Laura Álvaro

Cariátide

Laura Álvaro

Profesora


'HERSTORY'

11/07/2020

Escuchaba hace unos días a la escritora Irene Vallejo afirmar que probablemente las primeras narradoras de historias «fueran las mujeres mientras cosían». Y, para justificar su reflexión, hacía referencia a la cantidad de palabras en común que tienen estos dos campos -la literatura y la costura- a priori tan diferenciados. Palabras como: el nudo de la historia, el hilo del relato o expresiones como bordar un discurso vienen a corroborar su teoría.
La autora remarca el rol de las féminas como cronistas, y su importante labor en la difusión de la cultura en tiempos en la que la oralidad era el único instrumento con el que se podía contar. Además, incide en que la historia ha contado con mujeres relevantes -en lo que a transmisión de conocimientos y pensamiento se refiere- en todas las épocas. Y para dar una muestra, nos ilustra con un dato de esos que deberíamos retener para siempre en nuestra memoria: «El primer texto de la historia, el más antiguo conocido con nombre propio, lo firma una mujer, una sacerdotisa acadia que vivió hace aproximadamente 4.300 años, y que se llamaba Enheduanna».  Pero, ¿dónde podemos consultar esta información?, ¿por qué no es algo que se encuentre de manera natural en los libros de texto con los que están aprendiendo las nuevas generaciones?, ¿dónde queda la verdadera coeducación si no encontramos contenidos de este tipo? En muchas ocasiones se reflexiona sobre la discriminación positiva hacia el género femenino, incluso llegando a recibir críticas. Sin embargo, solo hace falta reflexionar sobre la ausencia de datos tan relevantes como este para tomar conciencia de lo necesaria que es, para visibilizar lo invisible.
Ha tenido que venir una pandemia mundial para que empecemos a valorar aquellas tareas históricamente feminizadas -los cuidados- y, por ende, a las personas que las ejercen. ¿Por qué hemos tardado tanto en comprenderlo?, ¿no era evidente que lo primero que necesitamos como seres vivientes, es cuidarnos los unos a los otros para salvaguardar nuestro bienestar?, ¿por qué han estado las tareas reproductivas por debajo de las productivas?, ¿por qué es más importante el dinero que la vida?
Dicen que de toda crisis surge una oportunidad, y creo que de esta debemos sacar en claro que es más que necesario priorizarnos, copar nuestra atención los unos en los otros, superando otros focos -que hasta ahora nos habían nublado la vista por completo- para centrarnos en lo que de verdad importa. Y para ello, para que este cambio sea una realidad, la educación juega un rol vital. Comencemos por sacar a relucir a todas aquellas figuras relevantes que, por ser féminas, no han sido incluidas en la épica accesible a la ciudadanía de a pie, quedando relegadas al mundo de la academia y la investigación, y convirtiéndose en una especie de secreto, ingrato y complicado de desvelar.
Otra verdad que parece haber evidenciado en confinamiento ha sido el importante rol que jugamos el profesorado a la hora de poner en marcha un proceso de enseñanza- aprendizaje. Más allá de meros transmisores de contenidos, los creamos, adaptamos y se los facilitamos al alumnado. Por ello, en nuestra mano, como profes, está en poner en valor la parte más oculta de la historia -la que tiene que ver con las mujeres-. De esta forma, nuestras alumnas encontrarán en el aula los modelos que nunca llegaron a aparecer en los libros de texto.