El niño de 'Cinema Paradiso'

S.Almoguera
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José Antonio Silva, mítico proyeccionista de los cines Rex, Avenida y Lara, se jubila tras 50 años de feliz dedicación al séptimo arte

El niño de ‘Cinema Paradiso’ - Foto: E.G.M

Él es Tarzán, es también ese Rutger Hauer consciente de que esos momentos más allá de Orión se perderán «como lágrimas en la lluvia» al final de Blade runner; es Alberto Closas en Muerte de un ciclista o cualquier personaje de una película de Bardem, uno de sus directores favoritos. Es Tiburón, E.T., Ryan y también cada uno de los soldados que se juegan la vida para salvarle en pleno desembarco de Normandía, Ana Torrent cuando mira a cámara y dice: «Me llamo Ángela, me van a matar» en Tesis, de Alejandro Amenábar. Es Neo, el mesías de Matrix. También Pepi, Luci y Bom y otras chicas del montón, aunque sueña con un mundo en el que El hombre de las mil caras, de Alberto Rodríguez, consiga todos los premios que se merece y que se le resistieron en los Premios Goya de aquel año. «Qué buena película es», afirma. Toda su infancia en Sotillo del Rincón hasta los 11 años, como la de Antoine Doinel, el alter ego de François Truffaut, en Los 400 golpes, tiene ese mismo blanco y negro parisino. José Antonio Silva siempre tuvo la sensación de que en Hollywood, en Cinecittá... en cualquier lugar del mundo donde se hicieran buenas películas o no tan buenas, «porque en realidad, yo soy muy simple para el cine», comenta con sentido del humor, las hacían exclusivamente para él. Para que las disfrutara pero, sobre todo, para que obrara el milagro de los hermanos Lumière: la imagen en movimiento. «Mientras las tenía en mis manos, eran mías», apunta con ojos nostálgicos. Han sido 49 años y 10 meses de dedicación laboral y para nada una condena a lo Burt Lancaster en El hombre de Alcatraz. Todo lo contrario. Han sido casi cinco décadas de servicio al séptimo arte formando parte de la historia del cine en Soria, primero en el cine Lara (el primigenio, el de la avenida de Valladolid, pantalla gigante y sus gloriosas 999 butacas que se llenaban en cada sesión), después en el cine Rex, «mi favorito»; el Avenida y, desde 2005, en los cines Lara del Centro Comercial Camaretas, «por los que más he luchado», afirma.

Esos 50 años desde aquella primera película que proyectó, una «muy mala», Inferno, en doble sesión con la infantil Tarzán escapa, hasta la última, As bestas, de Rodrigo Sorogoyen, «con la que he acabado mucho mejor de lo que empecé» en cuanto a calidad cinematográfica, señala, han dado para mucho y, marcan la propia evolución de la sociedad soriana y española. Cuando comenzó a trabajar como proyeccionista, con 15 años, no podía ver las películas. Eran aún tiempos del No-Do y de censura franquista aunque ya entonces comenzaba timidamente lo que se convertiría en todo un fenómeno: el destape. [Hay un pacto tácito de no caer en el tópico de Cinema Paradiso, su película favorita y la de todos los proyeccionistas, pero es inevitable exclamar: «¡Como Totó!»]. «Durante un tiempo, traté de hacer una película sobre mi vida. Rompí el guión cuando vi Cinema Paradiso. Tornatore ya la había hecho por mí», contesta con humor y emoción.

«Yo me encontré todavía con el cine de la censura y con que en Semana Santa no se podían pasar películas ni el Jueves ni el Viernes Santo. Y llegó el destape... Al principio a la gente le daba vergüenza, pero después pasaba de todo», ríe. Recuerda aún la gran cola de público que se formó para ver Enmanuel negra en el Rex de la avenida de Navarra. Corría el año 1975. «Tuvieron que cortar la calle Fueros porque la fila de gente atravesaba la vía y llegaba más allá de la actual farmacia de Mariano Vicén y el local de alquiler de furgonetas», comenta. «Al día siguiente, se cambió la cola para arriba, hacia el antiguo hotel Comercio [hoy sucursal principal de la entidad bancaria Unicaja] y dando la vuelta por la calle Cortes», añade. Eran esos tiempos del cine no sólo como entretenimiento de masas, sino también como rito social, tiempos dorados en taquilla que en los años 80, con la irrupción del vídeo, Beta o VHS, comenzaron a declinar. En estos 50 años, asegura, ha visto al cine en muchas crisis y de todas ha salido. José Antonio Silva, como Cary Grant en ese final lleno de picardía de Con la muerte en los talones de Alfred Hitchcock, se declara «un sentimental». Los grandes del séptimo arte, recalca, seguirían rodando en 35 milímetros. 

del poliéster a las kdm. En estas décadas no sólo han desfilado ante su cabina de proyección generaciones y generaciones de sorianos. También el cine en sus diferentes formatos. De  aquel celuloide que mimaba en el proyector hasta con terciopelo, al poliéster que le dio más resistencia al soporte y los nuevos programas de proyección digital en el que sólo hace falta introducir las KDM, las claves para exhibir cada copia. «Ahora las películas están en la nube o en discos duros... algo tan impersonal», reflexiona. «Tienes la película en la mano y dices: me falta algo». Echando la vista atrás, añora aquellos días de trabajo en el cine en el que su jornada laboral comenzaba en la estación de autobuses esperando la llegada de los rollos de película. Cuando empezó, la compañía Continental tenía su parada en el Rincón de Bécquer. «Había una taquilla en uno de los portales de viviendas», recuerda. Como estaba muy cerca del cine Rex, íbamos con un carrito de dos ruedas a por las latas». El problema era el antiguo cine Lara. Así que empalmaban los rollos en el Rex y, ya montados, los llevaba hasta la sala de la avenida de Valladolid. 

Con el tiempo, y hasta que los nuevos Lara de Camaretas comenzaron a proyectar en formato digital, la relación con el personal de la Continental fue fluida y entrañable. «Cuando ya había móviles, tenía el teléfono de todos los conductores para asegurarme de que la película llegaba», relata. Porque algún susto se llevó en alguna ocasión. «Un día, hubo un error, y mandaron la copia a Galicia [no recuerda la película]. Menos mal que tenía amigos en todas partes», señala con gracia. El público, eso sí, nunca se llegó a enterar, tampoco cuando Alejandro, de Oliver Stone, llegó sólo 45 minutos antes de que comenzara la proyección en el Rex. Cuando las luces de la sala se apagaron y los espectadores comenzaron a disfrutar del filme, él se afanaba en empalmar la copia para que pudiera verse de un tirón. «Gracias a que en el Rex teníamos dos proyectores. Lo hice como lo hacíamos antaño, utilizando los dos con los diferentes rollos de película», añade. 

En aquella cabina del Rex, «mi batcueva», enfatiza, en la que nació el Certamen Internacional de Cortometrajes Ciudad de Soria y por la que pasaron grandes del cine, Silva empalmaba con mimo y cinta adhesiva, a veces metro a metro, fotograma a fotograma, cada copia. Eran tiempos en los que, de un filme, se hacían únicamente para toda España como mucho 30 copias. La mitad de las llevaban los cines de Madrid, la otra se la repartían entre Barcelona, Sevilla, Bilbao... Contar con un estreno era difícil, nada que ver con el panorama actual con varios a la semana.

Pero José Antonio Silva sorteaba la escasez de copias a base de «sobar el lomo» a las distribuidoras y reivindicar Soria. «Ya sé que es pequeña y que aquí no vais a ganar tanto dinero, pero ya va siendo hora de que alguien se acuerde de ella, les decía», recuerda. Funcionaba «bastantes veces». De hecho, en el cine Rex tuvo el privilegio de proyectar en estreno absoluto en Europa de Matrix reloaded en 2003.  

'cinema paradiso'. Aunque su mayor logro fue traer Cinema Paradiso. La vio por primera vez en Zaragoza y, desde aquel momento puso su empeño en exhibirla en Soria, algo que, a priori, era difícil porque los propietarios de la empresa que gestionaba el Rex estaban bastante enemistados con Lauren, la distribuidora del filme con el que Giuseppe Tornatore ganó en 1989 el Óscar a la Mejor Película Extranjera. «Lo conseguí poniendo verde a los jefes», confiesa. 

El hecho de que hubiera muy pocas copias hacía que muchas veces las que llegaban a los cines sorianos lo hicieran en condiciones muy malas. «El celuloide se secaba mucho y por eso había trozos que tenía muchos piquetes». Los proyeccionistas tenían como misión cuidarlas, pero no siempre era así. Una de sus mayores satisfacciones fue el reconocimiento expreso de José Luis Garci cuando proyectó Volver a empezar en un ciclo que reunió en el Rex a lo mejor del cine español. «La copia estaba muy mal y Garci me dio las gracias y me dijo que había tenido miedo de que no se pudiera pasar», recuerda. Aunque su mayor logro fue 'arreglar' la maltrecha copia que tenían de Bienvenido Mr. Marshall de Luis García Berlanga. «Estuve tres días con la cinta adhesiva. La proyectamos dos veces sin problemas», rememora. Atesora miles de anécdotas, como la de un camionero de Cádiz que dejó una ronda pagada para todos los trabajadores del cine y le invitó un año a los Carnavales de su localidad. «Vino a ver una película y perdió la cartera con toda la documentación en el cine. Gracias a la guía telefónica llamé a su casa de Cádiz para avisarle de que la habíamos encontrado», rememora. La verdad, asegura, es que en el cine se han encontrado de todo. En los últimos años en los Lara incluso bragas y sujetadores, comenta divertido. 

Comenzó en trabajar en el cine muy joven. Era, asegura, una excepción. Entonces los empleados (cuando llegó al Rex eran 21) tenían dos perfiles principales: gente muy mayor o personas que necesitaban más ingresos con un segundo trabajo de noche. José Antonio Silva, sin embargo, tuvo la gran suerte de trabajar en lo que le gustaba: el cine. Sigue pensando que es el arte que más llega. «He visto a chulos de cuidado emocionarse y llorar viendo una película», afirma. La imagen del público atento a la pantalla es el recuerdo con el que se queda de tantos y tantos años de cine tras el proyector. Ahora, con la jubilación, en estos primeros días «un poco desorientado», toca nueva etapa. No es un Fin, ni un The End. Los títulos de crédito de una nueva película comienzan para José Antonio Silva en el patio de butacas. Ahora, toca seguir viviendo el cine... sólo como espectador.