Barahona, tierra de brujas y aquelarres

Ramón Lozano
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Una exposición permanente sobre las brujas de la Alcarria permitirá recrear el vuelo que estas hacían hasta Barahona

Fue Domingo Miras quien inmortalizó Barahona como enclave privilegiado de la brujería castellana con su obra de teatro Las brujas de Barahona. «¡A Barahona! ¡Al Campo de las Brujas!», bramaba una joven bruja en este drama que se basa en los autos de fe del Santo Oficio en Cuenca entre 1527 y 1530 y que finalizó con la condena por brujería de varias vecinas de localidades alcarreñas como Pareja, Alcocer o Entrepeñas. Una exposición en el monasterio de Monsalud, en Córcoles, Guadalajara, pretende recuperar este episodio del siglo XVI. «Las Morillas, una familia, un clan, fueron acusadas de brujería y confesaron en sus autos que iban volando, junto a otros demonios, al campo de Barahona», apunta Javier Fernández, arqueólogo y director del monasterio de Monsalud. Barahona es, por tanto, «el escenario donde hacían sus aquelarres», abunda Fernández. 
Es lo que la autora de Brujas, magos e incrédulos en la España del Siglo de Oro, María Lara, califica como «la pista de aterrizaje de las escobas», y no solo para las brujas alcarreñas, sino también, según comenta Lara, para otras procedentes de Levante.  
 
ATRACTIVO TURÍSTICO. Una piedra sobre un pedestal, con un orificio central y una  hendidura cruciforme en su parte superior, forma un conjunto de poco más de un metro de altura. A un kilómetro del pueblo, en medio de los campos que las brujas frecuentaron para invocar al diablo (o Satanás o Bercebú o el Gran Cabrón o Lucifer, múltiples nombres para un mismo ser tal y como recoge  Miras en una escena de su obra), se ubica este hito, en plena llanura, desde donde se divisa la iglesia de Pinilla del Olmo. Al otro lado de la CL-101 se encuentran los pozos airones, dolinas que engullen grandes cantidades de agua y que se relacionan con el inframundo. «Me gustaría grabar alguna cosa, una escena, una imagen», conjetura Fernández que se muestra «abierto a cualquier colaboración futura», aunque reconoce que no ha contactado con el Ayuntamiento. Por su parte, José Raúl Garrido, alcalde de Barahona, confirma que «no hay nada» y se muestra receptivo: «Cualquier idea que sea viable es susceptible de llevarse a cabo».  Barahona, «el epicentro de las brujas de Pareja», según Fernández, posee elementos comunes a otros lugares enigmáticos, pero «refrendados por estos testimonios entre delirios y racionalidades» que obtuvo la Inquisición en sus autos de fe, tal y como asevera Lara.
 
INQUISICIÓN. El Tribunal del Santo Oficio de Cuenca extendía su poder, en el siglo XVI, sobre Sigüenza, Guadalajara, Toledo, Albacete, Levante e, incluso, algunas localidades de Murcia. «Era uno de los más temidos porque tenía una amplia extensión y las causas se seguían hasta el final», explica Lara e incide en que eso no quiere decir que lo habitual fueran condenas a muerte; en el caso de las Morillas, fueron castigadas con el destierro.  
Estas historias de brujería en las poblaciones de la Alcarria se explican dentro del Siglo de Oro, época dorada de las artes y las letras, pero marcada por una profunda crisis económica por la delegación de funciones de los monarcas en manos de sus validos y esto «conlleva que se recurra más a los oráculos. Toda la sociedad está traspasada por los dogmas de Trento y la visión profana de la brujería», profundiza la profesora de Filosofía de la Universidad a Distancia de Madrid, María Lara. 
Es en ese contexto en el que estas mujeres son juzgadas y encontradas culpables y confiesan sus encuentros con el diablo en Barahona, lugar que dista de Pareja, en línea recta, más de 70 kilómetros. «Poneos encima de Pareja con Córcoles a la espalda, y seguid sin desviaros. Pasáis de largo por Sigüenza, y de ahí a poco veréis las luces de la danza», explica Quiteria de Morillas en la obra de Miras. La propia Quiteria, tras salvarse del primer auto de fe, es condenada en otro juicio celebrado veinte años más tarde, a mediados del siglo XVI. De esta manera, dos generaciones de la familia Morillas eran acusadas de brujería.
Son estas brujas que celebraban sus aquelarres en Barahona las que el historiador Julio Caro Baroja considera que pudieron inspirar Los caprichos de Goya a partir del folclore castellano y del almanaque escrito para 1731 por Diego de Torres Villarroel que describía de manera profusa estos encuentros de brujas en la «campiña de Baraona»: «Me enterró la voz en el estómago un infernal tropel de viejas todas en cueros, que danzaban en el aire, sin otro abrigo sobre sus carnes que una liga de cáñamo en las cinturas, adonde estaba ahorcado un pucherillo, rebosando pringue y ungüento. [...] Por aquellos campos se dejaban ver tendidos diferentes demonios en figuras de bueyes, chivos, castrones, osos y borricos, que estos son súcubos, e íncubos que las conducen a los conciliábulos para tener los actos torpes».
   
término polisémico. La filóloga María Lara destaca la «importante carga misógina» con la que se ha empleado el término ‘bruja’, de modo que se le daba «una categoría inferior al mago», que por el hecho de ser hombre podía acceder a estudios y obtenía consideración de astrólogo. «’Bruja’ es uno de los términos más polisémicos que existe», recalca Lara e insiste en que «hay que separar las místicas, visionarias, curanderas de las brujas perversas».
Aunque la línea para diferenciarlas es, a veces, delgada, «el problema reside en la categorización moral», explica Lara que distingue entre «sueños proféticos» y brujas malas, que en el caso de las brujas de Pareja «más que brujas eran delincuentes», afirma Lara. 
 
DROGAS. Las Morillas empleaban drogas y hierbas, como el tejo, bayas o la belladona. Con ellas preparaban sus ungüentos y los que utilizaban con sus vecinos para drogarlos, cuando no intoxicarlos, y realizar sus fechorías. Lara estima la «alta conciencia ciudadana» de los vecinos de Pareja que «no aplicaron la justicia por su cuenta» y recurrieron al Santo Oficio.