Cabezas enclavadas de la Edad del Hierro

Marian Arlegui
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Los ritos del pasado se conocen por registros arqueológicos y autores clásicos

Cabezas enclavadas de la Edad del Hierro

Para comprender y aproximarnos a algunos hechos del pasado y a determinadas conductas que en su momento fueron consideradas dignas y heroicas, hemos de realizar un ejercicio de objetividad y neutralidad que nos proteja de juzgar el pasado desde la perspectiva actual y nuestros valores. El revisionismo crítico parcial, tan virulento en nuestro presente más corto, supera el objetivo de aprendizaje del pasado para convertirse en juez y eliminar así los episodios que hoy resultan incómodos. La historia se mutila para convertir el pasado en un páramo incompleto como si esas omisiones intencionadas pudieran borrar los hechos. Algunos rasgos de nuestra sociedad actual podrán ser censurados desde los códigos éticos y morales del futuro.  En los múltiples pasados que nos han antecedido, las sociedades crearon o perpetuaron modelos socioculturales coherentes con todo el complejo sistema económico y político en que vivieron. Las prácticas bélicas, conquistas y guerras…, sus rituales de victoria, formaban parte del entramado ideológico de aquellas sociedades, del puzzle complejo que es cualquier cultura.  

El ritual de cortar cabezas de los enemigos vencidos en batalla o en ataques sorpresa a sus ciudades y poblados, fue una costumbre documentada ya en el mesolítico de la región escandinava. Con claridad reaparece en algunas áreas europeas de la Edad del Hierro fechadas entre los siglos III y II a.C. y en especial parecen concentrarse en el Golfo de León: galos del sureste de la actual Francia y en culturas del área noreste de Cataluña (indiketes y layetanos) en algunos de cuyos yacimientos se han hallado restos óseos craneales con huellas de haberse obtenido por decapitación del vencido, poco después de su muerte, para ser  después clavadas a picas o puertas y dinteles de casas, templos o edificios singulares representativos de sus formas de gobierno. 

Además de por el registro arqueológico, conocemos estos ritos por los autores clásicos griegos y romanos: la costumbre de los celtas de conservar los cráneos de los enemigos muertos la narraron entre otros Diodoro de Sicilia y Tito Livio. El que algunos pueblos colgaran las cabezas de sus enemigos vencidos en la batalla del cuello de sus caballos para después colgarlas en las entradas de sus viviendas, lo contó Estrabón quien aseguró que era una costumbre practicada por la mayor parte de los pueblos del norte de lo que después sería Hispania. Diodoro contó como en la conquista de Seliunte por los cartagineses, se cortaron las cabezas a los enemigos y se clavaron en las lanzas.

Cabezas enclavadas de la Edad del HierroCabezas enclavadas de la Edad del HierroLas cabezas cortadas y enclavadas del área del Golfo de León, tras ser cortadas en el campo de batalla y llevadas al poblado o ciudad del vencedor, clavadas en picas o colgadas de los arreos de los caballos, eran tratadas antes de ser clavadas o colgadas ante la puerta del vencedor o de algún edificio público de relevancia, como demuestra el estudio realizado de los restos recuperados en el yacimiento de Puig de Castellar (Santa Coloma de Gramanet, Barcelona). Antes de ser exhibidos eran sometidos a diversos tratamientos aunque no puedan conocerse en detalle como tampoco el proceso temporal que sin duda seguía unas normas o costumbres. Los restos óseos aparecieron con un clavo de hasta 23 centímetros de longitud que los atravesaba y si este se ha perdido aun es evidente el orificio dejado por el clavo. La superficie craneal presentaba arañazos de arma blanca y en algún caso huellas de haber sido quemados. Entre estos restos se encontraron fragmentos correspondientes a una mujer lo que permite pensar que participó en la batalla o fue asesinada en el asalto a su poblado. Tras la exhibición durante el tiempo establecido, probablemente, eran tirados o enterrados en una fosa. 

En Numancia, como es sabido, dos báculos interpretados como remates de bastones de distinción, así como algunas fíbulas de jinete e incluso algunas cerámicas incorporan cabezas esculpidas o modeladas. Sin duda alguna, unas reflejan al jinete victorioso que portaba las cabezas al llegar a la ciudad tras una batalla o un ataque y todas confirman que la cabeza del enemigo recogía la esencia del individuo vencido; tal vez un pensamiento mágico hacía creer que de ese modo el vencedor se apropiaría de las virtudes y el valor del vencido. Ello permite creer que en el área celtibérica también se practicó la costumbre de decapitar a los enemigos y exhibir las cabezas de un modo similar al estudiado en el yacimiento catalán. Y por supuesto las cabezas eran trofeos que simbolizaban la victoria del grupo o individuo sobre otro grupo o individuo a la vez que al privar al muerto del funeral de su cuerpo completo atemorizaba a los vencidos pues probablemente este hecho, desde su mitología, tendría consecuencias en su paso a la otra vida e incluso en ella.  Obviamente las victorias serían narradas en la celebración posterior y las más significativas recordadas y transmitidas oralmente como la historia del pueblo recordando los nombres de los antepasados valerosos. 

Ha de considerarse que estas poblaciones ya desplegaban una importante estrategia diplomática a través de pactos y matrimonios. Cuando la guerra se hacía inevitable trataba de la supervivencia: los vencidos eran asesinados, esclavizados y siempre la destrucción de sus cosechas, robo de ganados y reservas alimenticias, la quema de sus poblados, la demolición de sus murallas les condenaría a la pobreza y la hambruna.  La guerra tenía tácticas y estrategias, la victoria tenía sus rituales.

El báculo y una fíbula de Numancia formaron parte de la exposición temporal ‘Cabezas cortadas. Símbolos y poder’ producida por el Museo Arqueológico de Cataluña que pudo visitarse en 2018 en Valencia y en 2019 en el Museo Arqueológico Nacional en Madrid.