Mujer (sin etiquetas)

Nuria Zaragoza
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En la semana en que el Cogreso ha recibido el borrador de la 'Ley Trans', ellas explican qué debe y qué no recoger la norma

Mujer (sin etiquetas) - Foto: Eugenio Gutierrez Martinez

¿Se imaginan nacer en el cuerpo equivocado? ¿No sentirse identificado o identificada con el sexo que aparece en su DNI? ¿Que le llamen continuamente por un nombre que no es el suyo? ¿Tener entre sus piernas unos genitales que no siente como propios, que no le identifican? ¿Sentir continuamente la mirada patologizante de una sociedad que cree que no eres ‘normal’, incluso, que estás enfermo? No es una realidad nueva, siempre ha estado, pero ahora, afortunadamente, la vemos. 

Se estima que, de cada mil personas, una es ‘trans’, el término paraguas que trata de englobar a aquellas personas cuya identidad de género no se corresponde con su sexo biológico, ni con las expectativas culturales basadas en el sexo que se les asignó al nacer. El término, cabe matizar, es un cajón de sastre donde entran personas  transexuales, transgénero, genderqueer/queergéneros, travestis... y, si bien se tiende a generalizar, se trata de realidades diferentes.

Tras meses de discusión con asociaciones y entidades afectadas, este miércoles se registraba en el Congreso de los Diputados la denominada ‘Ley Trans’. El borrador de la ‘ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans’ no llegaba de la mano del Ministerio de Igualdad como estaba previsto. La proposición llegaba a propuesta de Más País, ERC, Compromís, Equo, CUP, Nueva Canarias y Junts per Catalunya, unidos para desbloquear un asunto que ha acarreado, incluso, la huelga de hambre de personas trans y familias transaliadas. 

El texto supone un paso adelante para un colectivo que lleva años luchando por poder ser quien es. Y, para ello, se introducen importantes novedades como el derecho a la autodeterminación de género sin más trámites que la declaración expresa de la persona interesada, que su voluntad. Desaparecen las tutelas médicas, administrativas o judiciales [cabe recordar que la legislación vigente exige informes médicos y tratamiento hormonal para proceder al cambio de sexo y nombre en Registro, en el DNI]. En el apartado de «derecho a la identidad de género libremente manifestada», el borrador establece textualmente que toda persona puede «obtener la rectificación del nombre y de la mención relativa al sexo en todos los registros y documentos administrativos». Y, cuando son menores, indica que a partir de 16 años podrán solicitar el cambio sin necesidad de informe ni tratamiento médico y, entre los doce y 16 años, podrán hacerlo con el consentimiento de sus padres o tutores. 

Otro de los cambios más importantes es la «despatologización de la transexualidad», es decir, dejar de considerar la transexualidad como una enfermedad, de acuerdo con las políticas de la Organización Mundial de la Salud. Hasta ahora, cabe recordar, la ley de 2007 que regula el cambio de sexo exige que la persona esté diagnosticada por un profesional de «disforia de género», un trastorno de identidad. La nueva ‘Ley Trans’ también incluye asistencia médica para los procesos de cambio de sexo, y bonificaciones a las empresas que contraten a personas trans (que soportan tasas de paro sobre el 80%). 

La herramienta legal está en marcha y, por ello, desde El Día de Soria hemos querido conocer, en primera persona, los puntos fuertes y débiles de este borrador. 

Tres mujeres toman la voz y piden, entre otras cosas, acelerar los procesos, clarificar bien los términos y, sobre todo, que no tengan que discutir continuamente derechos fundamentales. Nunca más. Y no por ser trans, sino por ser personas.

Selma y Liss

SON AMIGAS desde la adolescencia, cuando eran los «bichos raros» del instituto. Su amistad traspasa los límites de la comprensión, el entendimiento y la complicidad. Quizá, porque sus vidas caminan, en parte, por vías paralelas. Selma Sánchez López (27 años) y Liss Arévalo Encinas (31 años) acuden juntas a la llamada de El Día de Soria y la conversación fluye entre reflexiones, aclaraciones, risas y... algún reproche a una sociedad en tránsito que todavía mira con recelo a las personas trans. «Especialmente los jóvenes», alerta Selma.

Ambas nacieron con genitales masculinos y llegaron hasta la juventud como su partida de nacimiento y los roles sociales les habían impuesto, «como chicos». Yen casa, en su soledad, eran ellas. Hasta que decidieron que no querían vivir más esa doble vida en la que no se identificaban. El punto de inflexión, en el caso de Selma, llegó gracias a su madre:«Ella veía que me gustaba maquillarme, dejarme el pelo largo, vestirme de mujer… Cuando se enteró de que me gustaban los hombres, me dijo que no creía que fuera un chico gay y que debía pensar lo que quería ser para ser feliz. Yo le expliqué que quería ser una chica y fue mi madre la que me impulsó», agradece.De eso han pasado ya cuatro años y medio, tiempo de psicólogos, médicos, tratamiento hormonal, cirugías y trámites que le permiten tener ya su DNI y partida de nacimiento «cambiada». «Tengo ya el aumento de pecho hecho y me queda la castración y vaginoplastia, que en junio me darán cita para ver cuándo me lo hacen», explica.

Con el proceso ya avanzado, Selma es el ejemplo en el que su amiga Liss se ve reflejada, siguiendo sus pasos, y consejos. «Hasta hace tres años no avancé por el miedo al rechazo de mi familia, de la sociedad… pero es algo que lo sientes desde muy niña realmente. Mis padres se fueron a Bolivia y estaba sola aquí con mis hermanos. En ese momento mis hermanos me apoyaron y di el paso», recuerda sobre el inicio de su proceso de reasignación, del que su padre aún no sabe nada. Lleva ya un año de psicólogos y dos de tratamiento hormonal, por lo que confía en que en «este mes o el próximo» pueda tener ya el DNIcon su nombre y sexo. Le quedan las cirugías, un momento que ansía porque «no vives bien, lo pasas muy mal porque no aceptas el cuerpo que tienes». 

Se calcula que el proceso de reasignación de sexo suele durar entre dos y diez años en España. Precisamente por eso, ambas comparten que es necesario un cambio legislativo que facilite el trámite y elimine intermediarios, a su juicio,  innecesarios. Porque «lo que peor llevamos nosotras en nuestro cambio es depender de que un médico te diga lo que eres, un psiquiatra te diga lo que eres, un juez te diga lo que eres, esperar informes para poder cambiar el DNI…», lamenta Selma aludiendo a las exigencias de la normativa actual. Su vida, su identidad, siempre parece estar bajo la tutela de otros. Y eso, acompañado de que «en tus informes pone que tienes un trastorno», recriminan ambas. Es ese uno de los cambios que recoge el borrador de la nueva ley, que deje de ser considerado una patología, un asunto que Selma ya prefiere tomarlo con humor: «Si es enfermedad y estoy trastornada… ¡que me den una baja y prestación!». 

Urge «acortar» los procesos, subrayan ambas. Los administrativos pero, también, los sanitarios. En los primeros puede resultar clave la autodeterminación que recoge la nueva normativa, que solo sea necesaria tu voluntad para poder cambiar tu DNI. «Tú sabes quien eres desde que tienes uso de razón», comparten, pero «hasta que de dan tu DNI,tienes que salir a la calle enseñando un DNI que no es el tuyo. Con tu DNI, tú ante la ley y donde quieras ir, eres una mujer. Sin ese DNI, es un desastre», reprueba Selma. Liss añade las «situaciones incómodas» que este paso puede evitar, como «que en la sala del médico te llamen Luis» o que en un trabajo haya dudas sobre si tienes que ir al baño de los chicos o las chicas, como ella misma ha sufrido. 

En cuanto a la parte médica, entienden que exige su tiempo pero insisten también en la necesidad de abreviar al máximo e, incluso, adelantar a la pubertad para frenar desarrollos que puedan complicar el proceso (pechos, barba, voz...). Todo, para acelerar el camino hacia una identidad perdida casi en el momento de nacer. «Yo no me identifico con este cuerpo y es muy duro», asegura Liss, quien advierte, «esto no es un capricho». Pero ademas, coinciden ambas, porque «con el tratamiento hormonal se pasa fatal», con cambios dermatológicos, de ánimo... En cuanto a la parte psicológica, consideran que puede ser importante, sobre todo en edades jóvenes, pero siempre «voluntaria».

Ellas avanzan en su propio camino, mientras miran de reojo los lentos avances de una sociedad, a veces, huérfana de valores. «La sociedad está totalmente desinformada y no sabe diferenciar lo que es gay, lesbiana, transexual, bisexual o travesti. Mete a todo en el mismo saco, y mal metido, especialmente a nuestro género. La transexualidad se vincula a prostitución, rotonda, noches… y no es así», lamenta Selma, quien trabaja en limpieza, aunque algún día saldrá en catálogos de moda. «Yo tengo mi pareja desde hace siete años, trabajado en hostelería… y nunca me he prostituido», añade Liss indignada. Yambas comparten experiencias de personas que les siguen llamando en masculino, hombres que les ofrecen una noche por dinero... muestras de una sociedad enferma que sigue sin entender que no es cuestión de lo que Liss, Selma, tú o yo queramos ser, sino de lo que somos. 

 

Aline

nació en marruecos hace 26 años y se podría decir que en este tiempo ha vivido dos vidas. Una sin ‘identidad’, sin libertad, donde desesperó en su empeño por encontrarse y ser ella misma, y otra siendo (y pudiendo ser) quien es. El punto de inflexión entre ambas se produjo hace aproximadamente un año, cuando decidió salir de su país. Porque si ser trans tiene sus dificultades aquí, en países como Marruecos puede ser tu sentencia de muerte.  Allí, no poseen ningún tipo de protección ni reconocimiento legal y, de hecho, su Código Penal establece hasta prisión por realizar lo que consideran «actos contra natura o de lascivia».

Incomprendida, rechazada e, incluso, perseguida y amenazada, Aline Haley decidió cruzar la frontera y, en Melilla, solicitar amparo al programa de Protección Internacional y Asilo, el programa de apoyo a aquellas personas perseguidas en su país por motivos de raza, religión, nacionalidad, opiniones políticas, pertenencia a determinado grupo social, de género u orientación sexual. En su caso, su persecución se debía a cuestiones de género, pues ella se declara «mujer transgénero». 

Ella es mujer «desde que abrió los ojos», pero sus genitales, su partida de nacimiento y su familia decidieron que era un hombre, y le condenaron a vivir como tal hasta que decidió huir.

«Me asignaron el género masculino cuando nací pero nunca me sentí cómoda. Cuando salía a la calle, en las reuniones con amigos… siempre sentía maltrato, bullying. Siempre me obligaban o empujaban a hacer cosas más referentes a hombres. La gente nunca me comprendió, siempre me trataron como un hombre gay, nunca como una mujer transgénero», rememora. Tampoco su juventud fue fácil. «Cuando llegué al instituto tuve reacciones como ¿qué clase de enfermedad tienes?. O ¿qué clase de depresión estás sufriendo?». Ysiempre empujándola hacia el Islam. Incluso su psiquiatra le recomendó, «por encima de todo, seguir la religión, es decir, si has nacido hombre, manténte como hombre».  

Su único balón de oxígeno estaba en casa. Su padre falleció cuando tenía cinco años y su madre se casó con otra persona y desapareció, de modo que quedó al cuidado de sus tíos, y fue su tía su ángel. «El único apoyo que he tenido en mi vida ha sido mi tía, nadie más comprendía lo que estaba pasando, y ni siquiera me respetaban».  «Mi tía era todo para mí. Ella era mi fuerza», explica. Sin ella, asume, hoy «no estaría aquí». Lo dice emocionada porque, reconoce, hubo muchos momentos en los que deseó no ser, no existir.

En la universidad, donde estudió Psicología e Inglés, nada mejoró. De hecho, lo recuerda como «el momento de sentirse sola al máximo, la época más dura». Lo había dejado todo para irse a Tetuán e intentar encontrar un apoyo, pero solo encontró más soledad, más incomprensión, más rechazo.

Solo recuerda otro momento más triste, cuando falleció su tía y el vacío se impuso. «Mi familia me presionaba para que me sintiera nada», recuerda, al tiempo que reconoce sin tapujos: «Yo odio a mi familia».  

Hace unos tres años decidió:«O soy yo o no soy nadie». Enamorada de la música, encontró en sus canciones la vía de escape donde podía expresar lo que llevaba dentro. Pero empezó a tener seguidores en YouTube, Instagram... y la policía le «amenazó con hasta tres años de prisión si se mantenía en sus trece de ser una mujer transgénero. Si se aceptaba como un hombre, no pasaba nada».

«Ni siquiera me sentía humana, era tan dura la situación allí [en Marruecos] que solo podía pensar en quitarme la vida», repasa sobre el momento en el que tocó fondo. «O dejaba el país o dejaba de vivir», resume en una nueva dicotomía. Así que decidió buscar «apoyo por internet». Conoció el sistema de Protección Internacional, y decidió emprender su viaje a España. 

La pandemia estalló y durante prácticamente un año tuvo que estar en Melilla, hasta que hace tres meses le asignaron Soria, y la fundación Apip Acam, para llevar a cabo su itinerario de inserción. Aquí ha encontrado su «vida» y se ha encontrado a sí misma. Ha encontrado los apoyos que siempre buscó. El cariño. El respeto. Aquí es «feliz»... porque aquí es. «Encontré personas que me aman, que me aceptan como quien soy. Aquí he encontrado todo, he encontrado mi libertad, he encontrado quien soy yo, porque ahora siento que soy . He encontrado que todo puede fluir, que todo es más sencillo, que todo puede pasar», destaca emocionada. Cuestionada sobre si piensa volver a su país, lo tiene claro, «nunca». Y también la explicación, porque «nada va a cambiar», asume.

Ella está pendiente de que se resuelva su solicitud de asilo, pero ve los cambios en la ley española con optimismo. Eso sí, recalca, es fundamental que la ‘Ley Trans’ «aclare qué es transgénero, transexual...» y, también, que elimine algunos trámites:«Tú tienes claro quien eres, un juez o un médico te conoce de momentos puntuales, no sabe quién eres, y no es fácil juzgar y ser objetivo. La parte importante es que cada uno sea libre», considera. Ella, de momento, asume su proceso de una forma «interior». «Una vez que te aceptas a ti misma como eres, los trámites deberían ser más rápidos, pero lo que se debería facilitar es ese proceso de aceptarse a uno mismo como realmente es», insiste. Su nueva vida está lejos de sus raíces, pero aquí puede ser: «En Marruecos no era. Me sentía absolutamente nadie. Aquí siento que soy alguien. Nadie especial, simplemente una más», agradece. Porque solo pide eso. Ser.