Iván Juarez

CARTA DEL DIRECTOR

Iván Juarez


La segunda oportunidad

28/03/2020

Asistimos atónitos y  estamos siendo testigos de excepción, al tiempo que protagonistas (por nuestro papel tan clave en la lucha contra la pandemia), de una crisis que ha venido a echar por tierra los pilares sobre los que se asienta nuestro estado de bienestar, un choque  de trenes a nuestro modo de vida, tan en la calle, tan orientado al ocio, al fin de semana o al próximo puente. El encierro es un golpe a la línea de flotación sobre la que se asientan nuestros peregrinos valores. Un test de estrés para instituciones y administraciones pero también para nosotros mismos. Los memes y banalidades, el saltarse a la torera las leyes de encierro en un estado de alarma son conductas que solo responden a algo que llevamos interiorizado: que esto no nos puede estar pasando a nosotros, ni el virus se fijará en nuestra persona. Vista la actitud de algunos, impasibles ante el sufrimiento general, poco hemos aprendido del carácter expansivo del pregonado mundo globalizado donde lo que sucede en las antípodas del globo terráqueo no tarda en salpicarnos. Golpe a los teóricos del ombligo del mundo, a los que piensan que solo les afecta aquello que sucede en la manzana que habitan. Bajamos la guardia, ya lo apunté hace algunas semanas, cuando tirando del racismo más rancio, son chinos y son muchos chinos, pasamos por alto las muertes en el gigante asiático.
El coronavirus ha puesto sobre la mesa esa capacidad de la gente de opinar de todo sin saber de nada, ‘virtud’ común a diferentes países, de erigirse en expertos ocasionales sin filtro alguno de aquello de lo que se desconoce, reduciendo a una ‘gripilla’ un virus que confinó, estos sí hicieron caso, a una región de China en sus hogares. Si tan malo es alarmar innecesariamente (FernandoSimón, en su burbuja, es único quitando temerariamente hierro al asunto), igual de peligroso es lo contrario, quitarnos mascaras al estilo de un gurú de nuestro tiempo como Lorenzo Milá, voz autorizada para tuiteros que se mueven a golpe de efecto.
A medida que uno va peinando canas, pierde en frescura pero  gana en capacidad de mesura y, sobre todo, en prudencia ante lo desconocido. En tiempos en los que todos llevamos un tertuliano dentro, conviene huir de alarmismos pero también de aquellos que siempre ven el vaso medio lleno, aunque la pandemia arrase a un territorio
Son tiempos de exhibicionismo casero, no queda otra, de balcón en balcón, altares de nuestro tiempo. La crisis preconiza un cambio de ciclo, un renacer de la sociedad, una filosofía que nos instala en la culpa (muy religioso) de lo que está pasando. Todos apuntan a un reseteo como país, a una cercanía, a un eterno y reconciliador abrazo llevando al terreno de lo personal lo que se explica desde ámbitos científicos. Nada tiene que ver nuestro estilo de vida, acelerado, vertiginoso, egocentrista...y aunque en tiempos de introspección la situación invita a una masiva reconciliación social, a mostrar más empatía, cuando cesen las palmas de los balcones, habrá que reflexionar en torno a lo más importante: qué debe priorizar un país que ha visto como su sanidad hace aguas, ¿en qué cesta ponemos los huevos?  La lucha política de esta misma semana ya nos devuelve a esa realidad bronca y cotidiana que hemos dejado atrás hace un par de semanas y tranquilos, que más temprano que tarde, la actualidad seguirá por los mismo derroteros. Solo queda que de este suceso salgamos con el menor número de víctimas posibles. La crueldad intolerable de este virus, el alejamiento de nuestros seres queridos, la imposibilidad de despedir a los fallecidos nos dibuja un escenario no conocido, al menos, por generaciones como la mía. 
A todos se nos ha roto algo por dentro en esta muerte de vacío temporal. Me decía mi madre esta semana vía telefónica, lapidaria, desde su confinamiento, que tal vez la vida «nos dé una segunda oportunidad». Es lo que esperamos, poder superar este episodio dramático, desear que a usted, lector,  y a los suyos les afecte lo menos posibles, que las estadísticas sean reales y no se escondan por duras que resulten,  y que nos demos otra oportunidad.Después, tiempo habrá cuando cerremos el balcón, ese espacio de dos por dos donde entre aplausos merecidos las sensaciones viajan a flor de piel, de redescubrirnos en lo personal y de paso, si quedan fuerzas, de cambiar el mundo. Hasta entonces crucen los dedos, tomen las precauciones debidas y,  por favor, quédense en casa.