que a finales del siglo XVIII D. Ramón Bas y Martínez, párroco de la Villa, dirigió al cartógrafo Tomás López. Por ella sabemos que de las 11 parroquias, al menos siete se encontraban extramuros. En el sector norte había cuatro, de ellas se conservan en muy buen estado la Soledad, antigua de San Nicolás, la caja de los muros de San Juan y escasos restos de Santa Ana y su collación. La pujante villa crecía fuera de la muralla.

Antes de iniciar la cuesta que nos conducirá al centro del pueblo, pudimos contemplar la ermita de Nuestra Señora de la Soledad, ermita románica, recuperada y que, afortunadamente, no tiene cabida en esta serie del «románico mirando al cielo», por poseer una techumbre en buen estado. Su actual propietario es el ayuntamiento de Calatañazor y no el obispado lo que, en principio, augura un mejor futuro al edificio. Es del siglo XII y, sorprendentemente, su portada se ubica al norte, seguramente porque hacia ese lugar existía en aquellos ya remotos tiempos la collación de San Juan, y porque por el norte se extendería la habitación de sus pobladores. Hoy todo ha desaparecido. Las tierras de labor ocupan lo que durante en tiempos pretéritos fueron viviendas extramuros de Calatañazor. La Soledad mira desde lo alto a San Juan. Llama la atención su espléndido ábside y unos canecillos desgraciadamente interrumpidos, junto con la cornisa en la nave, por unas obras de restauración que igualaron la altura de esta a la de la cabecera.

Siguiendo por la misma carretera, a solo unos metros, en una zona habilitada para aparcamiento, se encuentra la ermita de San Juan Bautista. El edificio entra por pleno derecho en el románico sin techo. No tiene nada de él. Sin embargo, el aspecto de lo que queda de ella es bueno, fruto de una intervención que el Proyecto Soria Románica llevó a cabo en 2010. Entonces se consolidaron las ruinas, se limpió el entorno de vegetación y se acondicionó el aparcamiento. Esas obras permitieron a las ruinas salir de la 'Lista Roja' del Patrimonio de Hispania Nostra. Años antes, nos relata J. Antonio Gonzalo, presidente de la Asociación Cultural Amigos de Calatañazor, hubo un proyecto de reconstrucción de la ermita en colaboración de la Asociación con el Ayuntamiento y la Asociación Tierras Sorianas del Cid. Durante aquellos años la asociación limpió de maleza el entorno de la ermita. El proyecto pretendía realizar un aparcamiento y en el interior un centro de recepción de visitantes e información, así como una sala de conferencias. Las dificultades económicas de la crisis de 2008 paralizaron el proyecto, pero en la actualidad se sigue con la idea de una posible reconstrucción, por lo que no se descarta que en unos años el inmueble pueda tener nueva cubierta y nuevos usos.

San Juan Bautista es una pequeña iglesia, de una única nave acabada en testero recto, algo, bastante común en la antigua Comunidad de Villa y Tierra de Calatañazor. La silueta de la caja de sus muros se repite por el rural soriano. La espadaña está desmochada como las que vemos en Golbán, La Pica o la ermita de San Marcos en el despoblado de Campicerrado. Su factura pobre es de sillarejo y mampostería, como casi todas las del románico rural soriano. Únicamente en las esquinas y la portada, mirando al sur, presume de sillares. 

Es una bonita portada en la que se han repuesto algunas piezas. Ésta se resuelve con un arco de ingreso de medio punto y dos arquivoltas, una lisa y otra de fino bocel, separadas por una cenefa de tallos ondulantes y rematada con una chambrana con bifolias. Todo ello apeado sobre una línea de imposta con bifolias arrepolladas. Todavía conserva la portada en su parte superior dos canzorros que sirvieron de apoyo a la cubierta de un pequeño pórtico que protegió la portada. 

La cabecera es recta, muy similar a como lo sería la de San Miguel de Parapescuez, y ligeramente más estrecha que la nave. Presbiterio y ábside se cubrirían con bóveda de cañón y la nave con cubierta de madera. En su interior, las paredes estarían enfoscadas. Parte del ábside aparece ocupado por los brotes de olmo que otrora ocultaban estos restos que han sido talados. Desde allí se observan los buitres majestuosos atravesando esa llanura recorrida por el río Abión, y se escuchan las máquinas que la Diputación ha desplegado para asear las cunetas de la carretera y ofrecer una cara hermosa al turista veraniego. También este inmueble es propiedad del ayuntamiento y, sin duda, una vez consolidado, ofrece múltiples posibilidades de utilización, en verano claro está; no olvidemos que se trata de un edificio desde cuyo interior, se mira al cielo.

Una ladera al norte nos separa de otra ermita, la de Santa Ana. La pendiente de la ladera no es suficiente para eliminar nuestra curiosidad. Un poco jadeantes alcanzamos la cima donde nos encontramos con dos edificios: las ruinas de Santa Ana y el depósito de aguas. El cerro domina el espigón de Calatañazor y ofrece al viajero unas vistas únicas de la villa amurallada. En ese alto se asentó una pequeña collación y hoy podemos ver los restos de una ermita muy pequeña y casi completamente derruida. Todavía se distingue parte de la caja de sus muros con la orientación canónica y su cabecera recta. A su alrededor se esparcen montones de piedras que, en su día, seguramente, formaban parte de alguna vivienda o de la misma iglesita. Entre las piedras se adivinan trozos de tejas, ya relajadas de su labor, y empotrada en el muro sur, todavía vemos una dovela, que con total certeza formó parte de la antigua portada. Por lo que observamos en los restos, esta, como otras muchas ermitas, durante un tiempo fue ocupada como majada, apareciendo ahora el espacio como un puzle de piedras de difícil interpretación.

Aquí acabaría nuestra jornada, sin embargo, ¿se puede estar en Calatañazor y no pasear por sus calles?, desde luego nosotros no; curiosos insaciables y enamorados de su historia y de su belleza.

Así pues, recorremos su empinada calle principal y llegamos a su plaza donde se alzan majestuosas las ruinas de su castillo. No nos resistimos, y subiendo sus escaleras, ahora restauradas, alcanzamos la cumbre, y pensamos admirados, en lo que las gentes del medievo sentirían al vislumbrar, desde las alturas, las imponentes huestes que el caudillo Almanzor había desplegado en la llanura para asediar su pueblo. ¿O sólo es una leyenda? Nos da igual, somos unos románticos buscando hazañas y soñando con batallas y gestas que nos lleven a encontrar gigantes donde solo hay molinos, ¿o no? ¿Qué nos impide soñar?