Jugar a las canicas

Diego Díez
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Uno de los materiales más usados para elaborar juguetes era la cerámica

Jugar a las canicas

El juego es una práctica consustancial a nuestra especie: siempre se ha practicado por la necesidad del ocio lúdico en niños y adultos. Ha tenido también, siempre, una dimensión educativa en el juego infantil a través de objetos y valores en las reglas, en el premio o castigo, que reproducen el mundo adulto y le preparan para él. Sin embargo, los juguetes se han conservado en pocos casos en el contexto arqueológico. Es cierto que la vida de un juguete lleva implícita su desaparición ya que no es un objeto para ser conservado, se usa hasta que se rompe y su utilización caduca con la edad; también lo es el hecho de que la mayoría de ellos se elaboraron con materiales perecederos, arcilla, madera, cuerda...; a veces, para el juego bastaba un fragmento de un objeto utilizado por los adultos en la vida cotidiana. En otras ocasiones ha de considerarse que no todos los juegos requerían un objeto material. Todo ello constituye una realidad que ha perdurado hasta nuestros días, en que el juego tal como lo conocíamos ha adquirido formas digitales. De todo lo apuntado han quedado algunas citas en las fuentes clásicas.

Una de los materiales más utilizados para la elaboración de juguetes fue la cerámica ya que posee una gran versatilidad para elaborar manualmente, reproduciendo en miniatura, recipientes para comer y cocinar, vasitos y útiles de tocador o figurillas animales.

De época romana, se conocen sonajeros, animales en miniatura, peonzas, canicas y muñecas para la edad infantil.  Para jugar en la edad adulta se utilizaron tableros y fichas para juegos de mesa (o suelo), canicas y dados que se han conservado. Hemos de recordar que los espectáculos que tenían lugar en el circo, carreras de carros, o las luchas de gladiadores, en el anfiteatro, tenían la consideración de juegos.

Los sonajeros cerámicos fueron llamados por los romanos, genéricamente, crepitacula, refiriéndose a aquellos elementos que entretenían a los bebés con su sonido, a la vez que actuaban como amuletos protectores según parecen sugerir las inscripciones que en ocasiones se inscribieron en ellos. Poseen formas sencillas, generalmente esféricas, pero reprodujeron también figuras humanas o animales. Las características canicas-sonajero y otros sonajeros más elaborados, e incluso lujosos, no pueden compararse con ejemplares de la cultura popular tradicional ya que en este caso fueron sustituidos por campanillas y sonajeros o sonajas metálicas.

Para esta primera etapa de la infancia los juegos que entretenían a los niños estaban fuertemente condicionados según fuera el sexo: los juegos de los niños eran competitivos, más violentos, mientras que los de las niñas tenían relación con su papel de futuras madres, de mujeres de la casa, imitando a sus progenitoras aunque también compartieran juegos con sus familiares o vecinos masculinos.

Las canicas son relativamente frecuentes en yacimientos celtibéricos y romanos. Las que aquí se muestran proceden de Numancia: realizadas en arcilla cocida, macizas, pueden no tener decoración o por el contrario tener decoración incisa o estampada ocupando toda su superficie. De las que ahora se muestran una de ellas tiene incisas, repetidas veces, la esvástica, símbolo solar, pero también un signo de buena suerte o fortuna. 

Se cree que pudo existir un juego en el que se utilizaban pequeñas piedras o huesos de frutos y se jugaba en pareja o en grupos. El juego consistía en que cada uno de los participantes, según el orden establecido, tiraba el hueso de fruta lo más cerca de un agujero en la tierra. Ganaba quien introducía el mayor número de huesos dentro de él. Se considera a este juego el antecedente del juego con canicas. 

Las canicas romanas podían hacerse, además de en cerámica, en alabastro pulido, vidrio o metal.  Su tamaño variaba entre 1 y 3 o 4 cm.  Algún autor ha interpretado que la palabra canica procede de la expresión íbera Ka/n-i-Ka, traducida como «aquella cosa que se abre paso», algo que sin duda resulta forzado científicamente pero que resumiría bien el juego.  

El juego con canicas, también de adultos, se practicaba en grupo o por parejas. El campo de juego solía ser de tierra y en él se realizaba un hoyo de pequeñas dimensiones excavado en la tierra. El punto central del juego era este hoyo. A una distancia acordada del mismo se trazaba una raya desde la cual se lanzaban las canicas; para saber quién iniciaba el juego y el orden de participación, se tiraban las bolas y el orden quedaba marcado según las distancia al hoyo.

 El juego consiste en lanzar la canica con el dedo pulgar con fuerza suficiente para que golpee la canica del contrario y meterla en el hoyo, sin que la canica del que lanza entrara. Normalmente esta maniobra se tenía que hacer en 4 golpes como máximo sin fallar ninguno de los mismos, contra la canica del contrario, ya que si esto ocurría se pasaba el turno al contrincante. Terminando las tiradas sin ningún fallo, el último jugador que conseguía meter la canica en el hoyo se quedaba con la canica del jugador vencido. 

El juego estuvo muy extendido en la cultura romana. El más popular de ellos era el juego de dados. Sabemos por Cicerón y Suetonio que a un amigo de Marco Antonio, llamado Licinio Lenticula, se le condenó por jugar a los dados en el Foro o que Augusto apostaba pequeñas cantidades aunque con frecuencia, que Nerón solía jugar apostando como mínimo 400. 000 sestercios, o que el emperador Claudio, gran jugador, escribió un libro sobre este juego.   Pero hubo más juegos entre los adultos, el llamado micatio, el duodecim scripta, el latrunculi…cuyas reglas así como la valoración moral que recaía sobre los jugadores, los  narraremos en otra página.