San Lorenzo de Boós, románico arruinado y expoliado

T.G./ j:M.I. / L.C.P
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Aunque las paredes del templo siguen en pie, la techumbre no existe y en su interior las hierbas sa han adueñado del espacio. Es prácticamente una ruina

San Lorenzo de Boós, románico arruinado y expoliado

"Boós está muy centrado en las tierras de Soria y a él se llega, viniéndole

de Bayubas por un fecundo pinar que de pronto se interrumpe

en un corte tajante para cambiar a otra especie

forestal: el enebro o la sabina, . . ."

Memorial de Soria. Miguel Moreno.

Cuando decidimos realizar la visita nos encontrábamos en los primeros días fríos de febrero, concretamente en el octavo. El objetivo de nuestro viaje era Boós, una localidad con ese nombre tan extraño y que según uno de sus habitantes se trata del genitivo de buey en griego (Bous, boos).

Para llegar a esa localidad hay que tomar la N-122 en dirección a Valladolid. Ya sabíamos que, de vez en cuando, una rotonda nos reconduciría a la A-11 para que la utilizásemos "un tramito". Así estamos. Pasado el cruce de Calatañazor y antes de llegar a Blacos, en pleno puerto del Temeroso, encontraremos a la izquierda un cruce que marca los cinco kilómetros que nos separan de Rioseco. Esa carretera, la SO-P-4046, nos llevará a ese municipio y, una vez allí, hemos de coger un desvío hacia la derecha, por la SO-P-4248. Dejaremos a un lado el campo de golf de Rioseco y al poco tiempo estaremos en Boós.

Hemos aprovechado el viaje para acercarnos al despoblado de Velasco que se encuentra en la consabida A-11, antes de llegar a El Burgo de Osma. Quedan allí los restos de una docena de casas levantadas en su día con adobe y, a veces, con ladrillo. Erguida y digna continua en pie la caja de los muros de su iglesia.

Boós es una bonita localidad que durante los siglos XVIII y XIX albergó a más de 200 personas. Fue un lugar de realengo que se constituyó en municipio con la caída del Antiguo Régimen; incluso creció durante el siglo XIX al incorporar a Valverde de los Ajos. Pero el siglo XX ha sido maldito para los pequeños pueblos y Boós, que hoy apenas alcanza la veintena de pobladores, terminó incorporándose a Valdenebro al que tampoco le sobra población, pues no llega a 100 el número de habitantes. Conserva Boós detalles curiosos: alguna casa mantiene un tejado vegetal; al lado de un espacio de juegos infantiles para niños que no están, pero que volverán los fines de semana y los veranos, encontramos una casa, de gran encanto, reconstruida con barro, adobe y madera, gracias al programa Leader. Otras casas, de estilo parecido, eran utilizadas, cuando había niños, como escuela. Una para ellos; otra, para ellas. La de niños fue comprada, según nos cuentan, por un panadero de apellido Catalina, y en el muro de levante, mirando a la iglesia, expone una placa en gratitud al maestro Hermógenes Sanz Ucero que, acudiendo a regañadientes al pueblo desde Calatañazor cuando le dieron destino, se quedó y vivió allí durante 41 años contribuyendo a la formación de niños para que rindieran con su trabajo y educación en otro lugar, seguramente lejano. Hoy sus puertas están definitivamente cerradas. En nuestro paseo por la localidad dos perras cariñosas nos acompañan, lo que no es óbice para que se peleen con los gatos que quieren robar su comida; contemplamos, por fuera, pues hoy en día resulta difícil el acceso a las iglesias, la parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, del siglo XVII pero que conserva dos canecillos románicos, uno de ellos mutilado y otro de una mujer mostrando su sexo.

Nuestro paseo se ve interrumpido por el claxon que anuncia la llegada del panadero. Es una llamada para que los pocos vecinos que hoy habitan el pueblo salgan a comprar tan preciado alimento. Dos veces por semana se produce este fenómeno que no es solo una compraventa, sino una ocasión invernal para verse con sus vecinos. No hay bar, ni iglesia, ni temperatura que invite a salir a la calle y hablar de la soledad. También resulta difícil coincidir en las labores agrícolas, pues pocos se dedican ya al regadío de ese fértil vallecito del río Sequillo que daba patatas, judías y remolacha.

Al dirigirnos hacia la iglesia de Boillos nos encontramos a la salida del pueblo con una fuente de piedra coqueta y un alargado y estrecho abrevadero. Nos acercamos a la antigua iglesia de San Lorenzo. Alrededor de ella, en tiempos pretéritos, se desarrolló un pequeño pueblo llamado Boillos. Hoy, decrépita, está rodeada, como isla, por un campo arado hasta casi sus tapias. Aseguran los pocos pobladores del pueblo que no hace ni treinta años que ellos iban de romería a esa iglesia que todavía conservaba su tejado. Nos cuentan que los niños acudían por las tardes a echar aceite al candil del Sagrario para que siempre estuviera iluminado en la ermita. Allí se celebraban tres festividades, Jueves Santo, vísperas de la Ascensión y San Lorenzo (10 de agosto), que por motivo de la cosecha era una celebración de fecha cambiante según decidía el Ayuntamiento.

Nos cuenta D. Frutos, sacerdote nacido en la localidad, que el martes antes de la solemnidad de la Ascensión se celebraba misa en San Lorenzo y se bendecían los campos; a continuación, el pueblo subía a la Cruz del Carrascal. El Ayuntamiento llevaba dos botos de vino que dejaba en el "enebro del vino" y lo repartía entre los vecinos en una especie de tazas o conchas de plata; mientras, los vecinos llevaban su propia comida,

Hoy San Lorenzo prácticamente es una ruina. Aunque las paredes siguen en pie, la techumbre no existe y en su interior las hierbas se han adueñado del espacio. Su factura es pobre, de mampostería y sillares en las esquinas. Tanto al exterior como al interior destaca ese color rojizo que nos acerca a los pueblos rojos de la Sierra de Ayllón. Se aprecian dos partes diferenciadas: una románica y otra, fruto de una ampliación realizada en el siglo XVIII, todavía más pobre; precisamente la cabecera más moderna es la que peor está soportando el paso del tiempo.

Era una iglesia de una sola nave, quizás con cabecera semicircular en la que, en el siglo XVIII, se acometió una reforma que la transformó en cuadrangular y se abrieron dos vanos con ladrillo mudéjar en la espadaña de poniente. Un arco triunfal doblado separaba la nave del presbiterio. El arco era sostenido con dos medias columnas con sus capiteles: el de la izquierda con hojas y el de la derecha con figuras antropomorfas. Dos ventanas adinteladas con recerco de ladrillo iluminaban la cabecera, mientras que la otra, también adintelada, pero de sillería, y que milagrosamente conserva su reja de forja, iluminaba la nave desde el sur. En el muro de poniente, una ventanita de arco de medio punto y abocinada hacia el interior se encuentra tapiada. En el desbarajuste que se observa en el interior de la nave, a los pies de la misma, todavía resiste una pila bautismal muy pobre, cubierta con restos de tejas, y en el solado un gran agujero.

Al sur se abre la puerta de entrada con arco de medio punto doblado y chambrana de nacela. Los arcos apoyan directamente en una imposta de nacela simple, careciendo de cualquier decoración. Ahora bien, si nos fijamos un poco vemos que, en el intradós del salmer de poniente, alguien esculpió un grafiti donde vemos la parrilla de San Lorenzo.

La iglesia contaba con un altarcillo presidido por una imagen de San Lorenzo y con un San Isidro, al parecer obra de Juan Martínez, artista local autodidacta. Ambas imágenes se guardan en la parroquial de la Asunción.

En septiembre de 2018, en un verano lleno de saqueos patrimoniales, el arco triunfal fue expoliado con saña, por lo que los vecinos tuvieron que colocar unos puntales metálicos para sostener el arco superior en muy difícil equilibrio. A principios de noviembre de 2018, en el marco de la "Operación Dovela", se presentaron hasta 150 piezas recuperadas por la Guardia Civil, entre ellas se encontraban las dovelas, tambores, basas y capiteles del arco triunfal de San Lorenzo, que al parecer fueron entregadas en custodia al Ayuntamiento de Valdenebro. Esos días de septiembre el alcalde pedáneo hablaba en prensa de una posible consolidación-reconstrucción de estas ruinas. Los vecinos y vecinas con los que hemos hablado esperan ese milagro y están deseosos de que se reconstruya San Lorenzo de Boillos.

Termina nuestro recorrido en el aseadísimo pueblo de Rioseco, allí tomamos un café en el igualmente aseado restaurante los Quintanares y damos un paseo por sus calles, con la sorpresa feliz de ver en su frontón a los niños y las niñas de la escuela jugando.

Teresa García López, José María Incausa, Luis C. Pastor