Justo Herrero, 80 años 'domando' el hierro en Covaleda

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El oficio del herrero se ha ido perdiendo con el paso de los años, pero en un rincón de Covaleda, hay una fragua que sigue calentando a ritmo frenético: la de Justo Herrero. El pinariego lleva toda su vida dedicado a la forja

Justo Herrero, 80 años 'domando' el hierro en Covaleda - Foto: Eugenio Gutierrez Martinez

Covaleda puede presumir de contar entre sus habitantes con un gran mago. Un mago capaz de hacer vida a partir de un hierro que había pasado a ser chatarra, capaz de esculpir rostros en troncos caídos y de encontrar formas fantásticas en las piedras del camino. 

Justo Herrero nació en la fragua. Heredó su oficio de su padre, también herrero, con el que aprendió parte de lo que sabe y al que añadió un espacio para dar rienda suelta a su creatividad. Desde que tiene uso de razón, el artista pinariego trabaja la forja creando esculturas que difícilmente se olvidan...y a sus 89 años sus manos han alumbrado más de 300 piezas, muchas de las cuales se encuentran en su Exposición permanente Justo Herrero y Familia. 

«Esto es como un hobby, una afición que me encanta pero que, desgraciadamente, se está perdiendo. Todos estos trabajos que ves aquí, si hubiera que hacerlos ahora...serían muy pocos sitios donde se podrían hacer porque las fraguas están desapareciendo», explica el artista, quien cree que el problema no viene tanto del desinterés de las personas sino del de las administraciones. 

Herrero rememora con emotividad un par de años a mitad de los 90 en los que impartió clase en la capital soriana. Sus alumnos, recuerda, se peleaban por trabajar en la fragua. Muchos  le preguntaban, incluso, por la manera de seguir su afición, buscando la forma de realizar esos trabajos en las cocheras de sus casas. 

«Una vez que pasaban esos dos años y al ver que no había facilidades, la gente se iba desmoralizando...pero estoy seguro de que si hubiera más ayudas, habrían mantenido el interés». De momento, eso sí, Justo Herrero está contento; uno de sus seis nietos, nos cuenta, tiene interés en la fragua y espera ansioso la llegada del fin de semana para aprender de su abuelo y llegar a ser otro ‘domador de hierro’. 

LA NATURALEZA, SU GUÍA.  Si paseamos por su exposición, nos vemos rodeados de animales métalicos, plantas de hierro y troncos esculpidos cuyas increíbles formas hablan por sí solas. Es imposible no preguntarle al herrero  por la fuente de su inspiración, algo, a primera vista,  obvio pero de muy íntimo significado: «La naturaleza es la que me ha enseñado. Mi profesor  ha sido, y sigue siendo, la naturaleza». 

No pasa día, confiesa, sin que suba a la montaña, de donde casi siempre vuelve con nuevas ideas en la cabeza, e incluso nuevos materiales...y es que las esculturas de Justo están hechas con materiales que ya han tenido una vida previa. «No me gustan los hierros nuevos, es como si no tuvieran vida. Sin embargo, las formas de los hierros antiguos, de los troncos que encuentro en el camino o incluso de las piedras, hablan por sí solas».

Esta es, quizá, parte de la magia de sus esculturas, donde sorprenden los troncos entrelazados junto a piezas de hierro, pedestales de piedra con la talla perfecta o incluso figuras donde los materiales se mezclan creando texturas y sensaciones de una creatividad inmensa. 

Además de la naturaleza, los recuerdos y momentos personales también inspiran algunas de sus obras. Nos enseña, por ejemplo, una pequña figura de metal que carga unos troncos a su espalda, recuerdo de una de sus tías, y un impresionante tronco que en su punta más alta nos sorprende con una simpática cara tallada, en honor a su abuelo al que recuerda con ternura.  Motivos sorianos, recuerdos de una tarde con amigos...cualquier detalle puede resultar inspirador para este artista que, además de embellecer cualquier espacio, busca con sus esculturas hacer reflexionar al espectador. 

En el confinamiento llevó a cabo una creación ambiciosa, una gran paloma plateada que recuerda a una compañera cigüeña con la que se enfrenta en el amplio jardín, y que homenajea a las víctimas de la pandemia. Cuando le preguntamos por su favorita, encontramos que no lo tiene nada claro: «Son difíciles de analizar porque te gustan más hasta que las terminas, porque pasas mucho tiempo pendiente.... Luego siempre buscas algo nuevo». Será por eso que Justo siempre tiene alguna obra empezada, y no hay día que pase sin que juegue con el hierro.  

LA ARTESANÍA SE PIERDE. Algunas de las piezas más bellas del pinariego están hechas en madera, y desgraciadamente tienen fecha de caducidad. La falta de ayudas y los  duros inviernos sorianos hacen que este material se pudra con rapidez. A pesar de ser madera tratada, el mantenimiento de las piezas tiene un coste, y Justo se ve obligado a quemarlas. Aún así, esto no le desmoraliza y sigue dándole vida a troncos y ramas que forman parte de sus creacioenes aunque sea por tiempo limitado. 

Lo que sí le preocupa es esa falta de ayudas públicas que dificultan enormemente  la prosperidad de su trabajo y el de otros tantos artistas. «El mantener esto cuesta dinero», se sincera,  «y no hay ayudas, ni hay interés real por mantenerlo y es una pena. Mis hijos, aunque han seguido el oficio, no encuentran tanta satisfacción en el arte porque pagan y no reciben...y tampoco se puede vivir del aire. Es un capricho que espero que mis nietos mantengan pero no es rentable por ningún lado». 

El curtido soriano piensa que no estamos lejos de vivir en un sistema donde las máquinas sustituyan a los hombres en sus puestos de trabajo, algo que sucede desde hace años en industrias determinadas.  

UNA VIDA DE ESFUERZO. Justo ha invertido mucho tiempo y energía en crear esta tremenda colección artística. Su obra ha visitado la Universidad Autónoma de Madrid en dos ocasiones y también la Complutense apoyado por Diego Catalán, nieto de Menéndez Pidal, que cayó enamorado de sus esculturas en un encuentro fortuito. Catalán ayudó a que estas esculturas llenaran de vida nuevos espacios y Justo recuerda con cariño cómo le animaba a seguir creando aunque su arte no le reportara beneficio económico alguno. 

El del hierro no es un oficio fácil, y darle forma a este material hasta crear esas ondulaciones tan características de su trabajo requiere de una  destreza y fuerza física enormes. Igual que él aprendió de su padre, sus hijos han aprendido de él, y mantienen vivo el oficio a través del taller de forja artística y manual Lejuss, ubicado en el polígono de Covaleda, y donde todos los días se enciende una de las pocas fraguas que quedan. 

Uno de los parajes más pintorescos de nuestra provincia, el entorno de los Picos de Urbión, está decorado casi en su punto más alto por un rótulo que ha sido forjado por Justo y sus hijos. Y, aunque reconoce que su estilo difiere bastante al de sus hijos, en él se adivinan algunos de sus rasgos característicos, que se cuelan ahora en las instantáneas de los miles de visitantes que acuden a visitar este paraje tan popular. 

Y así, después de casi 90 años trabajando el hierro y con manos y mente curtidas por la experiencia, Justo Herrero se siente satisfecho. «No creo que haga muchas esculturas más pero estoy feliz porque mis hijos y mis nietos hacen esfuerzos y ponen en peño en que mis esculturas perduren», concluye el artista con una sonrisa sincera.