La otra 'vida': de las iglesias al alto del Espino

Sonia Almoguera
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La ciudad de Soria tardó en sumarse a las nuevas leyes que a finales del siglo XVIII obligaron a crear camposantos más salubres

La otra 'vida': de las iglesias al alto del Espino

Una gran epidemia que asoló París en el año 1780 puso el foco en los enterramientos que se practicaban en el interior y en el atrio de las iglesias como origen de la propagación de enfermedades. Francia fue el primer país en prohibirlos y en ordenar nuevas zonas de sepulturas en lugares apartados del área residencial. En España, el rey Carlos III no tardó mucho en sumarse a la medida. El 3 de abril de 1787 emitió una Cédula por la que instaba a que se hicieran «los cementerios fuera de las poblaciones, siempre que no hubiere dificultad invencible o grandes anchuras dentro de ellas, en sitios ventilados e inmediatos a las parroquias y distantes de las casas de los vecinos». Sin embargo, la iniciativa encontró en España una fuerte resistencia popular, significativa también en el caso de la ciudad de Soria. Hasta el punto de que en el año 1804 una Real Orden ya de Carlos IV recordó a localidades como la capital soriana esta normativa que instaba a crear nuevos recintos de sepultura «en parajes bien ventilados y cuyo terreno, por su calidad, sea el más a propósito para absorber las miasmas pútridas, y facilitar la pronta consunción o desecación de cadáveres, evitando  el más remoto riesgo de filtración o comunicación con las aguas potables del vecindario».  

Dos años después, el Ayuntamiento de la capital soriana comunicó a la Corona su intención de acondicionar los terrenos anexos a la iglesia del Espino como el «sitio más a propósito para ello por la ventilación saludable de los aires, capacidad del terreno y comodidad del público, también por la inmediación a esta iglesia». El primer enterramiento consignado fue el de Lucas Martín el 20 de septiembre de 1807 y los siguientes ya dejaban entrever el nivel de oposición popular a las nuevas directrices funerarias con apostillas como «en el cementerio según manda la Real Orden» en las partidas de defunción, según recoge Rufo Nafría Yagüe en su libro 'Los cementerios municipales de la ciudad de Soria'.  

Sin embargo, la fuerte oposición de los sorianos y la Guerra de la Independencia (1808-1814) tras la invasión napoleónica retrasaron la sistematización del Espino como nuevo camposanto, hasta el punto de que comenzó de nuevo a enterrarse en las parroquias. Según las investigaciones del propio Nafría Yagüe, en collaciones como la de Santo Tomé seguían primando los enterramientos en el templo, como el de Manuela Isidora Belastegui, cuya partida de defunción, emitida el 11 de noviembre de 1808, consigna expresamente «se le dio sepultura eclesiástica en esta su parroquia por la fuerza del pueblo». 

La propia precariedad e insuficiencia de las instalaciones del cementerio del Espino avalaron que se siguiera evitando el cumplimiento de la ley aprovechando los solares de iglesias destruidas durante la Guerra de la Independencia. Un ejemplo de ello fue el derruido monasterio de San Benito, en las inmediaciones de la actual plaza de toros, o el incendiado monasterio de San Francisco, junto a la actual parroquia del mismo nombre. De hecho, en este último enclave estuvo pensando el Consistorio de la capital instalar el cementerio definitivo de la ciudad, máxime cuando el Gobierno le instó el 1 de septiembre de 1820 (ya había recibido dos notificaciones previas) a cumplir en el plazo de un mes las directrices en materia de enterramientos. Pero el tema seguiría pendiente como también las amenazas de la Corona. 

el de san franciscoPERFUMADO CON ROSAS

El 3 de noviembre de 1822 quedaría bendecido, tras una serie de avatares, este cementerio de San Francisco en el que, como cosa curiosa, se ordenaría plantar rosas «y otras plantas agradables y odoríferas» en vez de los tradicionales cipreses. Desde ese año y hasta 1830, fecha en la que Nafría Yagüe sitúa el último enterramiento llevado a cabo en este camposanto el 31 de julio, el de Jacinta Gil Martínez, de la parroquia de San Pedro, se seguiría utilizando con algunos altibajos. Cinco años antes habían comenzado a aparecer los primeros problemas de los que da cuenta un acta del Ayuntamiento de Soria fechada el 11 de noviembre de 1825 y en el que se pide «se informe del motivo que haya mediado para haber quedado sin uso y quitado las puertas del cementerio».  Quizá por ello, el Consistorio volvió a considerar seriamente la opción del Espino y el 15 de diciembre de 1830, tras obras de mejora, sería bendecido finalmente como camposanto municipal. 

Los tiempos habían cambiado y la resistencia a no enterrarse en las propias iglesias había ido desapareciendo de la población general. A principios del siglo XX el recinto se incorporaría a las nuevas normativas, entre ellas las que marcaban que sus paredes debían ser elevadas, «sólidas y las puertas de hierro o de madera consistente y con fuertes y buenas cerraduras». En 1912 sería enterrada en él su personaje más ilustre y la que centra la mayor parte de las visitas turísticas: Leonor Izquierdo, la joven esposa del poeta Antonio Machado. En ese «alto Espino donde está su tierra» se efectuó, a mediados de ese mismo siglo, una primera ampliación con la incorporación del denominado Patio Nuevo. Después vendría en el año 1989 un concurso de ideas para continuar ampliando el camposanto y que ganó el arquitecto Gustavo Martínez Galvano. 

LA JUDERÍA EN EL CERRO DEL CASTILLO

No muy lejos de allí, en la zona suroeste del cerro del Castillo, fuera del perímetro del camposanto, aparecieron en el año 2013 restos óseos que las posteriores excavaciones arqueológicas relacionaron con la necrópolis de la antigua judería soriana. Aunque no se encontró ningún tipo de ajuar, la orientación de las ocho tumbas halladas hacia el sector habitado por los judíos sorianos hasta el decreto de su expulsión en 1492, así como el hecho de que estuvieran cerca de las murallas fueron indicios que llevaron a los arqueólogos a interpretar este recinto funerario como la antigua judería.