Editorial

China pierde el control del virus y corre el riesgo de perder el de las calles

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El hartazgo por la política de 'cero covid' de China ha provocado un estallido de protestas y una oleada de descontento muy poco habituales en un país donde la censura y la represión rara vez dejan ver signos de disidencia. Mientras el resto del mundo ha aprendido a convivir con relativa normalidad con el virus que escapó hace casi tres años de Wuhan, desconcierta ver cómo allí siguen con continuos y estrictos confinamientos, encadenando récords de contagio y atrapados en un estrambótico limbo pandémico. Los errores de esa estrategia se han vuelto cada vez más evidentes para la población, pese a que los órganos de propaganda del Partido Comunista siguen comparando el empeño de Xi Jinping en contener el virus con la supuesta incompetencia occidental. El desvarío llega hasta el punto de que las televisiones, por ejemplo, se ven obligadas a realizar proezas para ocultar a miles de aficionados sin mascarilla en los estadios del Mundial de Catar.

Si en Irán las mujeres se cortan el cabello como un símbolo de las protestas por la muerte de Mahsa Amini, en China una hoja de papel en blanco -que representa todo lo que quieren decir, pero no pueden- se ha convertido en la imagen definitoria de los intentos de censurar las publicaciones en redes sociales sobre la propagación de las quejas y sobre el papel del gobierno en el incendio de un edificio de apartamentos. Los manifestantes culpan a las estrictas políticas covid de la demora en la extinción de un fuego en el que murieron diez de los residentes. No está claro si las restricciones jugaron un papel en el fatal desenlace. Sí, lo está que los ciudadanos chinos están hartos de unas medidas draconianas y obsoletas que están haciendo mucho más daño que bien a la salud mental de los ciudadanos y a la salud económica del gigante asiático.

Seguro que medirá con sumo cuidado Xi Jinping los pasos a dar estos días. La casualidad ha querido que ayer falleciese a los 96 años Jiang Zemin, figura clave en la China de la década de los 90. En el pasado, el luto oficial por las muertes de expresidentes mutó en manifestaciones masivas contra los líderes en ejercicio. Las protestas de la Plaza de Tiananmen de 1989, por ejemplo, comenzaron así. Tres décadas después, el mundo vuelve a asistir expectante a la mayor muestra de disidencia pública vista en China desde aquel movimiento a favor de la democracia. Las protestas de ahora por el momento parecen solo centradas en las restricciones por la pandemia. Espoleados por un apetito de libertad subestimado, la mayoría de los manifestantes no piden de momento el derrocamiento del gobierno comunista. Si quiere evitar que las protestas se expandan, Xi Jinping debería relajar las restricciones, empezar a importar vacunas occidentales que han demostrado ser mucho más eficaces que las chinas y, al menos, conceder a sus ciudadanos ser escuchados. Algo difícil de creer en un líder que hasta ahora solo ha ejercido el poder de forma rígida, brutal y sorda.