Dos generaciones unidas por el playoff de ascenso

S. Recio
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Hace 31 años Alfredo Lapeña disputó la primera fase de ascenso del Almazán. Su hijo Héctor Lapeña hace lo propio con el reto de ascender de categoría

Dos generaciones unidas por el playoff de ascenso - Foto: Eugenio Gutierrez Martinez

Alfredo Lapeña y Héctor Lapeña, padre e hijo, entran juntos al campo de 'La Arboleda' por primera vez en mucho tiempo. El ya jugador retirado era uno de los grandes protagonistas del anterior intento de ascenso de la SD Almazán en 1991. «Parece mentira que hayan pasado 31 años», recuerda Alfredo. «Normalmente ya no vengo, esto está muy cambiado», reconoce. Ahora le toca a su hijo.

Héctor le muestra alguno de los cambios más significativos. «El césped está mejor que nunca y las gradas ahora van a estar impresionantes», le comenta a su padre con emoción. Compartir esos momentos es para ellos especial. «Emociona mucho saber que él lo intentó hace más de tres décadas y que ahora yo tengo una nueva oportunidad», asegura el joven de 28 años. 

Recorren el campo sin prisa, hablando de anécdotas, de cómo jugaba uno y otro, de lo que es para ellos la SD Almazán. Lo hacen masticando cada palabra, conscientes de la oportunidad que tiene el club y la villa adnamantina, ilusionados por compartir lo que solo eran palabras de uno en el hogar y que ahora van a poder comparar.

Dos generaciones unidas por el playoff de ascensoDos generaciones unidas por el playoff de ascenso - Foto: Eugenio Gutierrez MartinezSimilitudes. Treinta y un años son mucho tiempo... Cuando Alfredo Lapeña jugaba el playoff con la SD Almazán, su hijo Héctor no había nacido. «Sinceramente, ya pensábamos que no se iba a conseguir de nuevo algo así», asegura Alfredo. «Es una ilusión muy grande para un club tan pequeño, la gente tiene que ser consciente de lo complicado que es esto», analiza.

El veterano de 56 años sabe bien de qué habla. En su etapa en el conjunto adnamantino contaba con circunstancias parecidas a las actuales. «Aunque había un grueso de jugadores del pueblo», eran seis, «teníamos que buscarnos la vida con otros de otras zonas como Aranda de Duero», recuerda. Ahora ese número ha crecido hasta nueve. «Los de ahora llevamos mucho tiempo juntos», matiza el hijo, Héctor Lapeña.

A nivel personal, son jugadores completamente distintos. Héctor Lapeña es un centrocampista sobrio. «Físicamente ya se ve también que somos distintos», aclara el joven. Su padre, delantero fuerte, rocoso y con mucho pundonor, era muy querido por la afición. «Por desgracia solo he podido escuchar cosas de él porque no lo he visto jugar», lamenta su hijo.

Por su parte, Alfredo reconoce que tampoco ve mucho al Almazán. «Una vez lo dejé, me separé del fútbol», comenta, aunque reconoce que, de reojo, siempre está «pendiente», porque «el sentimiento es grande». «Puede que esta vez me pase si se clasifican para la final», avisa.

diferencias. En el fútbol más de tres décadas dan para mucho. De los campos repletos de barro, de esas imágenes de terrenos de juego impracticables o aficionados a pie de césped, se ha pasado a una visión más sobria de lo que sucede cuando rueda el balón. «Lo principal que teníamos nosotros es que nadie nos exigía nada y había pocos medios», asegura Alfredo Lapeña. «Entrenábamos como podíamos, con recursos muy limitados», reconoce.

La fase de ascenso será muy diferente. La antigua SD Almazán tuvo que realizar dos duros viajes a Galicia para enfrentarse al Fabril y al Mieres. «Volvíamos de jugar a las tantas de la madrugada con la ventanilla del conductor bajada para que no se durmiese», reconoce Alfredo Lapeña con una sonrisa nostálgica. Pero esta vez solo juegan en casa. «En La Arboleda solo hemos cedido dos empates en todo el año», un aviso para navegantes de Héctor Lapeña.

Tras toda una larga conversación, padre e hijo salen del campo echando una última mirada, observando la portería donde el veterano marcó un gol en el playoff, deseando que el joven pueda ahora repetir la gesta logrando además lo que parecía inalcanzable, un ascenso que ahora está más cerca que nunca.