Una gran "familia"

N.Z.
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Las aulas de catequesis se han convertido en hogar de acogida en la parroquia de las camaretas. Allí el padre ángel convive con seis familias sin recursos y sin apoyo institucional

Una gran "familia" - Foto: Eugenio Gutierrez Martinez

La cama de Mari Luz está en el ropero, 'invadiendo' el despacho de Lola García, la voluntaria que se encarga del Hogar San Óscar Romero, la casa de acogida que el sacerdote soriano Ángel Hernández ha habilitado en la parroquia de Camaretas, reconvirtiendo las aulas de catequesis en habitaciones, cocinas y salas de estar. 

Esta peruana de 55 años llegó hace un mes a Golmayo tras sufrir un «engaño laboral» en Madrid. Sin casa, «indocumentada», y tras agotar todos sus ahorros, «no tenía donde ir», así que «el padre Ángel» le hizo hueco. Siempre lo hace. 

Ella «solo quiere trabajar» para poder mantenerse y ayudar a su familia, pero la vida no se lo ha puesto fácil tras tener que huir de su país víctima de violencia de género. Así que, mientras todo se coloca en su sitio, ayuda en la casa compartida y se encarga de la cocina. «Ahora esto es mi todo. Mi familia. Mi refugio.Aquí me siento en casa», agradece.

Eric Jiménez, Elsy García y Beatriz González (pareja y madre) aterrizaron el 29 de septiembre en Madrid desde El Salvador. El 3 de octubre estaban ya en Camaretas, donde llegaron por mediación de un familiar (que es el contacto del padre Ángel en El Salvador). 

Los tres tenían un hogar y trabajos estables en su país natal. Elsy es titulada optometrista y realizaba un máster en administración de recursos humanos, él era corredor de seguros «con 16 diplomados en atención al cliente», y la madre trabajaba en una fábrica textil. Sin embargo, su decisión de emprender un «negocio de jugos y licuados» se convirtió en su pesadilla. Porque la Pandilla 18, la mara que actúa en su distrito, comenzó a pedirles «la renta», una extorsión de 30 dólares semanales [con ese dinero vive una persona allí durante un mes]. «Si no se paga, supone amenazas serias», recuerdan. Y acudir a la policía no es una opción porque «muchos son infiltrados», así que, tras una horrible persecución en la que Eric temió por su vida, no les quedó más remedio que plantear su salida y «renunciar a todo», sus trabajos, su negocio, su hogar, sus propiedades... y su familia. «Allí no había salida», asumen, conscientes también de que nunca más podrán regresar. El próximo 4 de noviembre tendrán su primera cita en la Comisaría de Policía para tramitar la protección internacional y obtener los papales. Su objetivo es «trabajar y poder salir adelante». Porque«somos productivos». 

Pablo Andrés Pizón y su familia (su mujer, sus dos hijos de ocho y once años y su suegra) llegaron de Colombia hace apenas un mes huyendo de la guerrilla. Tenían una empresa textil y, al no poder pagar «la vacuna» -como se denomina allí a la extorsión que sufren de los grupos criminales-, estaban amenazados de muerte. La única salida que les dieron fue «entregar» a su hijo para «colaborar» con la causa armada, pero no estaban dispuestos a pagar un precio tan alto, así que de un día a otro decidieron huir. La primera parada fue en Valencia, pero el dinero se agotaba y desde la propia Policía les invitaron a buscar «un sitio más pequeño» para poder tramitar el asilo. Así llegaron a Soria hace un mes pero, sin recursos y sin opción legal de recurrir a la ayuda de una entidad oficial al no estar empadronados, estaban en la calle. El padre Ángel les acogió y ahora anhelan que su proceso legal avance para poder disponer del permiso de residencia y de trabajo y «poder salir adelante» y «buscar una nueva vida».  

Jenny es la 'veterana' de este peculiar hogar. Llegó hace dos años junto a su hijo, menor de edad. Venía huyendo de la inestabilidad de su país, Venezuela, y cayó en Soria «por mediación de conocidos». No tenía nada ni nadie a quien recurrir, desde la entidad que le atendieron inicialmente no le podían dar una solución rápida, y quedó en la calle. «El padre Ángel fue un ángel que Dios me puso en el camino», recuerda, admitiendo que este lugar fue su salvación y, ahora, su «segundo hogar» y su «familia». 

Jenny, Yefri, Eric, Mari Luz... son solo parte de las 18 historias que conviven en esta peculiar Torre de Babel en la que se ha convertido la parroquia soriana. Vienen de Perú, Venezuela, El Salvador, Colombia, Honduras, Túnez y España. Porque allí «todo el mundo es bienvenido», sin importar ni razas, ni idiomas, ni colores, ni siquiera la religión (se han acogido en esta parroquia cristiana a musulmanes, evangélicos...). 

acogida «a quien lo necesita». «Aquí se acoge a quien lo necesita siempre que tengamos espacio», indica el sacerdotes soriano alertando de que las limitaciones físicas son las que marcan el tope. Pero, aunque han llegado ya al límite de su capacidad, la realidad es que nunca dicen «que no». Hasta el punto de que han tenido ya que tomar «soluciones B» como «cortar el pasillo, poner mamparas», incluso trasladar a gente a su casa particular. Reconoce que en ocasiones se ha visto desbordado por la situación pero, antes de dejar a nadie «en la calle», despliega colchones en la propia iglesia, frente al altar. Sabe que su 'jefe' no se enfadará por ello, apunta con una sonrisa. Porque su labor de acogida forma parte de su yo más personal pero, también, de su profesión. «Una de las inquietudes de vivir el Evangelio es la acogida, la hospitalidad», recuerda. 

No es algo nuevo para él. Cuando estaba en la parroquia de La Mayor ya acogía a la gente privada de libertad y a transeúntes, una labor que asumió hasta que Cáritas puso en marcha dos recursos para ello, el piso Beato Palafox para personas sin hogar y el hogar de acogida San Maximiliano Kolbe para internos que salen de permiso. Cuando lo trasladaron a Camaretas partía de cero pero pronto advirtió que allí la parroquia era muy grande, por lo que se planteó la posibilidad de desarrollar de nuevo un proyecto de acogida. 

Primero a través de la Delegación de Migración de la Diócesis y después a través del boca a boca comenzó a llegar gente, hasta acoger «en estos tres años a más de 40 familias». 

sin apoyo ni recursos. «No hay un perfil» pero algo se repite, «gente que no tiene ningún apoyo institucional ni recursos», gente que está «en fase cero» o que no están todavía ni siquiera empadronados y no pueden recurrir al apoyo de entidades del tercer sector que operan en Soria. 

Cada familia dispone de su espacio individual (habitación) para contar con cierta intimidad, y comparten zonas comunes como el salón, la cocina o los baños. Y aunque la convivencia depende mucho del momento, del carácter, de la situación de cada familia... tratan de buscar puntos de comunión como el café de media mañana, la comida del domingo... 

No hay excesos ni lujos, pero tampoco falta de nada. De ello se encarga Lola García, la mano derecha del padre Ángel en la casa de acogida. La ropa, el mobiliario, el menaje... se consigue gracias a la colaboración de la gente de la parroquia y las donaciones. De comprar la comida se encarga esta voluntaria, que cuenta  con el apoyo del Banco de los Alimentos y con la solidaridad de algunas empresas sorianas como Cárnicas Giaquinta y Moreno Sáez, que les «hacen precio». Además, puntualmente llegan donaciones, como «la del Ayuntamiento de Nafría, que  el año pasado dio el dinero que tenía previsto para fiestas, o el sindicato CSIF, que hizo una aportación económica». Todo es bienvenido en este hogar que, más que un recurso, es una familia. 

¿Por qué lo hace?, le preguntamos. «Siempre me he sentido llamado a vivir el Evangelio desde ahí, poder compartir lo que tengo. Pero, además, es un lujo poder vivir con gente. Aunque es cierto que a veces anhelas el silencio [apunta entre risas] yo no sé vivir solo», reconoce el padre Ángel, a quien la denominación de «padre» le llega por ser sacerdote pero, es posible que también, por ser el cabeza de familia de este hogar repleto de vida.

Se acuerda de cada uno de los que han pasado por su vida, incluso de aquellos casos que «han salido mal». «Son parte de mi vida», justifica. Y repasa al detalle anécdotas que producen risa, llanto, emoción, ternura... pero también desazón. Porque entre las historias de drogas, violencia, maltrato, exilio, emigración... que han dormido en su casa, hay «héroes», «gente bonita». Hay vidas que quieren vivir.