Laura Álvaro

Cariátide

Laura Álvaro

Profesora


Fin del estado de alarma

15/05/2021

No lo he podido evitar. Mi intención, por aquello de la fatiga pandémica, era variar la temática y tratar otro asunto que no incluya coronavirus. Pero, una vez más, la actualidad manda y me veo en la obligación de comentar estos primeros días tras el final del estado de alarma, que más que un nuevo estadio en la gestión de la crisis sanitaria, ha parecido un final de curso o una Nochevieja.Decía la humorista Nerea Pérez De las Heras estos días en sus redes sociales que “ignorar la responsabilidad colectiva no es ser libre, es librarse”. Y creo que no ha podido estar más acertada en los términos que ha empleado para describir lo sucedido a partir de las 00.00 horas del 9 de mayo. Este pseudo festejo, que poco tenía que celebrar, ha sacado a la luz al mayor aliado de la enfermedad que nos asola desde hace más de un año: la irresponsabilidad.
Durante los últimos días, han salido a la luz un excesivo número de vídeos en los que centenares de personas se reunían, obviando cualquier medida de seguridad, para celebrar el fin de las restricciones. Pero, yo me pregunto, ¿qué lectura han podido hacer de estos documentos aquellas personas que han perdido a familiares por culpa de la COVID? ¿y aquellos que todavía lidian con las secuelas de la enfermedad? ¿qué opinaran los miles de negocios que se han visto obligados a cerrar?, ¿y aquellas personas que han perdidos sus puestos de trabajo? Intuyo que algunas decisiones las tomamos sin meditar, y aquel sector de la ciudadanía que copó las calles la noche del sábado al domingo no se paró a reflexionar sobre todas estas cuestiones. No obstante, son ya muchos los meses -y demasiados los afectados de una u otra manera- como para tomarnos las cosas a la ligera. La campaña de inmunización avanza y es gracias a un personal sanitario comprometido que se está dejando la piel con ello. Somos, además, afortunados de vivir en un país hasta el que están llegando vacunas. Sin embargo, los hay que todavía consideran que su libertad está por encima del bien común, por delante del objetivo global de acabar con una enfermedad que nos está asolando. 
¿Bajo qué parámetros se puede comprender este tipo de comportamientos? Es más de un año el que llevamos conviviendo con la enfermedad, y varias las experiencias de las consecuencias derivadas de un relajo de las restricciones. Claramente, debemos avanzar y recuperar, poco a poco, aquellos espacios y aquellos tiempos propios de la antigua normalidad. Pero debemos hacerlo con cabeza, con la responsabilidad propia de pertenecer a una sociedad de la que no solo se derivan derechos, sino también deberes. 
De nada sirve todas las barreras diseñadas para frenar al virus si cada individuo interpreta la ley en función, única y exclusivamente, de su propio interés. Y el horizonte, que cada vez parece más cercano, de recuperar la vida que teníamos antes de que todo esto estallara, se difumina en cada reunión multitudinaria, en cada encuentro sin mascarillas, incluso en cada pelea política en la que prime el interés partidista por delante de la solución del problema. La mayor pandemia a la que nos hemos enfrentado en siglos requiere medidas excepcionales. Pero también requiere unidad y coherencia entre la ciudadanía. Porque solo de esa manera lograremos los objetivos propuestos. Solo así recuperaremos definitivamente nuestra vida pre pandémica.